Un suspiro. La luz filtrada, el
calor del sol. Su cuerpo cálido se hace inmediatamente reconocible, parpadea,
roza la piel del cuello impregnándose con su aroma y se aleja unos cuantos centímetros.
Lo delinea con la mirada, cercano a su rostro, dormido, repara en lo demacrado que
está y en su aliento sereno “estas acá, conmigo”.
El cuerpo despierta dolorido y siente su mano cubierta por las “manos más
bonitas que he visto”, se levanta despacio y en un impulso le roza los labios con los suyos,
sutil, tibio, delicioso y lleno de necesidad.
La pesadez del llanto, el
cansancio acumulado, la adrenalina y el miedo fulminante a perderlo, combinado al poco
sueño le pesan en cada tramo del cuerpo; Buscar un café se trasforma casi en un experiencia
titánica, se aleja hasta el último patio donde pueda encontrar un espacio para fumarse
un cigarrillo. Las manos temblorosas buscan, encienden....y recuerda a
Guillermo sumido en el sueño reparador, y definitivamente Lo que menos desea es
contaminarle el aire; mira el cigarrillo y sin darle la primera calada lo
estrella contra el piso.
Por alguna razón toma conciencia
en el acto; por Guillermo está dispuesto a cambiar su vida, a trastocar todas y
cada una de sus manías, sus creencias, por Guillermo estaría dispuesto a borrar
su pasado si es que en él no estuviera presente, desde antes hasta hoy.
Perder a Guillermo no existe ni
siquiera como una posibilidad lejana; reconoce que el camino recorrido fueron
los pasos que la vida misma le fue indicando para llegar a ese puerto donde las
preguntas encuentran las respuestas claras en la mirada profunda.
Mientras toma
entre sorbos el café pasado de azúcar piensa sobre el paso que ha dado al
admitir abiertamente amar a Guillermo, admitir ante Camila que no hay vergüenza
en su sentimiento, y sí mucha fuerza y coraje para enfrentar las miles de
trabas que seguramente encontraran.
Busca de
nuevo en los bolsillos y la sostiene entre las manos: esa tarjeta, como el primer
recuerdo de muchos, ese hilo perdido en el tiempo, enredado y casi roto que
siempre los había unido. Ya habrá momento oportuno para hablarlo, porque intuye
que no solo él tiene recuerdos de “un
antes de todo”.
Siente la boca amarga, y esa
sensación de pesadez en el cuerpo acompañada de
frío agobiante. Recuerda que cuando se durmió era acariciado por Pedro avasallado al límite, que sollozaba
abrazado a su cuerpo “mi chiquito…”; su
calidez lo reconfortó, y al sentirlo profundamente dormido con la respiración húmeda
y acompasada sobre su cuello, se rindió a descansar. Apenas con fuerzas gira el
rostro buscándolo por la habitación, sin rastros.
La noción del tiempo no es clara,
no sabe si han pasado horas, días, meses, solo le importa entender que Pedro
fue lo primero que vio al despertar de aquel sueño.
Un mareo súbito le hace recostar
sobre la almohada, mira el cielo a través de la ventana y vívidamente recuerda
ese sueño que tuvo: Pedro en el subte, y siente que un millar de piezas de un
rompecabezas dispuestas sin orden se acoplan unas a otras en los recuerdos de ese
hombre en aquella mañana fría, con el aroma delicioso a fresco, cítrico que se desprendía
de su cuello y sus cabellos, el roce de las
manos buscando soporte, las mismas que conoció en el bar cerca de la
universidad acompañados por unos ojos grandes, curiosos y cristalinos…siempre
había sido Pedro. Acompañándolo en el camino, asegurándose que en cada paso que
él diera, estaba marcada la ruta al encuentro de ellos dos.
El ruido de la puerta lo saca de
sus pensamientos, ve a Fabián que apenas contenido lo abraza, superado en
emociones, y deja que el llanto de su hijo hable por él. Su cuerpo aun no
responde como desea y la fuerza del abrazo le consume las pocas fuerzas que ha
logrado juntar en el transcurso de la mañana. El cuerpo le exige reposo y la
mente sólo tiene clara la falta de Pedro en su espacio.
-
Señor Graziani, increíble su avance.
-
Gracias doctor…
-
Se quedara unos cuantos días más acá, debemos
asegurarnos de su total recuperación.
-
Doctor…¿cuántos días?…
-
Su cuerpo lo dirá.
Fabián lo mira sonriente, sabe
que su padre exigirá regresar cuanto antes, pero la voz de Pedro deja la réplica
estancada en la garganta de Guillermo.
-
Nos aseguraremos de eso doctor, haremos lo que
nos indique.
A Guillermo se le ilumina el
rostro, le clava la mirada cansada pero brillante, no lo admitirá ante nadie, pero se sienta bien sentirse y verse cuidado
de aquella manera por ese hombre. Lo observa hablar con el médico, se diría que
detecta un ligero cambio más allá del cansancio evidente, un brillo especial,
lo ve más cómodo en su espacio propio, adueñado de cada uno de sus movimientos.
Fabián le pide que descanse. Guillermo
lo mira y un sentimiento de angustia al saber que estuvo a punto de abandonar a
su hijito para siempre le hace un nudo en la garganta; Fabián lo lee entre
líneas y de nuevo las lágrimas que le impiden hablar, y busca el abrazo
protector de su padre. Pedro los observa conmovido y en un acto de ternura acaricia
la cabeza del muchacho. Para Guillermo el gesto no pasa desapercibido, y antes
que el cansancio le gane ve que al despedirse los dos se abrazan.
-
Pedro…
Pedro se acerca sonriente, le
acaricia el rostro, y le roza los labios con los suyos.
-
Después te explico, descansa.
-
No te vayas.
-
No me voy mi amor, me quedo con vos, cuidándote.
-
Tenemos que hablar…
-
Shhh…ya tendremos tiempo…
Se miran profundamente a los ojos.
Pedro sonríe acariciándole el rostro, lo tranquiliza.
-
Pedro…
-
Acá estoy…estaré siempre…descansá mi amor.
Guillermo suspira; respirar duele
como el diablo pero es un signo, la muestra que esto es una realidad. Verlo a
su lado, imperturbable y fuerte. Retiene entre sus manos las de Pedro, no desea que se mueva
un milímetro fuera de su espacio, lo quiere todo el tiempo a su lado, desde ahora
y para siempre. El sueño de nuevo los vence, uno en brazos del otro.
Las horas se deslizan y dan paso
a días lentos que para Pedro se van entre un ir y venir del estudio al
hospital; entre pruebas de laboratorio, medicamentos, y el renacimiento de la puteadas
de Guillermo indicadoras de su buena recuperación, miradas y besos que buscan
intimidad
Para Pedro el dormir se convirtió
en una tarea intermitente entre el sofá del estudio, los días cuando era
necesaria su presencia, y el sillón de la habitación del hospital; para los
ojos atentos de Guillermo no pasa desapercibido su cansancio.
Le pide insistentemente que se dé
unos días de descanso, o por lo menos que vaya a dormir en su cama, y al no ver
respuesta alguna le indaga qué ha pasado con Camila. Pedro evade la situación y
hablar de ella, pero el lenguaje inherente a sus ojos, ese lenguaje único que
lee, de manera única también, Guillermo, lo alertan. Al saber que por allí no
encontrara ninguna respuesta “el chiquito es terco”, averigua por el lado de Beto
que, sintiéndose amenazado entre los baches de tos, puteadas y tomadas de aire de
Guillermo, le cuenta que su chiquitín
hermoso dejo definitivamente a Camila y se encuentra en su casa, casi
arrinconado en una cama, guardando la ropa en un placard apestado de humedad y demasiado
pequeño para todo lo que tiene.
Lo espera sentado con las
pantuflas listas por si hay que pararse para hacer más énfasis en la orden; por
lo menos los mareos ya son historia pero la respiración le sigue fallando,
y el dolor torácico le recuerda lo cerca que estuvo de la muerte.
Lo ve entrar, sonriente, y por
unos segundos la mirada se le pierde navegando sobre ese cuerpo que cada día lo
hace estremecer más, y anula la
concentración de aquello que necesita indicarle a Pedro. “¿Guille, estás bien?“
lo siente a su lado, preocupado, se miran y el cansancio reflejado en las
ojeras sobre el rostro amado le recuerda la prioridad de aquel día “no te
quiero más en lo de Beto, te vas a mi casa”, la terquedad de Pedro no se hace
esperar, sus razones al no querer invadir los espacios personales de otro sacan
de casillas a Guillermo, que en dos segundos se levanta como un resorte y le
ordena por última vez “te vas a mi casa ahora Pedro!, no te quiero ver dando
tumbos acá y allá como si estuvieras solo”…no hubo tiempo de usar las
pantuflas, la punzada de dolor se hizo presente y el gesto lívido aterra a
Pedro, que lo abraza y lo ayuda de nuevo a sentarse, le acaricia la espalda y
una mano delgada se repliega sobre las suyas, apoderándose del pecho
descubierto entre los botones abiertos del pijama. “Shh tranquilo mi amor...”,
el dolor se agudiza y Pedro le toma el rostro “¡Guille, mi amor!”, lo único que
atina a expresar de nuevo es su orden “te quiero en mi casa…a mi lado…”. Pedro
culposo lo abraza, le susurra que se calme, las manos cruzan la espalda, los
brazos y los besos ruedan por las mejillas y la frente de un Guillermo que, aun
débil, percibe a flor de piel el roce de cada caricia ardiente.
Pedro lo sostiene entre los
brazos “hablo con Fabián y hoy me voy a tu casa” – “él ya sabe, te espera”, Pedro
se aleja y lo mira sorprendido. No está de acuerdo pero no refuta. La
palidez de Guille lo alarma y despacio
hace que se recueste, atento a cada cambio mínimo en su cuerpo, en el rostro
que denota relajarse. Las manos de nuevo sobre el pecho, un beso en la mejilla
y la respiración profunda, los ojos cerrados. Pedro se concentra en las
pestañas hermosas, desliza la mirada a la boca de labios delgados, al cuello, y
un impulso primitivo hace que hunda la nariz sobre la piel aspirando el aroma
varonil, y un ligero gusto de la sal en la punta de la lengua hace que su
propio cuerpo se expanda, se prenda y reaccione como nunca; un beso tímido,
lleno de ansiedad y deseo carnal traspasa a un Guillermo deliciosamente expuesto
y rendido ante la misma dolorosa ansiedad. El deseo de la piel por la piel, de
los labios por la humedad de la boca “¡Pedro!” Exclama un Guillermo perdido en
las sensaciones brindadas por esos labios y los cabellos que rozan sus mejillas
y el mentón. “¡Pedro!” De nuevo lo llama, los labios se encuentran, posesivos,
suaves con la tersura de la lengua húmeda, dueña y esclava. Un beso cada vez más
poderoso, con una caricia a través del pecho que asciende al cuello, ¡hermosas
manos de Pedro!, firmeza, deseo único y un sólo amor.
Siente a Pedro frenar poco a
poco, la respiración acelerada y el temblor en cada tramo que los une. Abre los
ojos y lo ve allí tomar aire “Mírame” pupilas dilatadas y un ligero manto de
sudor que cubre el rostro “¡Guille...!” Una mirada fija, profunda, ambos
buscando calma, sonríen nerviosos, compenetrados.
“Te soñé todo el tiempo
precioso”, declara Guille ya más tranquilo y con la mirada en Pedro. “¿Me
soñaste?”. Detalla cada imagen nítida que vivió en su mente, cada sensación, y
las palabras que escuchó de Pedro cuando batallaba para vivir un minuto más,
para regresar a él.
“Precioso, hace unos años…te vi
en un bar”, y Pedro sorprendido lo escucha y completa cada una de las frases,
el famoso biombo y esa sensación de no ser extraños. Esas manos que siempre le
han fascinado. La mirada profunda de Guille, la mirada clara de Pedro, ese
juego de colores reflejado en sus ojos. Siempre allí, en los momentos claves.
“Nos conocemos hace mucho más”, se
aleja, para buscar en la billetera la tarjeta casi resguardada contra todo y
todos. Guille lo mira fijo, anhelante sin entender a qué se refiere, lo observa
buscar y sacar un pedazo de papel amarillento que, con otro beso, le pone delicadamente
entre sus manos “hace mucho mi amor…estabas ya conmigo” y Guillermo la observa;
a fuerza de concentración la reconoce, su nombre, su primera tarjeta al
independizarse del estudio en el que trabajó sus años de novato, y el nombre en
lápiz rojo con trazos infantiles delineando el nombre de Pedro Beggio. Lo mira
perplejo y el recuerdo lo golpea…Pedro, ese nene tímido que se acercó curioso
por Fabián, la mujer cohibida casi aterrada, el hombre inclemente y violento que maltrataba a su familia, y los
ojos grandes, cristalinos, temerosos. Lo mira sin palabras, conmovido y un dejo
de horror por casi abandonar a Pedro lo supera, el sollozo se transforma en
llanto, ambos se hunden en un abrazo poderoso, compenetrado.
Pasan los minutos y ambos,
incapaces de separarse más que unos centímetros, relatan las sensaciones de
aquellos momentos. Guille besa los nudillos de las manos de Pedro recostado en
su hombro, hilan momento a momento. “Con vos siento paz Guille”. “Con vos
siento la vida Pedro”.
El golpe en la puerta los aturde
de mala manera en su mundo, se sienten casi violentados cuando la realidad retorna.
Pedro abre la puerta. Observa al fiscal encargado de la causa que días
anteriores conoció, lo presenta ante Guillermo, unas cortas preguntas, la información
de la sospecha sobre Miguel Ángel, la mafia involucrada, la búsqueda del hombre
que le disparó, ya conocido su paradero y dispuesta su captura.
“Un
placer conocerlo doctor Graziani, soy un fiel admirador de su trabajo”, y algo
dentro de Pedro lo pone en alerta: los ojos del fiscal, la mirada pausada sobre
un Guillermo ya cansado y casi ausente. Aprovecha como excusa su estado y lo saca casi a empellones de la
habitación, el malestar se acentúa en la boca del estómago; repara en el rostro
de Guille que casi ni se fijó en el hombre, lo ve abrir los ojos “¿qué haces
ahí parado chiquitín, me vas a dejar solo?” le exige en medio de una sonrisa, y
Pedro corre a ubicarse en su sitio preferido, una caricia de nuevo, besos en la
frente, pero la imagen rondando del brillo de aquellos ojos no le dan paz, no
le gusta el fiscal, para nada.
A pesar de todo Pedro tenía dudas
en la aceptación de Fabián a quedarse en su casa; reconocía que desde el
intento de asesinato el muchacho se aferró a él, le mostró su lado más vulnerable,
definitivamente su mirada cambio drásticamente por una mucho más afectuosa,
pero no deseaba que tanto él como Guillermo le impusieran ciertas situaciones.
Esa tarde, la sonrisa y el brillo
en los juveniles ojos negros lo
sorprendieron y acató la orden sin rechistar de Guillermo. Acordaron pedir una pizza: ninguno quería aventurarse en la
cocina, porque lo sentían como uno de los tantos espacios exclusivos de
Guillermo; sentían su ausencia, y al mismo tiempo tenían la percepción que todo
estaba impregnado de él.
Fue una revelación para ambos lo
bien que se acoplaron, y la charla evadida -pero definitiva y necesaria -se presentó
alrededor de la medianoche.
“¿Amás a mi papá?”, fue la única
pregunta, directa, certera y sin lugar a dudas; “sí, absolutamente”. Ninguna
pregunta adicional de Fabián. Ningún temor para Pedro.
Pedro se acomodó en el sofá,
dejándole claro al muchachito cierto pudor aun para hallarse entre las cosas
privadas de Guillermo. Todavía no era tiempo. Ya llegaría el momento para ellos
dos.
***
El invierno se instaló de
repente, dibujando el aire gris y desnudo de los árboles. Las noches heladas acompañaban la ansiedad por
el próximo regreso de Guillermo a casa. Pedro silenciosamente revoloteaba entre
las sombras de la noche, no deseaba despertar a Fabián pero el nerviosismo, la
alegría y sobretodo el deseo de tenerlo a su lado le quitaba el cansancio de la
jornada. Durante los días anteriores se había obligado a no acercarse siquiera
a aquella alcoba, sabía que todo alrededor lo superaría…sabía que ese espacio contenía
toda la energía de Guillermo, y que el solo aire impregnado de su olor le
arrebataría la cordura que había logrado mantener. Pero esa noche no lo quería evitar
más.
Sube lentamente, con el latir
ensordecedor del corazón, y empuja la puerta respetuoso. En la oscuridad observa
cada uno de los objetos tan particulares, tan de él. Desliza las manos sobre la
mesa, la cabecera de la silla, el espejo que lo refleja con la luz de la luna. Atrapado
en un tiempo inexistente se acerca a la cama y tímido toma entre sus manos la
almohada, con una caricia barre la superficie y de nuevo su aroma se hace
presente e hipnotizado se recuesta para hundirse en la esencia de Guillermo
sobre los cobertores, acaricia el espacio más íntimo sumergiéndose entre las sábanas,
tallando sobre la piel con la imaginación la figura de un Guillermo. Por
primera vez es consciente y está plenamente seguro de que allí, en esa casa, en
esa alcoba, en esa cama ha encontrado su lugar en el mundo.
Lo despierta
el movimiento brusco y un llamado lejano: Fabián. Se quedó dormido, profundo,
entre las sábanas de la cama de Guillermo. Se levanta y recién cuando el agua cae
sobre su cuerpo reacciona: hoy recogen a Guillermo en el hospital. De nuevo la
sensación en la boca del estómago, la felicidad mezclada con el temor de no
saber cómo manejar “esto”, Y como
organizar “lo nuestro”.
Lo ve llegar junto a Fabián. Ve a
Beto tratar de controlar a Cuca y Gaby, pero su mente sólo procesa la presencia
de Pedro. Sin poderle quitar los ojos responde automáticamente a todo lo que
preguntan; lo ve extremadamente varonil, como solo él puede serlo, con los ojos
más claros, las pupilas dilatadas. nota algo de timidez en no sostenerle por
mucho tiempo la mirada, con ese gesto típico de morderse los labios que para
Guillermo es la muerte, suspira cerrando los ojos “contrólate Graziani, pareces
un adolescente”. Sólo ansía el momento de hallarse en casa, a su lado, a solas.
El viaje pasa lento, la hora pico
de la tarde los retrasa y el genio Graziani comienza a salirse de cauce. Pedro
lo mira con una sonrisa y le acaricia el dorso de la mano de manera disimulada,
“Tranquilízate, ya vamos a llegar”, y Guillermo se lo devora con los ojos profundos,
retiene la mano de Pedro entre las suyas y le da un beso que Pedro siente en el
cuerpo entero.
La noche
se cierra con una cena entre brindis; algo chiquito, piola, como siempre
contenido por un Pedro sonriente. Guillermo se merecía la bienvenida y el
sentirse amado por su gente, y ellos se merecían verlo de nuevo con su terrible
genio que con el paso de los minutos va mermando.
Guillermo en momentos se
ensimisma mirándolo. Pedro siente la fuerza de las miradas, lo busca, lo roza y
se aparta. Mezclados en un juego de dos que encandila, la expectativa, la
ansiedad de hallarse a solas.
Entre las copas que van y vienen,
hallan un segundo a solas, a distancia de todos
en la cocina. Lo ve lavar unos platos para el postre y disimuladamente se
acerca para acariciar sutil el límite del cinturón y rodearle el talle, percibe
el cuerpo tensionarse y escucha pronunciar “guille” en un murmullo de aire
contenido. Huele la nuca y susurra con la voz ronca sobre su oído la única
palabra que encierra todo lo que ve en
Pedro “precioso”, maldice mentalmente tener aquellos espacios tan
abiertos, ni una pared para resguardar algo de privacidad y poder arrinconarlo
para robarle un beso. Se distancian algunos centímetros, Pedro sonríe y
Guillermo solo atina a rozarle con la yema de los dedos el antebrazo
descubierto.
-
¿vos en la cocina? – pregunta burlón Guillermo.
-
Vos me enseñaste…, aun no soy como el maestro
Y Guillermo le toca el rostro,
con la caricia larga y pausada sobre la mejilla, suspendido en los ojos y luego
en la boca.
-
¿Yo? No, precioso, sos mejor que yo, perfecto en
todo te diría.
Y de nuevo la realidad que irrumpe,
el sonido del timbre repica y una grosería murmura Guillermo cuando la sorpresa
lo hace retirarse del espacio personal de Pedro.
José se presenta de improviso
rompiendo el momento íntimo de todos, solicita a Guillermo y a pedro un
segundo; los resultados de la investigación ya tendrían a esta altura un avance
importante. Despliega sobre la mesa unos folios con las pruebas, las enumera,
señala el próximo juicio a iniciar, los testigos ya reunidos y le pregunta a Guillermo su capacidad para asistir a lo que sería una
serie de audiencias; pedro observa a cierta distancia tratando de ocultar de
nuevo el malestar de ver a José deambular alrededor de Guillermo, se trata a
calmar ante la avalancha de furia que brota inclemente y sin razón aparente, se
mira las manos temblorosas y decide tomarse de un solo sorbo una copa de vino y
descubre a Guillermo invitando a quedarse a José en la celebración. “¿acaso no
es para solo los amigos íntimos y la familia?” se pregunta Pedro que busca con
la mirada los ojos de Guillermo que ya encuentra apoltronado en su silla del comedor perdido
en una charla interesantísima con el nuevo “amigo”.
Pedro con esfuerzo interactúa con
los demás, pero los ojos siempre terminan anclados sobre Guillermo. Desde la
llegada del fiscal no se han encontrado las miradas, es como si aquel hombre le
lograra robar la atención, siente la sangre hervir, densa y cierra los ojos
como un último impulso para concentrarse en no perder la poca calma que le
queda, se retira de nuevo hacia la cocina, se moja las manos y escucha a Fabián
preguntarle por el fulano aquel; “es el fiscal Fabián” “si, pero por lo mismo,
no debería estar aca” ¡bingo! .Pedro encuentra el argumento perfecto para
despedir al sujeto.
Los busca y los halla de nuevo en
la sala, pero antes que logre modular la pregunta logra captar el instante
mismo en que una mano atrevida roza en una caricia seductora el dorso y los
dedos de Guillermo. Dos pasos rápidos y con los dedos de su mano atenaza
férreamente el hombro del fiscal: “Creo que usted está equivocado Señor Fiscal”.
Continuará...
Maravilloso, Lucero. Creo que esta relación se resume muy bien en estas dos frases: “Con vos siento paz Guille”. “Con vos siento la vida Pedro”.
ResponderEliminarUn beso gigante!!!! FELICITACIONES.
Lucero que decirte debo ser una de las que más ansiosas espero la continuación de este bello Hilo Rojo y si para obtener esta belleza era necesario este tiempo a esperar el que sea necesario. Adorar esa unión invisible desde siempre que los unía tan perfectamente narrado. Ese reconocimiento de haberse encontrado y llegado a su puerto seguro. Por Dios esos celos gracias por hacernos cumplir el sueño de todas ponerle un parate a ese Fiscalucho metido. Lucero sos una genia total a esperar el final magistral de esta historia increíble
ResponderEliminarLucero me encanta esta historia que bueno que la seguis, tus narraciones son perfectas, geniales y me transportan en el tiempo, me siento alli con ellos. entre ellos mirandolos, observandolos. Muchas gracias y en espera de el proximo hilo rojo.
ResponderEliminarLucero ! No sabes cuanto ansiaba esta continuacion!!!!! Maldito Joseeeee
ResponderEliminarMe encantooooo...!!! hermosa historia, son ellos....lo leo y los imagino... que lindo!! Espero la continuación..!!! Silvia
ResponderEliminarLucero gracias infinitas por continuar esta hermosa historia, sin duda una de mis preferidas. Gracias por acordarte de este público que te admira y que adora tus historias, esta en especial...porque somos muchas las que ansiábamos ver este relato llegar a un final feliz después de tanta búsqueda y sufrimiento. Esta parte me conmovió por la intensidad de los sentimientos, la profundidad de las reflexiones y por ese momento especial e íntimo en que los dos juntos descubren el lazo que los mantiene unidos hace tanto tiempo. Genial!!! María Elena
ResponderEliminarPero, qué pasooooooo. Íbamos tan bien y apareció José!! hermoso relato, conjuga todo!! se pueden ver en esa cama de hospital, la complicidad y el deseo en la cocina de la casa...sin palabras: una genialidad... esperando la continuación!! Susy
ResponderEliminarEs una historia conmovedora. Me maravillo al leerla, me emociona y me transporto a vivir con tus personajes sus sentimientos a flor de piel. Muchas gracias. Valeria
ResponderEliminarSublime...la verdad Lu , decir que amo tu pluma es poco..la intensidad del relato se refleja en nuestra propia piel, párrafo a párrafo...si esperar nos trae "esto" , Dios bendiga la espera... beso gigante genia... Silvana.
ResponderEliminarLucero, como explicarte el sinfín de sensaciones que me embargan cuando te leo? Realmente me conmueve tu manera tan especial de describir cada momento, cada sentimiento, voy levitando por tus historias que me devuelven un poco la paz y sanan las heridas del corazón. No esperaba que publicaras pero feliz soy de leerte una vez más. Siempre me sorprendes gratamente, y me emocionas!! Te admiro profundamente quiero que lo sepas, y gracias por seguir esta increíble historia, de hecho mil gracias por todas tus historia. Saludos!!
ResponderEliminarLucero, soy una de tus lectoras silenciosas. No tengo palabras para explicarte cuanto me conmueve tu manera de escribir, sos todo sensibilidad, delicadeza y buen gusto. Muchísimas gracias.
ResponderEliminarAmo esta historia, y esperaba ansiosa esta continuacion!! Y ahora mas que nunca...Magaly
ResponderEliminarEXCELENTE, NO PODIA ESPERARSE MENOS,ENCANTADORA HISTORIA.
ResponderEliminarESE HILO ROJO QUE LOS UNIRA DE POR VIDA PORQUE PEDRO VIVE EN GUILLE Y GUILLE VIVE EN PEDRO, ETERNOS ,DESDE SIEMPRE " UN ANTES DE TODO"
ELLOS SON EL PRINCIPIO Y EL FIN.
ESPERO LA CONTINUACION, TRANQUILA, ENTERA.
JOSE, JOSE, QUE LASTIMA ME DAS, SIEMPRE MENDIGANDO AMOR , NO TENES CHANCE,COMPARADO CON CIELITO, SOS LA MISMISIMA NADAAAAAA.NO EXISTIS, BICHO ASQUEROSO.
ES QUE NO PUEDO SOPORTAR QUE HAGA SUFRIR A NUESTRO CHIQUITIN LINDO, PEDRO ES PEDRO.
MONICA DE LANUS.
Excelente!!! Como siempre me deleitó leerte gracias por continuar este hijo rojo al que le tengo un cariño tan especial por todas las sensaciones que me produce!!! Gracias infinitas Sil (barby)
ResponderEliminarGracias Lucero por esta continuaciòn del maravilloso hilo rojo! es tan intenso, tan delicado... Pero José..., bueno, supongo que nos dará la oportunidad de ver a Pedro celoso, cosa que amo. Gracias!!!
ResponderEliminarPor favor, no nos dejes sin el final de esta hermosa historia... todo el camino andado hasta encontrarse tiene que tener su coronación!! Felicitaciones! Es hermoso leerte...
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