III
Mira el reloj. 2:30 am. Aún
persiste el dolor de cabeza y el cuerpo se niega a levantarse, le pesa. Observa
la taza y las tostadas, tiene hambre pero el cansancio puede más. “Dale Guille,
come algo” y la caricia en la espalda que lo estremece, un chispazo, un
relámpago y lo ve acercarle el café. No se puede negar, cero voluntad. “Si Señor” obediente casi responde pero algo de orgullo debe tener.
Diez minutos después en el frió de la noche se abraza a Teresa. Le agradece por todo lo de hoy, por lo de
siempre. Varias lágrimas corren sobre el rostro de la mujer, ahora Pedro la
abraza asegurándole que se volverán a ver.
El hombre delgado se acerca, lo
despide y le sonríe. “¿Aún no me recuerda no Graziani?” y la memoria lo lleva a
los años de Universidad cuando un año más avanzado que él, al más destacado de
los alumnos de derecho expulsaban de la facultad por exigir cupos para alumnos
sobresalientes de bachiller que no tuvieran recursos económicos para pagar los
costosos semestres. Martin Pizarro* abogado graduado en el exterior, reconocido
ahora bajo un sobrenombre era parte de la filas insurgentes. Lo de ellos no fue una amistad, Guillermo por aquellos
años asistía a comités de estudiantes y en dos o tres ocasiones tuvo la
oportunidad de escucharlo e intercambiar
opiniones.
— ¡Martín, 35 años!- el hombre lo
abraza fuertemente, los años pasaron pero la esencia quedo. Le pide que se
cuiden ahora que ambos están el ojo del huracán.
— La prensa se encargara de
difundir al exterior que el carro bomba fuimos nosotros asi que los necesitamos
fuera con todo lo que llevan.
— Lo haremos Martin, de eso Pedro
y yo, nos vamos a encargar.
El hombre lo mira con admiración
“Usted Graziani fue siempre el mejor, un hijo de puta egocéntrico pero el
mejor”.
Si en algún momento todo parecía
una locura ahora un ligero “click” le aseguraba que estaba en el camino
correcto, siempre lo estuvo. No era tan malo como en algún momento creyó de sí
mismo. No era tan malo si la vida ahora lo ponía junto a Pedro en la misma
ruta.
Observa como Martín lo despide
“Las guerras tienen diversos frentes Pedro, acá es la lucha sangrienta, afuera
es la lucha definitiva”. Pedro se aferra fuerte al cuerpo delgado, se separa
veloz y sube al auto, en ningún momento mira hacia atrás.
El inicio del recorrido se hace
en silencio. Con el paso de las horas lo ve más taciturno, distante. Sumergido
quien sabe en qué pensamientos.
— Ey Pedro, ¿qué pasa?
Y lo ojos que dicen más que las
palabras.
—Martin por años fue como mi
padre y Teresa como mi hermana. ¿Recordás la masacre de hace días?
—Si. En Copacabana
—El hijo menor de Martin
estudiaba derecho, estaba en tercer año cuando fue el golpe, a pesar de todo se
negó a irse del país. Lo secuestraron y ahora sabemos que fueron los de “La Mano Negra” ocho días después su cuerpo fue encontrado junto al de su amigo.
Guillermo recuerda a Fabián, y un
dolor de perdida, una sensación cercana al pánico le invade el alma.
—Son mi familia, ellos. Que no
tienen nada que ver conmigo, ningún lazo de sangre y ahora los pierdo.
Pedro se derrumba. Un jadeo
lastimero seguido del llanto ya incontrolable se apodera de su cuerpo. Y el
abrazo urgente, poderoso que Guillermo le brinda.
—Acá estoy Pedro. Ahora y
siempre. No los vas a perder.
Cuatro horas más adelante cambian
de auto; un automóvil nada llamativo. Descansan unos minutos mientras cargan combustible, ya el viernes en la mañana llegan a Sierra
nevada una de las zonas más alejadas del país, a un día de la frontera oeste.
—Debemos descansar Pedro,
llevamos 24 horas sin parar.
—A una hora de acá hay una finca,
ahí paramos.
Se desvían de la vía principal,
la carretera se convierte en un tramo destapado, en ascenso y el frio se hace
más penetrante.
Guillermo observa La zona
boscosa, salpicada de una variedad floral que pocas veces había visto y en
medio del verde de la montaña los recibe
una casa de paredes blancas, de un solo piso con ventanales en madera, rodeada
de amplios barandales, vieja pero aparentemente en buen estado.
—Para el domingo en la noche
ustedes deben estar atravesando la frontera, una guardia de Martin
facilitará el proceso.
—¿Y los papeles?
—A las 15 debo estar en el pueblo
para recogerlos. ustedes se harán pasar por dos ingenieros de la mina, recién
llegados.
—Entonces vamos
—No Guillermo, en el pueblo ya me
conocen, si llego con un desconocido llamaremos la atención, ustedes descansen
y ya mañana en la tarde les diré como seguimos la ruta. Lo observan partir en
medio de la neblina.
Guillermo trata de acomodarse por
décima vez en la cama, se supone que el cansancio lo fundiría en cuestión de
segundos pero tiene la mente puesta en Pedro, afuera con un cigarrillo en la
mano mirando a la nada.
Sabe que el chico está
desbordado, que ha vivido mostrando una farsa por demasiado tiempo y que el
golpe de la realidad lo ha fracturado, no se vive todos los días al filo de
una situación así, debe darle espacio para que diga todo lo que ha pasado en
las últimas horas, lo sabe fuerte, ya se lo ha demostrado. Lo recuerda de nuevo
la primera vez que lo vio, la mirada clara y cada una de las sensaciones que se
despertaron en aquel instante. Y se duerme sin darse cuenta pensando en los
ojos de color oliva.
Para Pedro alejarse no era un
fracaso, durante muchos años deseó dejar todo atrás, pero ahora que conocía el
valor de la amistad y el calor de sentirse en familia lo anclaban, cada uno de
ellos se trasformaba en una preocupación y una bendición.
La neblina se disipa y se abre
paso un ligera llovizna, camina por el sendero y ve fascinado como la primera
vez que estuvo allí el verde casi brillante, las montañas inmensas que no
sabría cuando volvería a ver y recuerda a Teresa aquella noche hace un par de
años que con un puñado de tierra en la mano le dijera que “por esto acá o allá
vale la pena pelear”. Se gira hacia la casa, por alguna razón con Guillermo
allí se mitigan todos y cada uno de los dolores en el alma, se sorprende saber
que todo inicio cuando lo conoció y de alguna manera concluye allí con él.
Se despierta al sentir el cuerpo
de Pedro a su lado, sus manos frías rozar las suyas, y el aroma a humedad en
los cabellos. “¿Estás bien?” – “Si,
abrázame” y así lo hace. Aquella mañana y durante toda la tarde la llovizna
persiste, el camino se vuelve fangoso y la neblina de nuevo oculta la casa
blanca entre las montañas.
Abre los ojos de repente,
desubicado. Mira alrededor. Oscuridad. Se concentra dos segundos y el calor acogedor le recuerdan
donde, cuando y con quien esta. Acaricia el rostro, el cabello, pasan los
minutos y con calma se cerciora que Pedro está allí con él. El hambre se hace
insoportable, se levanta decidido a preparar algo. Pelea encendiendo la vieja
estufa, y milagrosamente encuentra con que hacer algo decente. Lo escucha llegar
a su lado.
—Riquísimo!- el pelo desordenado
y los ojos inmensos devorándose todo a su paso
—¡Te comiste todo!
—Dale guille, prepara más…
Sentados en la escalera detallan
pocos minutos como un sol débil con los únicos rayos del día se esconden tras
las nubes mientras la noche va cayendo.
Pedro le cuenta como los conoció
a cada uno de ellos, como día a día se fortalecieron él, su vida y su
convicción.
Guillermo habla de sus amigos
cercanos, los asesinados, el cómo se mantuvo vivo y como esa misma convicción
lo mantuvieron fiel a él pero sobre todo a su hijo Fabián. De su ex esposa y de
sus deseos de regresar alguna vez.
—¿Alguna vez regresaremos?- le
pregunta Pedro con la mirada de nuevo perdida sobre las montañas.
—Claro que si Pedro,
regresaremos-
Le acaricia la nuca rodando la
yema de los dedos, siente al chico estremecerse y toda la contención armada por
tanto tiempo se desenfrena. Siente la contundencia del beso hacer que pierda el
equilibrio. La noche anterior en la ciudad fue de un simple reconocimiento, de
palparse la piel. Ahora era diferente, era pura necesidad de estar el uno en el
otro, no había término medio, no existía tiempo para mirarse, solo sentirse.
La puerta se cierra
violentamente. Los besos agresivos se desbocan, se tallan la piel con caricias
profundas que arrancan gemidos, las uñas dibujan caminos y los dientes marcan
ya terrenos cedidos. Pedro en Guillermo, Guillermo en Pedro, una madeja de
brazos y piernas que convulsiona, tiembla y se calma para dar inicio a otra
avalancha de roces. Pedro gime entregado y Guillermo avasallado besa el cuello
largo. No pueden parar, una batalla por perderse en el aroma, arrancarse la
piel, adorarse el alma. Palabras sin sentido, de lujuria, de ternura se
escuchan mientras de nuevo la lluvia comienza a repicar en el cristal de las
ventanas.
Saben que tienen las horas
contadas, minuto a minuto se disfruta el uno del otro; se analizan, se
reconocen, se tocan, se aman. Llega la tarde y Beto regresa. Les entrega los
salvoconductos falsos que los acreditan como ingenieros con un permiso especial
para pasar la frontera.
—Yo me quedo en el pueblo.
Ustedes deben seguir por la carretera paralela. Si se van por la via principal
no llegan el domingo.
Al borde de la media noche se
despiden “Cuídense” la última palabra entrecortada que le escuchan a Beto. De
nuevo otro trayecto por una carretera ilegal que les acortara trayecto.
Guillermo mira el perfil concentrado de
Pedro, le acaricia la mejilla.
—Te prometo que regresaremos
Y Pedro se detiene unos metros
adelante, le tomas las manos, y las besa.
—Donde estés vos, esta mi hogar.
Y claro que si,...regresaremos.
Pasado el medio dia del domingo
llegan a Carchi la ciudad fronteriza. Dejan el auto en una de las plazas de
la entrada, sacan las mochilas y buscan un sitio para almorzar. La ciudad es
pequeña y helada. Durante el año solo en los meses de diciembre y enero sube la
temperatura, ciudad gris pero con gran movimiento comercial. La minería es uno
de los sustentos de la gente común que apenas les brinda abasto para un plato
de comida al día. Una de las tantas cosas por las que los grupos insurgentes
pelean. El Gobierno Rojo entregaba el subsuelo del país a multinacionales
extranjeras que sacaban oro y otros minerales, empobreciendo al pueblo y la
tierra. Pedro observa como mujeres con niños piden en la calle para cualquier
alimento, niñas vendiéndose por unas monedas apenas resguardadas con escasas
ropas del frio penetrante. La indignación lo enfurecen, Guillermo lo observa.
—No te sientas mal. Por esto nos
tenemos que ir.
Durante la tarde recorren algunos
bares, el movimiento de la gente es continuo así que no se preocupan por ser
caras desconocidas, allí todos son desconocidos. Son uno más en la multitud.
A las ocho de la noche es el
cambio de guardia, saben que son dos tipos que trabajan para Martin y la causa,
ayudan para el paso ilegal y para entregar coordenadas de las nuevas minas.
—¿Estás listo?
—Si- Pedro suspira, la noche se
cierra sin una sola estrella en el cielo.
Sacan las cedulas y los
salvoconductos.
—¿Rubén? – lo mira burlón
mordiéndose el labio inferior.
—¿Ernesto?
—Te luce el Rubén- Pedro se
acerca y sutilmente le roza con la nariz la oreja, lo deja suspendido en el
tiempo y aprovecha para alejarse.
Guillermo cae en cuenta segundos
más tarde, lo sigue e Inicia el camino al puente “La Caro”. El puente que hace
de paso fronterizo, lo pasarían como cualquier otro paisano de los alrededores,
pero antes deberían presentar los documentos a la guardia, sellar y firmar.
Se acercan a las celdas, ubicadas
a ambos lados del inicio del puente. Los faros son apenas nidos amarillentos
apunto de fundirse, la construcción esta a punto de derrumbarse con olor a
tubería, no se explican como aquel sitio con aquellas condiciones se diga
gubernalmental. Guillermo detalla policía militar a lo largo del puente, cada
dos metros mas o menos hay un chico apostado con arma en mano, no solo es pasar
el sellado de los papeles , es pasar los casi 100 metros del puente sin ser
detenido.
Recuerdan el apellido de a quien
deben esperar: “Olarte” y lo observan salir del baño. Pedro lo mira insistente.
El tipo se fija, se ubica en la casilla, los mira y los llama. Repara en los
documentos.
—Su nombre.
—Ernesto Acosta-
—Acá dice ingeniero
—Si. Trabajo para Gold Continental.
El tipo frio, demasiado sereno,
firma y sella. Le pregunta lo mismo a Guillermo. Pero antes que tome los
papeles, con la mirada baja le aclara lo último que deben hacer. “Caminen
tranquilos, no corran, charlen, que no los vean nerviosos”.
Pasan el registro y recogen las
mochilas al pasar el escáner. Pedro titubea al ver los soldados, Guillermo lo
sostiene del codo. “Vamos Ernesto”.
El puente no es largo, de
alrededor cien metros sobre uno de los ríos más caudalosos del país. Pedro por
última vez se gira y mira la ciudad que a diferencia del resto del interior
esta iluminada las 24 horas. En su mente se despide, mira a Guillermo y sonríe.
—Vamos.
Para Guillermo es dejar atrás
muchas metas, los sueños de cosas que se quedaron en el tintero, pero sobretodo
el dolor de años anteriores. Observa a Pedro, no sabe cómo expresarle con
palabras que su amor lo salvo, lo creyó
errado en un principio pero aun así lo mantuvo en pie. Como si Pedro lo
escuchara le sonríe, caminan, un dialogo silencioso, de miradas donde cada uno
de ellos, en cada paso dado abandona un historia y comienza otra. Con un
objetivo y una meta en común.
—¿Sabes que Guille?
—¿Qué? - mira el piso, con las manos
en los bolsillos, buscando algo de calor.
—Te amo.
Guillermo se detiene a la mitad
del puente. Pedro lo mira, con los ojos inmensos. Unas ganas de besarlo le
surgen como un huracán, pero nada más
que aquel momento inoportuno.
—Dale, vamos
—¿Qué me acabas de decir?
Y le escucha la risa, clara,
deliciosa y se imagina dándole un beso a los labios carnosos.
—Que te amo Guille, ¿no entendes?
Siente de repente calor en todo
el cuerpo, le estorba la chaqueta, le estorba la luz de los focos, solo lo ve a
él.
—¿Desde cuándo?
—Desde siempre, desde que te vi.
Guillermo le roza el brazo con el
suyo, se empujan en un juego. Se fijan minutos después que hace mucho
atravesaron el puente, están en tierra extranjera. Pedro le toma el rostro
entre las manos y lo besa en una esquina sin faro.
A la mañana siguiente parten
hacia la cancillería con solicitud de
asilo político, la lucha continua, ahora para ellos de otra manera, pero igual
de ardua. Los recogerán en unas horas en el hotel, con rumbo a la capital.
Fabián los espera.
Antes de bajar al lobby Guillermo
por primera vez logra expresar en palabras lo que lleva en el alma.
—Yo también te amo Pedro.
Y el chico le sonríe, luminoso,
único. Único como lo de ellos. Un mundo de dos. Un país de dos. Una nación
independiente a todos.
Fin