En el capitulo anterior: http://actosdefeylibertad.blogspot.com.ar/2014/05/vuelta-de-pagina-1era-parte-by-alessa.html
Yo había creído seriamente que estaba en paz
con el pasado hasta que el maldito se me apareció en persona.
~oOo~
Un tal Guillermo Graziani
Guillermo Graziani. Dos casamientos fallidos.
Abogado y de los buenos. En su realidad personal no se las arreglaba tan bien. Nunca
había sido capaz de asumir su elección sexual. Condicionado por los prejuicios,
llevaba una doble vida. Mentía como respiraba, hasta
que se sintió atascado.
Se acordó de que quería vivir, pero no quería una
vida condicionada por los deseos o necesidades
de los demás.
La mayor parte de sus años profesionales, fueron
un gran conflicto desarrollado en varias etapas de dimensiones distintas, donde
él fue protagonista unas veces, y otras, partícipe necesario.
A los cuarentaypico, su destino cambió. Una
noticia le sacudió los cimientos: su primera mujer, Silvina, era uno de los
rehenes en los atentados de Bombay.
No dudó. Recuperó su espíritu curioso y sus
ganas de meter la nariz donde fuere, y se internó en la India para seguir las
negociaciones de rescate. Los relatos vía mail que hacía de los acontecimientos,
llegaron a manos de un amigo periodista que lo convenció de publicar los valiosos
textos.
Ese fue el comienzo de una seguidilla de
coberturas de conflictos que lo tendrían enrolado en los frentes de batalla. Y
sería también el comienzo de su reconocimiento mundial como periodista de
trinchera.
Para eso, siempre tenía que estar en el lugar
exacto. Oliendo la muerte. Poniéndose “en el pellejo del otro” o “dejándose
llevar por el instinto”, como le gustaba decir.
Ese instinto lo tuvo girando por Asia, América
y Europa, trazando vínculos nuevos, fuertes, genuinos, con la gente y sus
problemas. Vínculos de los que ya nunca más pudo ni quiso desprenderse.
Su vida consistía en guerras, viajes y
mudanzas. Se convirtió en un trotamundos, en un nómade.
~oOo~
2011
Después de haber seguido los últimos años de una
cacería que duró casi diez y terminó con la muerte del misterioso líder
terrorista más buscado, Graziani decidió que era hora de volver.
Apenas eran las 21,30 cuando
pisó suelo argento pero había estado despierto
desde la madrugada anterior y el cuerpo le acusaba el
trajín. Cayó en la cuenta, con cierto
regocijo interno, de que se sentía un poco decepcionado de que no hubiera ido nadie
a recibirlo. Pero no había querido causar revuelo ni corridas anunciando su
llegada.
No fue hasta que estuvo subido a un taxi que
empezó a sentir que estaba de vuelta. Había algo en el ruido de los neumáticos sobre el asfalto mojado
que sonaba diferente de todos los
caminos por los que había andado durante
los últimos tres años, algo acerca
de la forma en que las luces
se reflejaban en la superficie de la calle, algo sobre el olor
de los asientos.
El corazón le dio un ridículo salto de alegría
al saber que volvía a estar en casa.
~oOo~
“Lo inesperado suele estar a la vuelta de la
esquina” era mi muletilla insignia.
Aunque esta vez, la esquina estuvo detrás de
la puerta de la oficina del jefe, cuando llegué una mañana cualquiera para
presentar un borrador.
Apoyado indolentemente contra una ventana, un
tipo con las manos en los bolsillos y con el pelo en franco retroceso, me
sonrió con cierta picardía.
Mierda.
No estaba acostumbrado a que me sorprendieran
con la guardia baja. En mi trabajo era muy saludable conocer de antemano el
cómo, el cuándo y el con quién. Sobre todo si ese quién desprendía un nivel de magnetismo capaz de dejar pegado a
algún incauto por el resto de su vida.
-Hola.
-Hola.
Tenía abierto el cuello de la camisa, la
corbata ladeada y las mangas subidas hasta los codos. La sonrisa derrochaba
sexualidad reprimida. Me miró de arriba abajo con una atención a los detalles
que resultó casi turbadora.
-Ah, Pedro, dejame que te presente a un
querido amigo y excelente profesional. Estoy tratando de convencerlo de que
deje un poco de primeras planas para otros y se quede en Buenos Aires...
-Guillermo Graziani.
Me estiró la mano y la mía le salió al
encuentro por voluntad propia. Imposible no reconocer el nombre. El tipo era
una leyenda entre los novatos que soñaban algún día seguir sus pasos. Aunque la
foto de archivo no le hacía justicia. La madurez lo había mejorado.
El reconocimiento de piel fue instantáneo. Casi
doloroso. ¿Había algo más odioso que obligarse a la normalidad, cuando la
sangre se espesa y los iones colisionan en el aire?
-Beggio. Pedro Beggio.
La voz del jefe descomprimió la situación.
-Pedro es nuestra más reciente incorporación.
Van a tener mucho de que conversar; está a cargo de la sección Política
Internacional.
Se despegó de la pared y empezó un curioso
balanceo a la vez que me traspasaba con la mirada.
-¿Trabajás acá? No te dejes engañar por nada
de lo que Vito te diga. Detrás de esta pinta calamitosa, se esconde el mejor
analista político de Buenos Aires.
Se acercó al escritorio y agarró el borrador
que había quedado olvidado.
-¿Puedo?
Me encogí de hombros.
¿Quién era yo para negarle nada?
Vito sonrió.
~oOo~
Resultó que teníamos un conocido en común. Santiago
Malvarez, fotógrafo. Ellos se habían conocido en algún lugar del mundo y ahora
Malvarez hacía trabajos freelance
para el diario. Organizó una reunión en su casa para agasajar al recién llegado
y yo no podía dejar de ir.
Los invitados fueron ocupando gradualmente el
espacio, repartidos entre la cocina, el estar y la galería, que era más bien
chica. El ruido aumentó. A Graziani y a mí nos separó la gente, después de
haber tenido unos insignificantes minutos a solas. En un esfuerzo por ser el de
siempre, me dediqué a charlar con cualquiera con quien cruzaba una mirada. A
muchos los conocía. Pero uno solo me interesaba.
Como buen fotógrafo, Malvarez sabía dónde
mirar.
-Nunca doy consejos, pero esta vez...
-No hagas una excepción.
-Él y vos van por caminos muy distintos, nene.
-¡Apenas lo conocí esta mañana!
-Como si el tiempo tuviera algo que ver en
esto. Se trata de Graziani. La inmediatez es parte de su encanto.
-¿En todo?
-En todo. Con todo. Vive intensamente el
momento. Pero nada dura. Nada es importante mucho tiempo.
-No te escucho. Tengo un repentino ataque de
sordera.
-Como quieras. Ya sos grandecito. Pero
Graziani no es de los que se enamoran.
-No te pongas melodramático, Malvarez.
Sentí el impulso de buscarlo entre los invitados.
Nuestras miradas se encontraron por sobre las cabezas. Nos miramos. Un minuto o
un año. Y entre los dos crecieron y se ahogaron los propósitos.
~oOo~
Al llegar a casa, me senté en la galería. Parecía
que iba a llover; eso me ahorraba el tener que regar las plantas.
Habían pasado dos días desde la fiesta y necesitaba
ponerme a trabajar en el borrador, pero mis pensamientos volvían una y otra vez
a Guillermo Graziani. Tenía curiosidad por la leyenda. Reconocí un pinchazo de ilusión
en alguna parte, recordando cómo me había mirado, pero no quería creerlo. ¿Qué
sentido tenía? El tipo era inalcanzable.
En el momento en que estalló un relámpago,
sonó el teléfono. Lo había dejado sobre la mesa. Me levanté y entré corriendo. Número
desconocido. El corazón se me saltó un latido.
-¿Si?
-Soy Graziani.
-Ah, hola. No esperaba que me llamaras. ¿Pasa
algo? “No esperaba... bien hecho, Beggio,
como si necesitara saber que estabas pensando en él...”
-¿Comiste?
-¿Cómo?
-Que si ya comiste.
-Acabo de llegar, todavía no...
-¿Puedo ir y cocinar algo? Estoy harto de la
comida de restaurant.
-Claro. Sí, sería grandioso.
-Perfecto. En media hora estoy ahí.
Colgó y me quedé inmóvil, con la mirada fija
en el teléfono. Eso sí que era moverse rápido. Traté de no pensar en que la
cena parecía una cita.
Subí despacio la escalera hasta mi cuarto, me
di una ducha, me puse un vaquero y una remera. Descalzo, volví al baño a
lavarme los dientes para hacer tiempo. Me miré en el espejo. ¿Graziani en mi
casa, cocinando? Tal vez quisiera hablar sobre el borrador, después de todo.
Timbre.
Troté por la escalera y abrí la puerta.
Había optado por algo más cómodo, en vez del
habitual traje. Sonriendo, me mostró dos bolsas de supermercado.
-No sabía qué tenías, así que traje algunas
cosas.
-Menos mal, porque puedo ofrecerte vino, pero
soy muy malo cocinando.
-Ah, eso es porque no me conocías –sonrió un
poco más, y sentí de golpe la boca llena de algodón-. Yo te voy a enseñar.
Lo llevé a la cocina. Se arremangó y se adueñó
del lugar, mientras yo pasaba a ser un mero colaborador. El tipo era prolijito
y sabía lo que se traía entre manos. Destapé una botella de malbec y trabajamos
como si lleváramos años haciendo eso. La naturalidad con que fluían las cosas
me salvaba de pensar en lo rápido que había mutado el trato entre los dos.
Mientras esperábamos que se cocinara la pasta,
me miró de arriba abajo.
-Sos lindo –comentó, como pudo haber dicho
‘pasame la sal’.
-Gracias. ¿Sabés que vos no estás nada mal?
–contraataqué.
Otra sonrisa, más marcada.
-Me alegra que hayamos aclarado ese punto.
-Lo mismo digo.
~oOo~
Nos acomodamos uno de cada lado de la barra
hasta que por lo visto lo pensó mejor, y dio la vuelta para sentarse al lado
mío, diciendo:
-Nada de charlas de trabajo.
-Pensé que querías comentarme algo del borrador.
Sacudió la cabeza sin dejar de sonreír.
-No. Ni una palabra.
Enroscó un poco de pasta en el tenedor y me lo
acercó.
-A ver qué te parece...
Consideré mis posibilidades mientras degustaba
el bocado. La pasta estaba al dente y la salsa... bueno, no tenía con qué
compararla. Era una delicia. El tipo era un periodista reconocido mundialmente,
estaba como quería y encima cocinaba como los dioses. Me cocinaba. ¿Qué más podía desear un simple mortal como yo?
-Perfecto.
-Perfecto.
¿Así nomás?
-¿Qué
más? ¿Querés que haga sonar las trompetas de Jericó? No te agrandes, Graziani.
-¡Vos sos un atorrante!
Me resultaba imposible no sentirme
impresionado por su personalidad. Era un tipo que había perdido la noción de la
pequeñez y de los límites.
Muchas opiniones existían sobre él y yo las había
conocido todas y creído ninguna. Un (buen) periodista sabe que eso es algo que
se reserva para uso personal.
-¿Cómo triunfar? Es como todas las cosas: 10
por ciento de talento y 90 por ciento de trabajo. Y lo más importante: querer
triunfar.
-Bueno... Todos quieren triunfar, ¿no?
-No, chiquitín, no creas. La mayoría cree quererlo, pero en realidad no les
tienta demasiado. La mayoría prefiere evitar los sobresaltos y los riesgos y refugiarse
a la noche en la seguridad de su sillón mirando la tele. Yo ni siquiera tengo
tele porque odio verme y si me preguntás de qué color son las paredes de mi
casa no te podría contestar. Vivo en hoteles.
-Esa vida parece muy... muy estéril, ¿no te
parece?
-No lo sé. Es mi vida, yo la elegí y no podría
vivir de otra manera.
-¿Solo? Digo, después de tus divorcios...
¿Aprendiste la lección?
-Puede. No tengo tiempo para esas cosas.
Trabajo. Es lo único que me interesa. No me gusta darle a otra persona el
derecho a exigirme nada. ¿Te parece mal?
Me encogí de hombros. No pude evitar reírme.
Yo pensaba exactamente igual.
-No sé si puedo ser imparcial en eso. No soy
el mejor ejemplo.
-¿Estuviste casado?
-Una vez. Estuve perdido un tiempo, pero sobreviví.
Al final resultó lo mejor para los dos. Creí estar enamorado, pero las cosas ya
estaban cambiando para mí, así que corregí el rumbo y se acabó.
Me miró, con un codo apoyado en la madera y el
mentón en la palma de la mano. Con la otra me alcanzó la copa.
-¿Y ahora? ¿Vos aprendiste la lección?
Estuve a punto de hacer un comentario
gracioso, pero me contuve. En lugar de eso, agarré la copa y me demoré en sus
dedos.
-Puede. O tal vez haya estado esperando...
Me miró, preguntándose si le tomaba el pelo.
Le sostuve la mirada, sin tener idea de lo que pasaría. Eran tantas las
posibilidades. “No metas la pata... por
favor, sea lo que sea, no metas la pata…”
Graziani apoyó una mano en mi frente.
-No soy muy bueno para esperar.
-Nos estamos metiendo en problemas, ¿no?
–dije.
-Más de los que te imaginás –recuperó la copa
y tomó un sorbo de vino-. ¿Sabés por qué vine?
-No tengo la menor idea. ¿A alimentarme?
-A seducirte.
-Hasta ahora no tengo quejas.
-Hasta ahora no viste nada.
Sonrió. Y entonces me besó, una sola vez,
fugazmente.
Graziani me había sacado de mi eje. Me volvía loco,
sentía que el cuerpo se me disolvía, que una horda de deseo tiraba abajo los
muros que había levantado por las dudas.
Nos miramos. Sus ojos bajaron desde mis ojos
hasta mi boca. Se inclinó y volvimos a besarnos. El primer beso fue de
reconocimiento. Este fue una toma de posesión.
No me acuerdo cómo conseguimos terminar la
cena. ¿Cómo habíamos llegado a eso? Apenas nos conocíamos, y sin embargo, ahí
estábamos.
Insistió en llevar los platos. Cuando terminó,
se paró a mi lado. Me agarró de la mano y me tironeó hasta ponerme de pie,
dándome la vuelta para que quedara de espaldas a él. Sentí su lengua lamiéndome
el cuello. Apartó la remera y me besó el hombro, dejándome un mordiscón.
-Mejor tomárselo con calma –me desconocí al
escucharme. ¿De verdad estaba jadeando? De repente me dio un poco de miedo.
-¿Querés no hacerlo?
-No. Sí quiero.
-Bien. Entonces ¿por qué no subimos?
Apagué las luces y crucé la cocina, subí la
escalera y me volví en el tercer peldaño. Me senté en el escalón al ver que se
acercaba. Se quedó parado con la cara a la altura de la mía. Nos sostuvimos la
mirada durante unos segundos y su boca se acercó a la mía hasta fundirse con
ella. Levanté el brazo, le puse mano en la nuca y la cerré con fuerza. Mi deseo
era como un hierro al rojo que me traspasaba las tripas. Me recosté en la
escalera. El filo de los escalones se me clavó en la espalda y dolor y deseo se
hicieron uno. Le acaricié la mejilla y el cuello, mientras él deslizaba sus
manos por debajo de la remera y me recorría el pecho con la yema de los dedos.
Se inclinó sobre mí y nos movimos como en un simulacro, con la ropa puesta, con
el cuerpo arqueado. Escuchábamos el murmullo de la ropa, de nuestra
respiración. Estiré la mano y la deslicé por su camisa, hacia abajo y lo
acaricié. Soltó un gemido animal y se enderezó para pasar por encima,
agarrándome la mano para que lo siguiera.
-No tengo edad para andar haciendo papelones
con la ropa puesta, chiquitín. Vamos a la cama.
Nos desnudamos por etapas, sin dejar de
besarnos. No hubo arrepentimiento repentino, ni timidez. Hubo sí, demasiada
voracidad, demasiada pasión. La necesidad de pertenecernos nos estaqueó sobre
el colchón, carne contra carne, rindiendo todos los secretos. El primer
ramalazo de calor que sentí cuando su carne entró en contacto con la mía me
hizo murmurar algo, pero después ya no hubo más palabras. El envión se
trasformó en un movimiento arrollador que me redujo a escombros. Fundido hasta
los huesos. Se apoyó en los codos y me dio un beso largo y profundo. Y volvió a
comenzar.
~oOo~
Graziani se fue con las primeras luces del
amanecer. Tenía una serie de reuniones. Yo planeaba arrastrarme a la cama. Nos
había costado desprendernos el uno del otro. En la calle, frente a mi casa, nos
habíamos besado por última vez antes de que subiera al taxi y yo me quedara
viendo como se alejaba.
Con cualquier otra persona me habrían
preocupado las clásicas estupideces: quién haría el primer llamado, si volvería
a verlo, si pensaba realmente algo de lo que había dicho... Con Graziani eso no
me importaba. Fuera lo que fuese aquello, y viniera lo que viniera después, me
parecía bien. Si toda la relación quedaba encapsulada en las horas que
acabábamos de pasar juntos, ya me sentía afortunado. En aquel momento ni se me
ocurrió pensar que alguna vez iba a desear que esa parte de mi pasado nunca
hubiera existido.
Dormí hasta las diez y me despertó el aviso de
un mensaje. Agarré el celular y me quedé viendo la lucecita parpadear como si
fuera una clave Morse. ¿Sería de Graziani? Y si era de él, ¿significaba algo
que no hubiera llamado? El mismo problema al inicio de cualquier relación,
nunca se sabe cómo interpretar el comportamiento de la otra persona. Y apenas
habían pasado cuatro horas desde mi adulto propósito de tomar las cosas como se
presentaran. Me armé de coraje y apreté la pantalla:
“Quiero creer que pueden sucedernos cosas agradables. No todos los
días, pero sí de vez en cuando”.
~oOo~
Los días que siguieron fueron febriles, pero excitantes.
Me gustó conocer su mundo secreto y caótico. Graziani era un torrente continuo
de talento, malicia, buen humor y desparpajo. Me ayudó con el borrador y el
resultado no pasó desapercibido para mi jefe.
-¿Por qué hacés esto por mí, Graziani?
-Porque me gustás. Y cuando alguien me
gusta...
-Vos también me gustás mucho. Si nos
hubiéramos conocido antes, ¿te imaginás lo que podríamos haber hecho juntos?
-Lo importante es que nos conocimos, ¿no?
-Claro
Y la charla terminaba como todas las charlas.
Besos que urgían. Piel que reclamaba piel.
~oOo~
Pasé la tarde tirado en el sillón,
pretendiendo leer un libro. En realidad, lo que esperaba era una llamada de
Graziani. Hacía cinco días que no lo veía. En los últimos tres meses me había
acostumbrado a hablar con él, pero más que nada, me había acostumbrado a su piel.
Mi cuerpo recordaba el suyo con una intensidad que me impedía concentrarme en
otra cosa. Antes de que apareciera en mi vida yo vivía en un limbo: no me la
pasaba de joda pero tampoco era un monje. Ahora me sentía como un animal en
celo.
Sin querer, me puse a recordar lo que había
pasado entre nosotros. Prefería pensar que éramos amigos con derecho a roce,
porque había aprendido a leerlo y estaba seguro de que la palabra ‘amor’ no
estaba en su diccionario. No me animé a fantasear con lo que podría suceder.
Graziani tenía un ritmo mucho más acelerado que el mío. Para él, vivir rápido
era una manera de protegerse. Le permitía reducir los sentimientos a la mitad,
porque no había tiempo para sentir más. A veces parecía que estaba apurado por
terminar y seguir adelante.
~oOo~
La semana pasó como en una soporífera
nebulosa. Contagiado del carácter egocéntrico del mundo, pensé que si nada importante
me pasaba a mí, afuera tampoco pasaba nada. La verdad es que sí pasaban cosas,
pero para cuando me enteré, ya era muy tarde para hacer algo que modificara no
la causa, sino el efecto.
La llamada llegó y lo puso en alerta de
inmediato. Ya hacía días que se pasaba horas leyendo documentos y material que
le llegaba de sus colegas en el extranjero y muchas veces volvía a casa de
madrugada, después de haber estado horas en las agencias de noticias analizando
la información que fluía sin parar. Amenaza de ataques en Libia podían acabar
con el dictador. Era cuestión de horas. Y Graziani simplemente no podía no
estar involucrado.
~oOo~
¿Qué podía decirle? Nada nos ataba, ni
promesas ni palabras. Nunca le había dicho lo que sentía por él. Solo habíamos
tenido noches ardientes.
No le pude ver los ojos. La noche creciente
clavaba sombras en su cara y su voz pareció llegar de muy lejos...
-Hace mucho que me gané el derecho de hacer lo
que tenga ganas de hacer. Soy dueño de mi vida. Tomo mis propias decisiones y
cometo mis propios errores. No me gusta estar atado. Supongo que lo que estoy
tratando de decir tan malamente, es que me voy. Me costó mucho ser quién soy y
no voy a renunciar a eso.
~oOo~
Hay un silencio perturbador, es el que deja
una persona cuando sale de nuestra vida. Yo no quería terminar, pero Graziani
no sabía cómo quedarse ni cómo quererme.
Sabía de sobra que no nos habían fabricado
para estar juntos. Él tenía una etiqueta de no sé qué historia y la mía decía
algo muy diferente. Pero nos habíamos encontrado, y nuestros núcleos habían chocado
y se habían entrelazado inevitablemente, para volver a separarse y rebotar cada
uno por su lado sin tener la más mínima intención de volver a estar en
contacto.
Era una mierda, pero era así.
Las noches y los días se volvieron un
infierno, un infierno gélido. Una cama vacía y a la vez tan llena de sentimientos,
una almohada con su olor. Era poco a lo que podía aferrarme. Presentía que
nadie sería capaz de sustituirlo. Nadie tendría la capacidad de salvarme como
él lo hacía, ni de hacerme reír o encabronar.
Caminé sin rumbo. Cerré los ojos. Desperté
cada mañana dándome cuenta de que todavía no había tocado fondo, pero cada vez
me quedaba menos oxígeno para poder llegar a la superficie. Viví al límite del
precipicio, hasta que me di cuenta de que estaba luchando por algo que había
perdido hacía mucho tiempo. Entonces cerré los puños, apreté los dientes y lo
saqué de mi vida como él me había sacado de la suya.
~oOo~
2014
Por enésima vez traté de concentrarme en el
libro. Era evidente que la noche no estaba para lectura.
-¿Qué mierda se habrá creído ese imbécil? ¿Por qué tuvo que volver?
Timbre.
Ya pasaba largamente de la medianoche.
-¿Y quién carajo viene a estas horas? ¡Juro que voy a…!
Me levanté tambaleándome y fui a abrir
arrastrando el acolchado.
Tenía un mal sabor en la boca y los pelos de
punta. Me fijé por la mirilla, no fuera a ser que un ratero madrugador quisiera
agarrarme desprevenido.
Pero quien estaba ante la puerta era el
mismísimo Guillermo Graziani.