martes, 2 de diciembre de 2014

Sitiados (final) by Lupillar



III

Mira el reloj. 2:30 am. Aún persiste el dolor de cabeza y el cuerpo se niega a levantarse, le pesa. Observa la taza y las tostadas, tiene hambre pero el cansancio puede más. “Dale Guille, come algo” y la caricia en la espalda que lo estremece, un chispazo, un relámpago y lo ve acercarle el café. No se puede negar, cero voluntad. “Si Señor” obediente casi responde pero algo de orgullo debe tener.

Diez minutos después en el frió de la noche se abraza a Teresa. Le agradece por todo lo de hoy, por lo de siempre. Varias lágrimas corren sobre el rostro de la mujer, ahora Pedro la abraza asegurándole que se volverán a ver.

El hombre delgado se acerca, lo despide y le sonríe. “¿Aún no me recuerda no Graziani?” y la memoria lo lleva a los años de Universidad cuando un año más avanzado que él, al más destacado de los alumnos de derecho expulsaban de la facultad por exigir cupos para alumnos sobresalientes de bachiller que no tuvieran recursos económicos para pagar los costosos semestres. Martin Pizarro* abogado graduado en el exterior, reconocido ahora bajo un sobrenombre era parte de la filas insurgentes. Lo de ellos  no fue una amistad, Guillermo por aquellos años asistía a comités de estudiantes y en dos o tres ocasiones tuvo la oportunidad de escucharlo  e intercambiar opiniones.

— ¡Martín, 35 años!- el hombre lo abraza fuertemente, los años pasaron pero la esencia quedo. Le pide que se cuiden ahora que ambos están el ojo del huracán.
— La prensa se encargara de difundir al exterior que el carro bomba fuimos nosotros asi que los necesitamos fuera con todo lo que llevan.
— Lo haremos Martin, de eso Pedro y yo, nos vamos a  encargar.

El hombre lo mira con admiración “Usted Graziani fue siempre el mejor, un hijo de puta egocéntrico pero el mejor”.
Si en algún momento todo parecía una locura ahora un ligero “click” le aseguraba que estaba en el camino correcto, siempre lo estuvo. No era tan malo como en algún momento creyó de sí mismo. No era tan malo si la vida ahora lo ponía junto a Pedro en la misma ruta.
Observa como Martín lo despide “Las guerras tienen diversos frentes Pedro, acá es la lucha sangrienta, afuera es la lucha definitiva”. Pedro se aferra fuerte al cuerpo delgado, se separa veloz y sube al auto, en ningún momento mira hacia atrás.

El inicio del recorrido se hace en silencio. Con el paso de las horas lo ve más taciturno, distante. Sumergido quien sabe en qué pensamientos.

— Ey Pedro, ¿qué pasa?

Y lo ojos que dicen más que las palabras.

—Martin por años fue como mi padre y Teresa como mi hermana. ¿Recordás la masacre de hace días?
—Si. En Copacabana
—El hijo menor de Martin estudiaba derecho, estaba en tercer año cuando fue el golpe, a pesar de todo se negó a irse del país. Lo secuestraron y ahora sabemos que fueron los de “La Mano Negra” ocho días después su cuerpo fue encontrado junto al de su amigo.
Guillermo recuerda a Fabián, y un dolor de perdida, una sensación cercana al pánico le invade el alma.
—Son mi familia, ellos. Que no tienen nada que ver conmigo, ningún lazo de sangre y ahora los pierdo.

Pedro se derrumba. Un jadeo lastimero seguido del llanto ya incontrolable se apodera de su cuerpo. Y el abrazo urgente, poderoso que Guillermo le brinda.

—Acá estoy Pedro. Ahora y siempre. No los vas  a perder.

Cuatro horas más adelante cambian de auto; un automóvil nada llamativo.  Descansan unos minutos mientras cargan combustible,  ya el viernes en la mañana llegan a Sierra nevada una de las zonas más alejadas del país, a un día de la frontera oeste.

—Debemos descansar Pedro, llevamos  24 horas sin parar.
—A una hora de acá hay una finca, ahí paramos.

Se desvían de la vía principal, la carretera se convierte en un tramo destapado, en ascenso y el frio se hace más penetrante.
Guillermo observa La zona boscosa, salpicada de una variedad floral que pocas veces había visto y en medio del verde  de la montaña los recibe una casa de paredes blancas, de un solo piso con ventanales en madera, rodeada de amplios barandales, vieja pero aparentemente en buen estado.

—Para el domingo en la noche ustedes deben estar atravesando la frontera, una guardia  de Martin  facilitará el proceso.
—¿Y los papeles?
—A las 15 debo estar en el pueblo para recogerlos. ustedes se harán pasar por dos ingenieros de la mina, recién llegados.
—Entonces vamos
—No Guillermo, en el pueblo ya me conocen, si llego con un desconocido llamaremos la atención, ustedes descansen y ya mañana en la tarde les diré como seguimos la ruta. Lo observan partir en medio de la neblina.

Guillermo trata de acomodarse por décima vez en la cama, se supone que el cansancio lo fundiría en cuestión de segundos pero tiene la mente puesta en Pedro, afuera con un cigarrillo en la mano mirando a la nada.

Sabe que el chico está desbordado, que ha vivido mostrando una farsa por demasiado tiempo y que el golpe de la realidad lo ha fracturado, no se vive todos los días al filo de una situación así, debe darle espacio para que diga todo lo que ha pasado en las últimas horas, lo sabe fuerte, ya se lo ha demostrado. Lo recuerda de nuevo la primera vez que lo vio, la mirada clara y cada una de las sensaciones que se despertaron en aquel instante. Y se duerme sin darse cuenta pensando en los ojos de color oliva.

Para Pedro alejarse no era un fracaso, durante muchos años deseó dejar todo atrás, pero ahora que conocía el valor de la amistad y el calor de sentirse en familia lo anclaban, cada uno de ellos se trasformaba en una preocupación y una bendición.

La neblina se disipa y se abre paso un ligera llovizna, camina por el sendero y ve fascinado como la primera vez que estuvo allí el verde casi brillante, las montañas inmensas que no sabría cuando volvería a ver y recuerda a Teresa aquella noche hace un par de años que con un puñado de tierra en la mano le dijera que “por esto acá o allá vale la pena pelear”. Se gira hacia la casa, por alguna razón con Guillermo allí se mitigan todos y cada uno de los dolores en el alma, se sorprende saber que todo inicio cuando lo conoció y de alguna manera concluye allí con él.

Se despierta al sentir el cuerpo de Pedro a su lado, sus manos frías rozar las suyas, y el aroma a humedad en los cabellos.  “¿Estás bien?” – “Si, abrázame” y así lo hace. Aquella mañana y durante toda la tarde la llovizna persiste, el camino se vuelve fangoso y la neblina de nuevo oculta la casa blanca entre las montañas.

Abre los ojos de repente, desubicado. Mira alrededor. Oscuridad. Se concentra  dos segundos y el calor acogedor le recuerdan donde, cuando y con quien esta. Acaricia el rostro, el cabello, pasan los minutos y con calma se cerciora que Pedro está allí con él. El hambre se hace insoportable, se levanta decidido a preparar algo. Pelea encendiendo la vieja estufa, y milagrosamente encuentra con que hacer algo decente. Lo escucha llegar a su lado.

—Riquísimo!- el pelo desordenado y los ojos inmensos devorándose todo a su paso
—¡Te comiste todo!
—Dale guille, prepara más…

Sentados en la escalera detallan pocos minutos como un sol débil con los únicos rayos del día se esconden tras las nubes mientras la noche va cayendo.
Pedro le cuenta como los conoció a cada uno de ellos, como día a día se fortalecieron él, su vida y su convicción.

Guillermo habla de sus amigos cercanos, los asesinados, el cómo se mantuvo vivo y como esa misma convicción lo mantuvieron fiel a él pero sobre todo a su hijo Fabián. De su ex esposa y de sus deseos de regresar alguna vez.

—¿Alguna vez regresaremos?- le pregunta Pedro con la mirada de nuevo perdida sobre las montañas.
—Claro que si Pedro, regresaremos-

Le acaricia la nuca rodando la yema de los dedos, siente al chico estremecerse y toda la contención armada por tanto tiempo se desenfrena. Siente la contundencia del beso hacer que pierda el equilibrio. La noche anterior en la ciudad fue de un simple reconocimiento, de palparse la piel. Ahora era diferente, era pura necesidad de estar el uno en el otro, no había término medio, no existía tiempo para mirarse, solo sentirse.

La puerta se cierra violentamente. Los besos agresivos se desbocan, se tallan la piel con caricias profundas que arrancan gemidos, las uñas dibujan caminos y los dientes marcan ya terrenos cedidos. Pedro en Guillermo, Guillermo en Pedro, una madeja de brazos y piernas que convulsiona, tiembla y se calma para dar inicio a otra avalancha de roces. Pedro gime entregado y Guillermo avasallado besa el cuello largo. No pueden parar, una batalla por perderse en el aroma, arrancarse la piel, adorarse el alma. Palabras sin sentido, de lujuria, de ternura se escuchan mientras de nuevo la lluvia comienza a repicar en el cristal de las ventanas.

Saben que tienen las horas contadas, minuto a minuto se disfruta el uno del otro; se analizan, se reconocen, se tocan, se aman. Llega la tarde y Beto regresa. Les entrega los salvoconductos falsos que los acreditan como ingenieros con un permiso especial para pasar la frontera.

—Yo me quedo en el pueblo. Ustedes deben seguir por la carretera paralela. Si se van por la via principal no llegan el domingo.

Al borde de la media noche se despiden “Cuídense” la última palabra entrecortada que le escuchan a Beto. De nuevo otro trayecto por una carretera ilegal que les acortara trayecto. Guillermo mira el perfil concentrado de  Pedro, le acaricia la mejilla.

—Te prometo que regresaremos

Y Pedro se detiene unos metros adelante, le tomas las manos, y las besa.

—Donde estés vos, esta mi hogar. Y claro que si,...regresaremos.

Pasado el medio dia del domingo llegan a Carchi  la ciudad fronteriza. Dejan el auto en una de las plazas de la entrada, sacan las mochilas y buscan un sitio para almorzar. La ciudad es pequeña y helada. Durante el año solo en los meses de diciembre y enero sube la temperatura, ciudad gris pero con gran movimiento comercial. La minería es uno de los sustentos de la gente común que apenas les brinda abasto para un plato de comida al día. Una de las tantas cosas por las que los grupos insurgentes pelean. El Gobierno Rojo entregaba el subsuelo del país a multinacionales extranjeras que sacaban oro y otros minerales, empobreciendo al pueblo y la tierra. Pedro observa como mujeres con niños piden en la calle para cualquier alimento, niñas vendiéndose por unas monedas apenas resguardadas con escasas ropas del frio penetrante. La indignación lo enfurecen, Guillermo lo observa.

—No te sientas mal. Por esto nos tenemos que ir.

Durante la tarde recorren algunos bares, el movimiento de la gente es continuo así que no se preocupan por ser caras desconocidas, allí todos son desconocidos. Son uno más en la multitud.
A las ocho de la noche es el cambio de guardia, saben que son dos tipos que trabajan para Martin y la causa, ayudan para el paso ilegal y para entregar coordenadas de las nuevas minas.

—¿Estás listo?
—Si- Pedro suspira, la noche se cierra sin una sola estrella en el cielo.

Sacan las cedulas y los salvoconductos.

—¿Rubén? – lo mira burlón mordiéndose el labio inferior.
—¿Ernesto?
—Te luce el Rubén- Pedro se acerca y sutilmente le roza con la nariz la oreja, lo deja suspendido en el tiempo y aprovecha para alejarse.

Guillermo cae en cuenta segundos más tarde, lo sigue e Inicia el camino al puente “La Caro”. El puente que hace de paso fronterizo, lo pasarían como cualquier otro paisano de los alrededores, pero antes deberían presentar los documentos a la guardia, sellar y firmar.
Se acercan a las celdas, ubicadas a ambos lados del inicio del puente. Los faros son apenas nidos amarillentos apunto de fundirse, la construcción esta a punto de derrumbarse con olor a tubería, no se explican como aquel sitio con aquellas condiciones se diga gubernalmental. Guillermo detalla policía militar a lo largo del puente, cada dos metros mas o menos hay un chico apostado con arma en mano, no solo es pasar el sellado de los papeles , es pasar los casi 100 metros del puente sin ser detenido.
Recuerdan el apellido de a quien deben esperar: “Olarte” y lo observan salir del baño. Pedro lo mira insistente. El tipo se fija, se ubica en la casilla, los mira y los llama. Repara en los documentos.

—Su nombre.
—Ernesto Acosta-
—Acá dice ingeniero
—Si. Trabajo para Gold Continental.

El tipo frio, demasiado sereno, firma y sella. Le pregunta lo mismo a Guillermo. Pero antes que tome los papeles, con la mirada baja le aclara lo último que deben hacer. “Caminen tranquilos, no corran, charlen, que no los vean nerviosos”.

Pasan el registro y recogen las mochilas al pasar el escáner. Pedro titubea al ver los soldados, Guillermo lo sostiene del codo. “Vamos Ernesto”.

El puente no es largo, de alrededor cien metros sobre uno de los ríos más caudalosos del país. Pedro por última vez se gira y mira la ciudad que a diferencia del resto del interior esta iluminada las 24 horas. En su mente se despide, mira a Guillermo y sonríe.

—Vamos.

Para Guillermo es dejar atrás muchas metas, los sueños de cosas que se quedaron en el tintero, pero sobretodo el dolor de años anteriores. Observa a Pedro, no sabe cómo expresarle con palabras que su  amor lo salvo, lo creyó errado en un principio pero aun así lo mantuvo en pie. Como si Pedro lo escuchara le sonríe, caminan, un dialogo silencioso, de miradas donde cada uno de ellos, en cada paso dado abandona un historia y comienza otra. Con un objetivo y una meta en común.

—¿Sabes que Guille?
—¿Qué? - mira el piso, con las manos en los bolsillos, buscando algo de calor.
—Te amo.

Guillermo se detiene a la mitad del puente. Pedro lo mira, con los ojos inmensos. Unas ganas de besarlo le surgen como un huracán, pero nada más  que aquel momento inoportuno.

—Dale, vamos
—¿Qué me acabas de decir?

Y le escucha la risa, clara, deliciosa y se imagina dándole un beso a los labios carnosos.

—Que te amo Guille, ¿no entendes?

Siente de repente calor en todo el cuerpo, le estorba la chaqueta, le estorba la luz de los focos, solo lo ve a él.

—¿Desde cuándo?
—Desde siempre, desde que te vi.

Guillermo le roza el brazo con el suyo, se empujan en un juego. Se fijan minutos después que hace mucho atravesaron el puente, están en tierra extranjera. Pedro le toma el rostro entre las manos y lo besa en una esquina sin faro.

A la mañana siguiente parten hacia la cancillería con  solicitud de asilo político, la lucha continua, ahora para ellos de otra manera, pero igual de ardua. Los recogerán en unas horas en el hotel, con rumbo a la capital. Fabián los espera.

Antes de bajar al lobby Guillermo por primera vez logra expresar en palabras lo que lleva en el alma.

—Yo también te amo Pedro.


Y el chico le sonríe, luminoso, único. Único como lo de ellos. Un mundo de dos. Un país de dos. Una nación independiente a todos.


Fin


10 comentarios:

  1. Gracias.Me recorre el cuerpo un escalofrío de verlos en continuo peligro.Me gustó mucho.Ellos pueden ser Abogados,Médicos,Verduleros,Barrenderos que siempre serán nuestro Pedro y nuestro Guille.Gracias por mantenerlos vivos para nosotros.

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  2. siempre juntos, necesitandose mutuamente para seguir, amandose a pesar de las dificultades, gracias por tan hermoso relato.

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  3. Amandose siempre y en todo momento juntos ...Gracias!!

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  4. Guau!! cuesta recuperarse de la adrenalina, el suspenso... pensarlos en peligro... pensarlos amándose... Hermoso pensarlos juntos!!! siempre... salvándose uno y otro. Hermosa historia, gracias!!! Susy

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  5. Hermoso relato Lucero, dramático pero cargado de ternura y del amor que los salva. Me fascinó la parte en que a medida que atraviesan ese puente, que significa su pasaje a una nueva vida juntos, se van despojando de cosas y van dejando atrás partes de su pasado...muy simbólico y lleno de significado. Ojalá escribas muchas cosas más sobre Pedro y Guille porque siempre los mantenés vivos de la mejor manera en nuestras mentes y corazones. Gracias!!! María Elena

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  6. Achalay!!! En mi cabeza resuenan los últimos acordes, sólo me falta que se prendan las luces y un acomodador de la sala me indique molesto que me vaya, que ya tienen que limpiar para la próxima función... ¡qué final de película Lucero! todos los grandes actores del mundo se pelearían por interpretar estos personajes, pero... ya tienen cuerpo, qué los parió! Transformaste mi mundo Lucero: creía que estaba almorzando en mi oficina, y de pronto, el frío de la ciudad fronteriza me caló hasta los huesos. ¡Maravilloso! ¡Hasta la próxima historia!

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  7. Muy buena historia,diferente.Coincido con la lectora anterior,este relato parece hecho para una pelicula y me los imagino cruzando ese puente como final.-

    —¿Desde cuándo?
    —Desde siempre, desde que te vi.

    —Yo también te amo Pedro...

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  8. Hermosa Lucero, gracias por esta bella historia. Gracias Acto.

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  9. "Único como lo de ellos." Lucero esta historia es excepcional, directa , bellamente narrada... ÚNICA!!! Gracias por mantenerlos así de enamorados!!!

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  10. Me morí nesecito resucitar hermoso como escribís POR FAVOR CONTINUALA ME QUEDE CON GANAS DE MAS felicitaciones

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