lunes, 9 de febrero de 2015

Sin preguntas (1era parte) by Lilita

A Lucero y sus palmeras.
A Norita y sus versiones de
#EllaEnMiCabeza.
A la cordura perdida.



Bajo las sábanas, sus piernas desnudas luchan por última vez. El ambiente apenas iluminado, las manos que dibujan el rostro y la virilidad latente que se regala y no se pide.
- No te olvides de mí.
- No me voy a olvidar.

Diez días antes...

Para llegar viajó 1500 km en avión y otros 30 km por carretera hasta el norte de país. La discreción, marca registrada del lugar siempre lo hace regresar.

Cruza los medanos hasta la Terraza principal de la playa, la música fuerte, los tragos y los diminutos short de baños dan color al ambiente. Algunos muchachos besándose con naturalidad en un clima de desinhibida diversión.  

Cuando lo vio estaba acompañado por un joven, sonreía atento a la conversación, aunque solo fuera por cortesía. Lo observa cuando el muchacho y un amigo intentan arrastrarlo hasta el mar, mientras él se disculpa con su mano en el pecho, aferrado a la negativa. Le atraen los hombres maduros como él. No sabe exactamente lo que llamó su atención; si, sus ojos profundos enmarcados en las oscuras pestañas o su pecho entrecano que se deja ver debajo de la camisa blanca. Cuando lo ve solo, se acerca, seductor y lo invita con su copa. Ambos saben porque estaban ahí, sin preámbulos, dispuestos...

- ¿Gostaria suco de laranja?
- ¿Qué? Perdón, no hablo… eu não falo português-dice con una sonrisa que lo deja sin defensas.
- Yo tampoco – la sonrisa con hoyuelos que se forma.
- ¿Chileno?
- Eso dice el pasaporte- y la mirada oscura que le devora la boca.

Cuando el joven volvió de su chapuzón en el mar, solo encontró un vaso de jugo de naranja y una botella de agua a medio terminar. Del caballero argentino nada supo, solo que había desaparecido acompañado por un recién llegado.



Perfectamente encantador, acento extranjero, lo suficientemente lejano para transformarlo en el compañero ideal de un paraíso sin preguntas. Desde su primer encuentro, sintió que podía perderse deliciosamente en ese cuerpo joven. Es que en él, hay un encanto indescifrable detrás de la conversación inteligente y el embrujo de verlo dormir.

Alquiló el dúplex con vista al mar que había ocupado en otras oportunidades, solo o con algún compañero ocasional. Le pareció natural invitarlo a quedarse con él, después de todo no volvió a pisar el Hotel en el que se hospeda desde que se conocieron. La madrugada siempre lo encuentra envuelto entre sus piernas, riendo con alguna de sus alocadas historias en los pub de Ibiza o alguna ciudad tan remota como las que él mismo elige para sus aventuras.

- ¿A qué te dedicas?
- Soy Escribano...- hace el dibujo en el aire de firmar, mientras sonríe- ¿y vos?
- Diseñador gráfico.
- Ah, mira vos...que creativo.
La carcajada muere contra el cuello y los dedos grandes que acarician y despeinan el cabello.


Desde que se conocieron, no se separaron. Sabe que debe respetar sus distancias, aun cuando se aleja si recibe un llamado. Se siente ansioso por preguntar, aunque la respuesta pareciera obvia, pero no quiere enfrentar los celos que le provoca pensar que hay alguien que lo espera. Lo observa mientras hojea los diarios o charlando con la camarera, mueve de lado la cabeza y escucha con la misma atención: la especialidad de la casa o el problema que la chica tiene con el encargado del lugar. Se pregunta ¿Cómo será volver a su vida sin él?, pero es el sonido de su propio teléfono el que lo aleja.

-¿Todo bien?-los ojos oscuros mantienen la vista fija en la lectura.
- Si -aunque su cara dice lo contrario.
- ¿Vivís solo?
- Dijimos que sin preguntas - intenta evadir, pero responde— con alguien que me ayuda con los gastos de la casa.
- Aja -suena poco convencido.
- Una… amiga.
- Ah, bien.
- Y vos, ¿vivís solo?
- Si, en un pequeño departamento, de vista espantosa - suena divertidamente sarcástico- rodeado de vecinos de los que jamás me ocupo en preguntar sus nombres.
- No creo que seas tan antipático.
- No los soy, solo soy temeroso que toquen a mi puerta para pedirme azúcar y al otro día los tenga instalados opinando de mi vida.

Mientras lo escucha, vuelve a sentir, esa inquietud de los últimos días ¿es posible sentir que lo conoce tan íntimamente? ¿Puede hacerlo con pequeñas piezas de un rompecabezas llamado vida y de la que él, no forma parte?  

La cena ya tiene sus rituales, la copa de vino única que comparten, las clases de cocina y los juegos previos que siempre terminan en la cama, el sillón o alguno de los mil sitios que inventan para estar juntos. Ese hombre lo atraviesa, con toda su intensa virilidad, domina su mundo. Él deja salir algo de lo que permanece oculto. Ha tenido otros amantes, pero él es diferente. Él es su par.


Los ojos color pardo perdidos en el horizonte, las manos en los bolsillos, se acerca hasta estar a la par, lo intuye, se va.
— ¿Cuándo viajas?
— Mañana – gira para enfrentar su mirada oscura.
— Esta bien, los sabíamos – alcanza a esconder la tristeza de su voz. El joven lo abraza, se esconde en su cuello y arriesga a preguntar — ¿alguna vez pensaste en cambiar tu vida?
Lo aprieta fuerte contra él, contesta mientras lo besa — Demasiadas veces cielito.

Esa noche el silencio se instala entre ellos. Incluso cuando hacen el amor, la ternura los desborda, sus cuerpos se necesitan, pero son sus ojos los que se buscan.  Sostenido de su hombro, el joven resiste la estocada, mientras lo anima a seguir, el pardo se pierde en las pupilas dilatadas que ahora lo miran y el brillo se convierte en una lagrima furtiva…Nunca ha odiado tanto la claridad del amanecer como ahora, sabe que con el sol se ira esta ilusión de perfección que compartieron.

Diez días antes…

Con la brisa que se cuela a través de la ropa, caminan por la playa, un juego de miradas y sonrisas, que apenas se sostiene. Ríen, se buscan sin sutilezas.
Se pierden en el Palmar que emerge de entre las piedras. Y se arrinconan huyendo de las miradas curiosas. La remera ya no es obstáculo, cuando los labios hacen contacto con el cuerpo joven. — Exquisito — se escucha decir, mientras su lengua avanza hacia el sexo, que desinhibido, queda expuesto a las caricias. Vuelve, para reclamar su boca, y como respuesta las manos recorren el pecho entrecano, mientras los labios toman posesión del cuello, sonríe cuando lo escucha murmurar lo que sería capaz de hacer con esa boca. Un juego de provocaciones, que recién comienza. Las palmas sobre las rocas, y la espalda abierta al deseo. Los dedos que hasta hace segundos besaba, se abren paso dentro suyo, anticipando el calor vibrante que se avecina. Y no recuerda si susurra o grita, que lo quiere en él, profundo y fuerte.

Cuando sol comienza a caer en el horizonte, los brazos firmes aun lo rodean y se despegan perezosos de su cuerpo.
—Hora de volver a la civilización —anuncia mientras recoge la ropa y se acicala — ¿Cenamos?

Extiende su mano para ayudarlo a incorporarse, los finos dedos no lo sueltan. La noche cae rápida sobre el Palmar.
— ¿Cuál es tu nombre precioso?
— Ignacio… ¿el tuyo?
— Gustavo…mi nombre es Gustavo.

Continuará…


lunes, 29 de diciembre de 2014

Embrujo (11va parte) by Antonia y Elena

 Capítulo Anterior: http://actosdefeylibertad.blogspot.com.ar/2014/11/embrujo-10ma-parte-by-antonia-elena.html

Retira de un solo movimiento el pantalón y el bóxer, arrasa con su boca el blanco vientre, vuelve a los labios mientras se deshace de lo queda de ropa, avanza y se hunde en el cuerpo que se entrega aferrado a él, que lo abarca entre besos y humedades. Delinea con los dedos las cejas , los ojos pardos, la línea de la quijada y la amplia sonrisa, apacigua con la palma la respiración mientras se acurruca a su lado, las piernas entrelazadas, lo vuelve a besar, despacio, una y otra vez.
Lo mira dormir, la cabeza apoyada sobre su abdomen y los brazos firmemente agarrados a sus caderas. La luz que se filtra por las ventanas entreabiertas, endulzando sus rasgos ya relajados por el sueño.
Lo ve sonreír y trata de adivinar que está soñando, quizá cuando rozo su cuerpo con la punta de los dedos, con los labios húmedos de deseo, la lengua curiosa, el sexo túrgido.
Vendería su alma al diablo si pudiera hacer eterno el momento en que vio los mismos sentimientos reflejados en su mirada.. casi perdiendo el control de la realidad.. y sintió la soledad, al fin, abandonarlo – Te amo, precioso. – se da cuenta de haber hablado en voz alta cuando siente los dedos de Pedro entrelazarse a los suyos, abrir los ojazos marrones … incorporarse apoyado en él y besar, suave, sus labios – Yo también te amo. – esconde la cara en su pecho y suspira – Tenemos que trabajar, no?
Acaricia la espalda —Sí, lindo.
-Me ducho y empezamos.
-Dejame primero a mí. – sale del baño unos minutos después – Levantate, dale.
-Buscas el desayuno? Me muero de hambre.
Para cuando vuelve tiene ordenados los documentos que corresponden a cada sociedad – Mira esto.
Le alcanza una taza de café.
-Le pusiste azúcar?
-Cuatro. Medialunas o tostadas?
-Medialunas, y los movimientos de dinero entre todas ellas.
-Revisaste esto?
-Todavía no.
-Son contradocumentos, dame esa tostada para acá!
-Que dicen?
-Dijiste que querías las medialunas…
-Dije que tenía hambre.
-Acá consta la verdadera conformación de las sociedades, estos son los originales, la mayoría de las acciones – pasa las hojas – de todas, son del ministro.
-Enriquecimiento ilícito, incompatibilidad con el cargo, monopolio de medios de comunicación, lavado de efectivo…que más?
-Cuentas en el exterior…evasión fiscal…y estos movimientos bancarios de acá…son pagos a cuentas de… - busca la documentación de la causa que involucra a la hija de María – abogados de los testigos y uno de los jueces.
-Chequeemos una vez más a ver si esta todo completo.
Pasan las siguientes horas controlando y organizando toda la investigación y los cargos
-Y ahora?
-Hay que iniciar el juicio.
-Si llegamos vivos…
-El periodista ese amigo tuyo.
-Tiene parte de la información pero si lo hace publico.
-Llamalo. No, del celular no! Usa un teléfono público, y trae algo para almorzar!
No hay novedades en la noticias de la noche… - Junto las camas?
-Pensas dormir?
-Para que estés más cómodo vos, que sos más grande…
-Veni para acá atorrante…
Roza con la barba la frente antes de llenarla de besos mientras desabrocha la camisa y retira la suya. Besa los labios finos y se abandona a su boca. Sigue por el pecho amplio agitado y escucha el quejido cuando llega al sexo, los ojos negros en los suyos. Sonríe y recorre con la lengua la piel trémula de regreso a la boca que murmura la respuesta que espera – Si…
Se mueve despacio, imprimiendo una cadencia lenta que aumenta al ritmo hasta el final compartido.
Busca un cigarrillo – Vos crees que va a funcionar?
-La causa? Sí, tenemos to…
-Esto – lo interrumpe y hace un gesto que los incluye a ambos.
Lo estrecha fuerte, acaricia la frente y las mejillas y besa los labios carnosos.
-Te lo prometo.
La noticia estalla al día siguiente "Todavía ninguna confirmación de la Fiscalía. Fuentes oficiales informan que aún no fue hecha una denuncia formal contra el actual Jefe de Gabinete pero los rumores de una posible acusación por lavado de dinero, enriquecimiento ilícito estando en un cargo público y corrupción de testigos son cada vez más insistentes. El vocero del Gobierno se niega a hacer declaraciones  sobre los hechos pero el mundo político está convulsionado, las reuniones se suceden en casa de gobierno y...”
Unas horas después regresan a Buenos Aires, radican la denuncia y datos en mano, enfrentan a la prensa convocada en la planta baja de la oficina. Explican cada acusación hecha al ministro, haciendo públicas también las tentativas de homicidio para interrumpir las investigaciones.
“..como prometimos al asumir nuestra función el gobierno es el principal responsable de luchar contra la corrupción aunque involucre a sus propios miembros, sin importar el cargo que ocupen….”
Terminada la extendida conferencia de prensa… - Adonde vamos?
-A mi casa.
Se deja caer, agotado, en el sillón – Te quedas a dormir?
-Es un pedido Graziani?
-No te hagas el boludo y servime un whisky.
-Haces algo de comer?
-Siempre tenes hambre, vos?
-No. – sonríe pícaro mientras le alcanza el vaso – Siempre no. – atiende el teléfono que suena en su bolsillo y palidece cuando reconoce el numero.
-Quién es?
-El tipo del hospital. –atiende
-Pone el altavoz, nene. Buen trabajo, señores, no desagenden mi número.

Fin 

martes, 2 de diciembre de 2014

Sitiados (final) by Lupillar



III

Mira el reloj. 2:30 am. Aún persiste el dolor de cabeza y el cuerpo se niega a levantarse, le pesa. Observa la taza y las tostadas, tiene hambre pero el cansancio puede más. “Dale Guille, come algo” y la caricia en la espalda que lo estremece, un chispazo, un relámpago y lo ve acercarle el café. No se puede negar, cero voluntad. “Si Señor” obediente casi responde pero algo de orgullo debe tener.

Diez minutos después en el frió de la noche se abraza a Teresa. Le agradece por todo lo de hoy, por lo de siempre. Varias lágrimas corren sobre el rostro de la mujer, ahora Pedro la abraza asegurándole que se volverán a ver.

El hombre delgado se acerca, lo despide y le sonríe. “¿Aún no me recuerda no Graziani?” y la memoria lo lleva a los años de Universidad cuando un año más avanzado que él, al más destacado de los alumnos de derecho expulsaban de la facultad por exigir cupos para alumnos sobresalientes de bachiller que no tuvieran recursos económicos para pagar los costosos semestres. Martin Pizarro* abogado graduado en el exterior, reconocido ahora bajo un sobrenombre era parte de la filas insurgentes. Lo de ellos  no fue una amistad, Guillermo por aquellos años asistía a comités de estudiantes y en dos o tres ocasiones tuvo la oportunidad de escucharlo  e intercambiar opiniones.

— ¡Martín, 35 años!- el hombre lo abraza fuertemente, los años pasaron pero la esencia quedo. Le pide que se cuiden ahora que ambos están el ojo del huracán.
— La prensa se encargara de difundir al exterior que el carro bomba fuimos nosotros asi que los necesitamos fuera con todo lo que llevan.
— Lo haremos Martin, de eso Pedro y yo, nos vamos a  encargar.

El hombre lo mira con admiración “Usted Graziani fue siempre el mejor, un hijo de puta egocéntrico pero el mejor”.
Si en algún momento todo parecía una locura ahora un ligero “click” le aseguraba que estaba en el camino correcto, siempre lo estuvo. No era tan malo como en algún momento creyó de sí mismo. No era tan malo si la vida ahora lo ponía junto a Pedro en la misma ruta.
Observa como Martín lo despide “Las guerras tienen diversos frentes Pedro, acá es la lucha sangrienta, afuera es la lucha definitiva”. Pedro se aferra fuerte al cuerpo delgado, se separa veloz y sube al auto, en ningún momento mira hacia atrás.

El inicio del recorrido se hace en silencio. Con el paso de las horas lo ve más taciturno, distante. Sumergido quien sabe en qué pensamientos.

— Ey Pedro, ¿qué pasa?

Y lo ojos que dicen más que las palabras.

—Martin por años fue como mi padre y Teresa como mi hermana. ¿Recordás la masacre de hace días?
—Si. En Copacabana
—El hijo menor de Martin estudiaba derecho, estaba en tercer año cuando fue el golpe, a pesar de todo se negó a irse del país. Lo secuestraron y ahora sabemos que fueron los de “La Mano Negra” ocho días después su cuerpo fue encontrado junto al de su amigo.
Guillermo recuerda a Fabián, y un dolor de perdida, una sensación cercana al pánico le invade el alma.
—Son mi familia, ellos. Que no tienen nada que ver conmigo, ningún lazo de sangre y ahora los pierdo.

Pedro se derrumba. Un jadeo lastimero seguido del llanto ya incontrolable se apodera de su cuerpo. Y el abrazo urgente, poderoso que Guillermo le brinda.

—Acá estoy Pedro. Ahora y siempre. No los vas  a perder.

Cuatro horas más adelante cambian de auto; un automóvil nada llamativo.  Descansan unos minutos mientras cargan combustible,  ya el viernes en la mañana llegan a Sierra nevada una de las zonas más alejadas del país, a un día de la frontera oeste.

—Debemos descansar Pedro, llevamos  24 horas sin parar.
—A una hora de acá hay una finca, ahí paramos.

Se desvían de la vía principal, la carretera se convierte en un tramo destapado, en ascenso y el frio se hace más penetrante.
Guillermo observa La zona boscosa, salpicada de una variedad floral que pocas veces había visto y en medio del verde  de la montaña los recibe una casa de paredes blancas, de un solo piso con ventanales en madera, rodeada de amplios barandales, vieja pero aparentemente en buen estado.

—Para el domingo en la noche ustedes deben estar atravesando la frontera, una guardia  de Martin  facilitará el proceso.
—¿Y los papeles?
—A las 15 debo estar en el pueblo para recogerlos. ustedes se harán pasar por dos ingenieros de la mina, recién llegados.
—Entonces vamos
—No Guillermo, en el pueblo ya me conocen, si llego con un desconocido llamaremos la atención, ustedes descansen y ya mañana en la tarde les diré como seguimos la ruta. Lo observan partir en medio de la neblina.

Guillermo trata de acomodarse por décima vez en la cama, se supone que el cansancio lo fundiría en cuestión de segundos pero tiene la mente puesta en Pedro, afuera con un cigarrillo en la mano mirando a la nada.

Sabe que el chico está desbordado, que ha vivido mostrando una farsa por demasiado tiempo y que el golpe de la realidad lo ha fracturado, no se vive todos los días al filo de una situación así, debe darle espacio para que diga todo lo que ha pasado en las últimas horas, lo sabe fuerte, ya se lo ha demostrado. Lo recuerda de nuevo la primera vez que lo vio, la mirada clara y cada una de las sensaciones que se despertaron en aquel instante. Y se duerme sin darse cuenta pensando en los ojos de color oliva.

Para Pedro alejarse no era un fracaso, durante muchos años deseó dejar todo atrás, pero ahora que conocía el valor de la amistad y el calor de sentirse en familia lo anclaban, cada uno de ellos se trasformaba en una preocupación y una bendición.

La neblina se disipa y se abre paso un ligera llovizna, camina por el sendero y ve fascinado como la primera vez que estuvo allí el verde casi brillante, las montañas inmensas que no sabría cuando volvería a ver y recuerda a Teresa aquella noche hace un par de años que con un puñado de tierra en la mano le dijera que “por esto acá o allá vale la pena pelear”. Se gira hacia la casa, por alguna razón con Guillermo allí se mitigan todos y cada uno de los dolores en el alma, se sorprende saber que todo inicio cuando lo conoció y de alguna manera concluye allí con él.

Se despierta al sentir el cuerpo de Pedro a su lado, sus manos frías rozar las suyas, y el aroma a humedad en los cabellos.  “¿Estás bien?” – “Si, abrázame” y así lo hace. Aquella mañana y durante toda la tarde la llovizna persiste, el camino se vuelve fangoso y la neblina de nuevo oculta la casa blanca entre las montañas.

Abre los ojos de repente, desubicado. Mira alrededor. Oscuridad. Se concentra  dos segundos y el calor acogedor le recuerdan donde, cuando y con quien esta. Acaricia el rostro, el cabello, pasan los minutos y con calma se cerciora que Pedro está allí con él. El hambre se hace insoportable, se levanta decidido a preparar algo. Pelea encendiendo la vieja estufa, y milagrosamente encuentra con que hacer algo decente. Lo escucha llegar a su lado.

—Riquísimo!- el pelo desordenado y los ojos inmensos devorándose todo a su paso
—¡Te comiste todo!
—Dale guille, prepara más…

Sentados en la escalera detallan pocos minutos como un sol débil con los únicos rayos del día se esconden tras las nubes mientras la noche va cayendo.
Pedro le cuenta como los conoció a cada uno de ellos, como día a día se fortalecieron él, su vida y su convicción.

Guillermo habla de sus amigos cercanos, los asesinados, el cómo se mantuvo vivo y como esa misma convicción lo mantuvieron fiel a él pero sobre todo a su hijo Fabián. De su ex esposa y de sus deseos de regresar alguna vez.

—¿Alguna vez regresaremos?- le pregunta Pedro con la mirada de nuevo perdida sobre las montañas.
—Claro que si Pedro, regresaremos-

Le acaricia la nuca rodando la yema de los dedos, siente al chico estremecerse y toda la contención armada por tanto tiempo se desenfrena. Siente la contundencia del beso hacer que pierda el equilibrio. La noche anterior en la ciudad fue de un simple reconocimiento, de palparse la piel. Ahora era diferente, era pura necesidad de estar el uno en el otro, no había término medio, no existía tiempo para mirarse, solo sentirse.

La puerta se cierra violentamente. Los besos agresivos se desbocan, se tallan la piel con caricias profundas que arrancan gemidos, las uñas dibujan caminos y los dientes marcan ya terrenos cedidos. Pedro en Guillermo, Guillermo en Pedro, una madeja de brazos y piernas que convulsiona, tiembla y se calma para dar inicio a otra avalancha de roces. Pedro gime entregado y Guillermo avasallado besa el cuello largo. No pueden parar, una batalla por perderse en el aroma, arrancarse la piel, adorarse el alma. Palabras sin sentido, de lujuria, de ternura se escuchan mientras de nuevo la lluvia comienza a repicar en el cristal de las ventanas.

Saben que tienen las horas contadas, minuto a minuto se disfruta el uno del otro; se analizan, se reconocen, se tocan, se aman. Llega la tarde y Beto regresa. Les entrega los salvoconductos falsos que los acreditan como ingenieros con un permiso especial para pasar la frontera.

—Yo me quedo en el pueblo. Ustedes deben seguir por la carretera paralela. Si se van por la via principal no llegan el domingo.

Al borde de la media noche se despiden “Cuídense” la última palabra entrecortada que le escuchan a Beto. De nuevo otro trayecto por una carretera ilegal que les acortara trayecto. Guillermo mira el perfil concentrado de  Pedro, le acaricia la mejilla.

—Te prometo que regresaremos

Y Pedro se detiene unos metros adelante, le tomas las manos, y las besa.

—Donde estés vos, esta mi hogar. Y claro que si,...regresaremos.

Pasado el medio dia del domingo llegan a Carchi  la ciudad fronteriza. Dejan el auto en una de las plazas de la entrada, sacan las mochilas y buscan un sitio para almorzar. La ciudad es pequeña y helada. Durante el año solo en los meses de diciembre y enero sube la temperatura, ciudad gris pero con gran movimiento comercial. La minería es uno de los sustentos de la gente común que apenas les brinda abasto para un plato de comida al día. Una de las tantas cosas por las que los grupos insurgentes pelean. El Gobierno Rojo entregaba el subsuelo del país a multinacionales extranjeras que sacaban oro y otros minerales, empobreciendo al pueblo y la tierra. Pedro observa como mujeres con niños piden en la calle para cualquier alimento, niñas vendiéndose por unas monedas apenas resguardadas con escasas ropas del frio penetrante. La indignación lo enfurecen, Guillermo lo observa.

—No te sientas mal. Por esto nos tenemos que ir.

Durante la tarde recorren algunos bares, el movimiento de la gente es continuo así que no se preocupan por ser caras desconocidas, allí todos son desconocidos. Son uno más en la multitud.
A las ocho de la noche es el cambio de guardia, saben que son dos tipos que trabajan para Martin y la causa, ayudan para el paso ilegal y para entregar coordenadas de las nuevas minas.

—¿Estás listo?
—Si- Pedro suspira, la noche se cierra sin una sola estrella en el cielo.

Sacan las cedulas y los salvoconductos.

—¿Rubén? – lo mira burlón mordiéndose el labio inferior.
—¿Ernesto?
—Te luce el Rubén- Pedro se acerca y sutilmente le roza con la nariz la oreja, lo deja suspendido en el tiempo y aprovecha para alejarse.

Guillermo cae en cuenta segundos más tarde, lo sigue e Inicia el camino al puente “La Caro”. El puente que hace de paso fronterizo, lo pasarían como cualquier otro paisano de los alrededores, pero antes deberían presentar los documentos a la guardia, sellar y firmar.
Se acercan a las celdas, ubicadas a ambos lados del inicio del puente. Los faros son apenas nidos amarillentos apunto de fundirse, la construcción esta a punto de derrumbarse con olor a tubería, no se explican como aquel sitio con aquellas condiciones se diga gubernalmental. Guillermo detalla policía militar a lo largo del puente, cada dos metros mas o menos hay un chico apostado con arma en mano, no solo es pasar el sellado de los papeles , es pasar los casi 100 metros del puente sin ser detenido.
Recuerdan el apellido de a quien deben esperar: “Olarte” y lo observan salir del baño. Pedro lo mira insistente. El tipo se fija, se ubica en la casilla, los mira y los llama. Repara en los documentos.

—Su nombre.
—Ernesto Acosta-
—Acá dice ingeniero
—Si. Trabajo para Gold Continental.

El tipo frio, demasiado sereno, firma y sella. Le pregunta lo mismo a Guillermo. Pero antes que tome los papeles, con la mirada baja le aclara lo último que deben hacer. “Caminen tranquilos, no corran, charlen, que no los vean nerviosos”.

Pasan el registro y recogen las mochilas al pasar el escáner. Pedro titubea al ver los soldados, Guillermo lo sostiene del codo. “Vamos Ernesto”.

El puente no es largo, de alrededor cien metros sobre uno de los ríos más caudalosos del país. Pedro por última vez se gira y mira la ciudad que a diferencia del resto del interior esta iluminada las 24 horas. En su mente se despide, mira a Guillermo y sonríe.

—Vamos.

Para Guillermo es dejar atrás muchas metas, los sueños de cosas que se quedaron en el tintero, pero sobretodo el dolor de años anteriores. Observa a Pedro, no sabe cómo expresarle con palabras que su  amor lo salvo, lo creyó errado en un principio pero aun así lo mantuvo en pie. Como si Pedro lo escuchara le sonríe, caminan, un dialogo silencioso, de miradas donde cada uno de ellos, en cada paso dado abandona un historia y comienza otra. Con un objetivo y una meta en común.

—¿Sabes que Guille?
—¿Qué? - mira el piso, con las manos en los bolsillos, buscando algo de calor.
—Te amo.

Guillermo se detiene a la mitad del puente. Pedro lo mira, con los ojos inmensos. Unas ganas de besarlo le surgen como un huracán, pero nada más  que aquel momento inoportuno.

—Dale, vamos
—¿Qué me acabas de decir?

Y le escucha la risa, clara, deliciosa y se imagina dándole un beso a los labios carnosos.

—Que te amo Guille, ¿no entendes?

Siente de repente calor en todo el cuerpo, le estorba la chaqueta, le estorba la luz de los focos, solo lo ve a él.

—¿Desde cuándo?
—Desde siempre, desde que te vi.

Guillermo le roza el brazo con el suyo, se empujan en un juego. Se fijan minutos después que hace mucho atravesaron el puente, están en tierra extranjera. Pedro le toma el rostro entre las manos y lo besa en una esquina sin faro.

A la mañana siguiente parten hacia la cancillería con  solicitud de asilo político, la lucha continua, ahora para ellos de otra manera, pero igual de ardua. Los recogerán en unas horas en el hotel, con rumbo a la capital. Fabián los espera.

Antes de bajar al lobby Guillermo por primera vez logra expresar en palabras lo que lleva en el alma.

—Yo también te amo Pedro.


Y el chico le sonríe, luminoso, único. Único como lo de ellos. Un mundo de dos. Un país de dos. Una nación independiente a todos.


Fin


martes, 25 de noviembre de 2014

Sitiados (2da parte) by Lupillar


Capítulo II


Los últimos días habían sido un infierno. Sin dormir, sin comer. Guillermo declinó cualquier ayuda de su parte. Debe sacarlo a como dé lugar de la Corte en el trascurso de la mañana; trabajo difícil con el reloj en contra y la terquedad de Graziani.

Durante aquellos días se recrimino la estupidez de abrirle el corazón a Guillermo, vio ese “no sabe que” en su mirada. Como no lo iba a despreciar si ante los ojos de todos era un vendido.

Deposita un cigarrillo más a la colección del cenicero sobre la mesa de noche, una mirada a su reflejo en el espejo; ojeras, barba descuidada y ojos opacos. Se veía como un perdedor. Eso lo era hacia mucho tiempo, un perdedor con ínfulas de héroe y en el peor de los casos  de mártir por una patria que parecía no merecer nada de sus actos. Mira de nuevo el paquete de cigarrillos desecha y la nota que Marcial le dejara el día anterior.

“Mendoza te descubrió, salí del país.”

Lo ve llegar como siempre, puntual. La decisión ya está tomada. Total, ya saben de él, es sólo cuestión de días que decidan y lo liquiden. Marca directo a su oficina. “¿Doctor Graziani, me acepta un café?” escucha la voz sorprendida pronunciando su nombre, tiembla al escucharlo, cierra los ojos. “¿Escuché bien?” pregunta Guillermo. “Muy bien, lo llevo a su oficina”

Mira el reloj, se estipula que el movimiento se haga en menos de una hora, el mismo tiempo que tiene para convencer a Guillermo que salga del país el mismo día.
El café oscuro, cargado. Lo deja sobre la mesa y una servilleta con sobres de azúcar.

— Sin azúcar, gracias- lo mira directo, de pie junto a la silla.
— Endulzado es mejor- Los dedos deslizan insistentemente el papel.

Guillermo desvía la mirada, una nota en la servilleta “en 10 minutos, estacionamiento dos, 13”

— ¿Qué quiere Doctor Beggio?- Guillermo guarda la servilleta en el bolsillo del pantalón.

Pedro de nuevo lo mira como “esa” noche y por un segundo pierde la conexión de la realidad. Guillermo le detalla el rosto y siente el hormigueo en la palma de la mano deseoso de acariciarle la piel.

— Que por una única vez confíes en mí-  de nuevo la mirada.

Que lo deja allí con el corazón desbocado, nervioso por él, temeroso de la hora sin poder hacer nada y con unas ansias locas que lo devoran desde que lo tuvo a centímetros de su cuerpo.

*  *  *

Apenas iluminado el estacionamiento ubica el automóvil azul de Pedro. Se acerca y mira alrededor, lo ve llegar con un paquete y hacerle una señal. “Más allá”.

Acorralado contra la pared, el calor y el ruido  irradiado por el aire circulante de las tuberías lo embotan. Siente cierto alivio poder mirarlo libremente, siempre lo ha hecho a hurtadillas. Y Pedro de nuevo demasiado cerca, le entrega el paquete. Guillermo se preguntaba porque allí.

— En la oficina…
— Este es un punto ciego, libre de las cámaras de vigilancia. Las tuberías y el radiador interfieren con el sonido. Es seguro.
— ¿Qué es esto?
— Toda la información de los más importantes mandos del gobierno, cuentas extranjeras, testaferros, lavado de dinero. Etc. Copias de originales.
— Pedro…
— ¿Sé que vos tenés evidencia de varios sitios utilizados como calabozos clandestinos no es así?

Guillermo si confiar aun, sólo lo mira; su cercanía lo tienen a punto de perder la concentración.

— No importa, sé que tenés eso. Estas memorias tienen todos los listados de presos y su ubicación especifica. Esta otra memoria. Los miembros de la “Mano Negra”.
— ¿Cómo es que me das esto? ¿de dónde lo sacaste?
— Ha sido mi trabajo por estos tres años, coleccionar e informar.

Guillermo abre los ojos, como pudo ser tan imbécil, el muchachito los engaño a todos, a él sobretodo. Trata de alejarse de la pared, buscar aire pero la mano de Pedro en su pecho lo detiene.

— Pedro, vos me dijiste que el petardo…
— No podemos hacer nada. En el primer piso, en la cafetería hay un acceso directo a la calle octava, te espera un hombre rubio, alto. Sólo cinco minutos estará después de la explosión. Él te llevará a un sitio seguro mientras se hacen todos los arreglos para que salgas del país.

Guillermo incrédulo escucha, la ira se enciende en cuestión de segundos y lo enfrenta mirándolo a los ojos.

—¿Vos pensás que soy un pendejo? ¿crees que voy a salir así porque si huyendo?
Pedro suspira, ya intuía el berrinche.
— No creo que seas un pendejo, te creo lo que sos, un tipo incorruptible, el que llevará a buen puerto todo mi trabajo de tantos años, sos el único…- suspira y se acerca- en el que confío.
— Pedro…- Guillermo lo mira los ojos, luego la boca y siente el aire que exhala el chico en un intento por mantener el control.

El ruido de la puerta los alerta, nerviosos se distancian, Pedro se aclara la garganta y saca otro paquete del auto, igual al que le entrego.

— Vamos Graziani- hace un ligero movimiento de cabeza.

Lo ve alejarse, recorre con la mirada la figura, no es ajeno a su cuerpo, nunca lo fue. Lo sigue encendiendo con sólo su presencia y el olor de su perfume. Lo sigue por la escalera.

— En 15 minutos Guillermo. Donde te dije.

No alcanza a preguntarle qué hará después o como se comunicarán, cuando escucha a Pedro sorprendido al llegar a la puerta de su oficina.

— ¿Qué haces acá?- empuja al hombre alto hacia el interior. Guillermo recuerda “rubio, alto” debe ser él. El hombre lo mira de manera sigilosa, dudando.
— Habla, sabes quién es. ¿Qué pasa?

El hombre nervioso se pasa las manos por los cabellos.

—Pedro, te mandaron a matar, hoy. Marcial me llamó para advertirme. Cambiaron los planes. Se vienen conmigo los dos.

Los sorprende el ruido agudo y potente que retumba, el temblor de la tierra que los hace perder el equilibrio. Guillermo sólo alcanza a ver en milésimas de segundo el rostro trasfigurado de Pedro antes de sentir una punzada dolorosa sobre su sien derecha. Luego silencio y oscuridad.

*  *  *

El dolor de cabeza le atenaza desde la frente a la nuca, profundo y sordo. La pierna derecha encalambrada por el peso de todo el cuerpo lo hace gruñir, levanta la mano para sostenerse y girar. Encuentra vacío. El calor de una caricia en su frente y el rumor de su nombre repetido varias veces lo regresan a la realidad. La voz de Pedro. Con esfuerzo abre los ojos y la dolorosa luz lo hace quejarse de nuevo.

— Shh… Tranquilo, Guillermo tranquilo.
— Me duele…
— Te golpeaste la cabeza.

Se gira, su cabeza recostada en el regazo de Pedro y le observa la camisa ensangrentada. Temeroso pone la palma de la mano en su pecho.

— ¡Pedro!
— Estoy bien, es tu sangre. La estantería cayó sobre nosotros. Necesitas puntos. No te muevas. Ya casi llegamos.

Recorre el espacio con la mirada. Un auto. El tapizado desecho, viejo. El dolor punzante, que lo hace cerrar los ojos. Se concentra en las manos que lo sostienen. La voz liquida, deliciosa que lo calma. “Tranquilo, Guille, tranquilo, Shh” Ese Guille lo estremece, toma una de las manos y la besa. Recorre con los labios los nudillos.

— No te duermas, abri los ojos.
— La luz…
— No te podes dormir.
— Estoy cansado.
— Ya sé…Guille…

Guillermo sonríe y Pedro sin saber cómo reaccionar a los besos y a esa sonrisa pregunta temeroso “¿qué pasa?”

— Me gusta. Eso de Guille

El recorrido se va en preguntas constantes de Pedro para verificar el estado de confusión, no puede dejar de estar atento a cada indicio, a cada uno de sus movimientos. La adrenalina por el momento de alerta va desapareciendo a medida que el cuerpo se relaja. Magullones, rasguños, uno a uno se manifiestan pero nada puede borrar lo que allí sucede, la cercanía ganada en cuestión de minutos, así después Guillermo alegue amnesia temporal.

Poco más de  hora y media de recorrido el auto se detiene. Bajan como pueden a Guillermo que reabre la herida con el movimiento.

— ¡Pedro! – una mujer los hace seguir y bajar lentamente a un sótano más iluminado que la calle misma. Un bunker con un salón de fondo y otra habitación similar a una enfermería.
— ¿Dónde estamos?- pregunta Guillermo ya sobre la camilla
— Mi casa Guille. Mi verdadera casa.

Cae la noche y ve como alrededor de ellos algunos hombres se despliegan. Al que cree medico lo ve seco, distante pero hábil en la labor de suturarlo. Le realiza varias pruebas de coordinación, lo ve atender un golpe en las costillas de Pedro y una herida en el brazo del rubio. Le llama la atención como los hombres se acercan a ambos con una muestra especial de afecto, de cercanía y sinceridad. Pedro brilla y cada tanto le regala una sonrisa. Lo tiene anonadado.

— ¿Qué hora es?- pregunta Guillermo al ver el bunker aun con luz
— Las 9:30
— Aun hay luz…
— Dr Graziani, tenemos un generador propio, para urgencias como esta.

El tipo es de su estatura, delgado, de una apariencia insignificante. Sabe que lo conoce pero no recuerda de dónde.

Los hombres suben y Pedro suavemente se le acerca e inspecciona la herida. Miradas, sonrisas. Lo ayuda a salir y descubre una casa sencilla. La mujer de antes los recibe con dos tazas de café en la mano. Embarazada.

— Así que usted es el Dr. Guillermo Graziani.
— ¿Si, mucho gusto y usted?
— Teresa Olaya
— Gracias Teresa.
— Es un gusto tener a uno de los incorruptibles con nosotros.

Guillermo se pierde en los sendos ojos verdes de la mujer, la ve aguerrida, fuerte, pero noble y muy sincera.

Se sientan en la sala con otros, a los que Pedro, presenta uno a uno y a la luz de las velas le dan la bienvenida.

Guillermo se da cuenta que antes que sean combatientes, son un grupo de intelectuales ya cercados por la policía militar. Pedro era un acceso libre y pleno al sistema gubernamental, ahora descubierto, corrían  riesgo él y el grupo entero.
Teresa la última en despedirse le susurra algo a Pedro.

— ¿Qué te dijo?
— Nada Guillermo.
— ¿Qué te dijo? ¿Es sobre mí?
— Uhh pero egocéntrico Graziani, no todo gira a tu alrededor- le ve la sonrisa diáfana que tanto le gusta.

Su mirada se posa en la calle, a través de los ventanales. Las estrellas se ven resplandecientes en este lado de la ciudad, el lado pobre de la sociedad y el cerro distante, vigilante. Se levanta y se sienta cerca a Pedro.

— Te pido disculpas.
— ¿Por qué?
— Por dudar de vos, por todo, por cómo te trate, por como…
— Basta Guillermo, así tenía que ser.
— Perdóname Pedro.

La luz de la vela parpadea. Pedro y su sonrisa. Todo tenía que ver con Pedro durante aquellos años.

— Muy bien, para que estés tranquilo, te perdono.

Y le da rienda suelta a la necesidad de la piel, la cercanía lo invita a rozarle el rostro, a delinear la frente y dibujar las cejas. Pedro suspira, le ronda la boca y le toca los labios llenos.

La puerta se abre y la voz pausada de Beto, el hombre rubio se escucha suave.

— Salimos en tres horas Pedro, están rastreando la ciudad, no demoran en llegar a las provincias.
— Gracias Beto.

Los ojos cristalinos fijos en los ojos más oscuros.

—Tenemos tres horas-  siente el aliento cercano a su rostro.
— Tres horas precioso.

Y la luz de la vela se extingue, la ciudad entera queda a oscuras.

Continuará...