martes, 25 de noviembre de 2014

Sitiados (2da parte) by Lupillar


Capítulo II


Los últimos días habían sido un infierno. Sin dormir, sin comer. Guillermo declinó cualquier ayuda de su parte. Debe sacarlo a como dé lugar de la Corte en el trascurso de la mañana; trabajo difícil con el reloj en contra y la terquedad de Graziani.

Durante aquellos días se recrimino la estupidez de abrirle el corazón a Guillermo, vio ese “no sabe que” en su mirada. Como no lo iba a despreciar si ante los ojos de todos era un vendido.

Deposita un cigarrillo más a la colección del cenicero sobre la mesa de noche, una mirada a su reflejo en el espejo; ojeras, barba descuidada y ojos opacos. Se veía como un perdedor. Eso lo era hacia mucho tiempo, un perdedor con ínfulas de héroe y en el peor de los casos  de mártir por una patria que parecía no merecer nada de sus actos. Mira de nuevo el paquete de cigarrillos desecha y la nota que Marcial le dejara el día anterior.

“Mendoza te descubrió, salí del país.”

Lo ve llegar como siempre, puntual. La decisión ya está tomada. Total, ya saben de él, es sólo cuestión de días que decidan y lo liquiden. Marca directo a su oficina. “¿Doctor Graziani, me acepta un café?” escucha la voz sorprendida pronunciando su nombre, tiembla al escucharlo, cierra los ojos. “¿Escuché bien?” pregunta Guillermo. “Muy bien, lo llevo a su oficina”

Mira el reloj, se estipula que el movimiento se haga en menos de una hora, el mismo tiempo que tiene para convencer a Guillermo que salga del país el mismo día.
El café oscuro, cargado. Lo deja sobre la mesa y una servilleta con sobres de azúcar.

— Sin azúcar, gracias- lo mira directo, de pie junto a la silla.
— Endulzado es mejor- Los dedos deslizan insistentemente el papel.

Guillermo desvía la mirada, una nota en la servilleta “en 10 minutos, estacionamiento dos, 13”

— ¿Qué quiere Doctor Beggio?- Guillermo guarda la servilleta en el bolsillo del pantalón.

Pedro de nuevo lo mira como “esa” noche y por un segundo pierde la conexión de la realidad. Guillermo le detalla el rosto y siente el hormigueo en la palma de la mano deseoso de acariciarle la piel.

— Que por una única vez confíes en mí-  de nuevo la mirada.

Que lo deja allí con el corazón desbocado, nervioso por él, temeroso de la hora sin poder hacer nada y con unas ansias locas que lo devoran desde que lo tuvo a centímetros de su cuerpo.

*  *  *

Apenas iluminado el estacionamiento ubica el automóvil azul de Pedro. Se acerca y mira alrededor, lo ve llegar con un paquete y hacerle una señal. “Más allá”.

Acorralado contra la pared, el calor y el ruido  irradiado por el aire circulante de las tuberías lo embotan. Siente cierto alivio poder mirarlo libremente, siempre lo ha hecho a hurtadillas. Y Pedro de nuevo demasiado cerca, le entrega el paquete. Guillermo se preguntaba porque allí.

— En la oficina…
— Este es un punto ciego, libre de las cámaras de vigilancia. Las tuberías y el radiador interfieren con el sonido. Es seguro.
— ¿Qué es esto?
— Toda la información de los más importantes mandos del gobierno, cuentas extranjeras, testaferros, lavado de dinero. Etc. Copias de originales.
— Pedro…
— ¿Sé que vos tenés evidencia de varios sitios utilizados como calabozos clandestinos no es así?

Guillermo si confiar aun, sólo lo mira; su cercanía lo tienen a punto de perder la concentración.

— No importa, sé que tenés eso. Estas memorias tienen todos los listados de presos y su ubicación especifica. Esta otra memoria. Los miembros de la “Mano Negra”.
— ¿Cómo es que me das esto? ¿de dónde lo sacaste?
— Ha sido mi trabajo por estos tres años, coleccionar e informar.

Guillermo abre los ojos, como pudo ser tan imbécil, el muchachito los engaño a todos, a él sobretodo. Trata de alejarse de la pared, buscar aire pero la mano de Pedro en su pecho lo detiene.

— Pedro, vos me dijiste que el petardo…
— No podemos hacer nada. En el primer piso, en la cafetería hay un acceso directo a la calle octava, te espera un hombre rubio, alto. Sólo cinco minutos estará después de la explosión. Él te llevará a un sitio seguro mientras se hacen todos los arreglos para que salgas del país.

Guillermo incrédulo escucha, la ira se enciende en cuestión de segundos y lo enfrenta mirándolo a los ojos.

—¿Vos pensás que soy un pendejo? ¿crees que voy a salir así porque si huyendo?
Pedro suspira, ya intuía el berrinche.
— No creo que seas un pendejo, te creo lo que sos, un tipo incorruptible, el que llevará a buen puerto todo mi trabajo de tantos años, sos el único…- suspira y se acerca- en el que confío.
— Pedro…- Guillermo lo mira los ojos, luego la boca y siente el aire que exhala el chico en un intento por mantener el control.

El ruido de la puerta los alerta, nerviosos se distancian, Pedro se aclara la garganta y saca otro paquete del auto, igual al que le entrego.

— Vamos Graziani- hace un ligero movimiento de cabeza.

Lo ve alejarse, recorre con la mirada la figura, no es ajeno a su cuerpo, nunca lo fue. Lo sigue encendiendo con sólo su presencia y el olor de su perfume. Lo sigue por la escalera.

— En 15 minutos Guillermo. Donde te dije.

No alcanza a preguntarle qué hará después o como se comunicarán, cuando escucha a Pedro sorprendido al llegar a la puerta de su oficina.

— ¿Qué haces acá?- empuja al hombre alto hacia el interior. Guillermo recuerda “rubio, alto” debe ser él. El hombre lo mira de manera sigilosa, dudando.
— Habla, sabes quién es. ¿Qué pasa?

El hombre nervioso se pasa las manos por los cabellos.

—Pedro, te mandaron a matar, hoy. Marcial me llamó para advertirme. Cambiaron los planes. Se vienen conmigo los dos.

Los sorprende el ruido agudo y potente que retumba, el temblor de la tierra que los hace perder el equilibrio. Guillermo sólo alcanza a ver en milésimas de segundo el rostro trasfigurado de Pedro antes de sentir una punzada dolorosa sobre su sien derecha. Luego silencio y oscuridad.

*  *  *

El dolor de cabeza le atenaza desde la frente a la nuca, profundo y sordo. La pierna derecha encalambrada por el peso de todo el cuerpo lo hace gruñir, levanta la mano para sostenerse y girar. Encuentra vacío. El calor de una caricia en su frente y el rumor de su nombre repetido varias veces lo regresan a la realidad. La voz de Pedro. Con esfuerzo abre los ojos y la dolorosa luz lo hace quejarse de nuevo.

— Shh… Tranquilo, Guillermo tranquilo.
— Me duele…
— Te golpeaste la cabeza.

Se gira, su cabeza recostada en el regazo de Pedro y le observa la camisa ensangrentada. Temeroso pone la palma de la mano en su pecho.

— ¡Pedro!
— Estoy bien, es tu sangre. La estantería cayó sobre nosotros. Necesitas puntos. No te muevas. Ya casi llegamos.

Recorre el espacio con la mirada. Un auto. El tapizado desecho, viejo. El dolor punzante, que lo hace cerrar los ojos. Se concentra en las manos que lo sostienen. La voz liquida, deliciosa que lo calma. “Tranquilo, Guille, tranquilo, Shh” Ese Guille lo estremece, toma una de las manos y la besa. Recorre con los labios los nudillos.

— No te duermas, abri los ojos.
— La luz…
— No te podes dormir.
— Estoy cansado.
— Ya sé…Guille…

Guillermo sonríe y Pedro sin saber cómo reaccionar a los besos y a esa sonrisa pregunta temeroso “¿qué pasa?”

— Me gusta. Eso de Guille

El recorrido se va en preguntas constantes de Pedro para verificar el estado de confusión, no puede dejar de estar atento a cada indicio, a cada uno de sus movimientos. La adrenalina por el momento de alerta va desapareciendo a medida que el cuerpo se relaja. Magullones, rasguños, uno a uno se manifiestan pero nada puede borrar lo que allí sucede, la cercanía ganada en cuestión de minutos, así después Guillermo alegue amnesia temporal.

Poco más de  hora y media de recorrido el auto se detiene. Bajan como pueden a Guillermo que reabre la herida con el movimiento.

— ¡Pedro! – una mujer los hace seguir y bajar lentamente a un sótano más iluminado que la calle misma. Un bunker con un salón de fondo y otra habitación similar a una enfermería.
— ¿Dónde estamos?- pregunta Guillermo ya sobre la camilla
— Mi casa Guille. Mi verdadera casa.

Cae la noche y ve como alrededor de ellos algunos hombres se despliegan. Al que cree medico lo ve seco, distante pero hábil en la labor de suturarlo. Le realiza varias pruebas de coordinación, lo ve atender un golpe en las costillas de Pedro y una herida en el brazo del rubio. Le llama la atención como los hombres se acercan a ambos con una muestra especial de afecto, de cercanía y sinceridad. Pedro brilla y cada tanto le regala una sonrisa. Lo tiene anonadado.

— ¿Qué hora es?- pregunta Guillermo al ver el bunker aun con luz
— Las 9:30
— Aun hay luz…
— Dr Graziani, tenemos un generador propio, para urgencias como esta.

El tipo es de su estatura, delgado, de una apariencia insignificante. Sabe que lo conoce pero no recuerda de dónde.

Los hombres suben y Pedro suavemente se le acerca e inspecciona la herida. Miradas, sonrisas. Lo ayuda a salir y descubre una casa sencilla. La mujer de antes los recibe con dos tazas de café en la mano. Embarazada.

— Así que usted es el Dr. Guillermo Graziani.
— ¿Si, mucho gusto y usted?
— Teresa Olaya
— Gracias Teresa.
— Es un gusto tener a uno de los incorruptibles con nosotros.

Guillermo se pierde en los sendos ojos verdes de la mujer, la ve aguerrida, fuerte, pero noble y muy sincera.

Se sientan en la sala con otros, a los que Pedro, presenta uno a uno y a la luz de las velas le dan la bienvenida.

Guillermo se da cuenta que antes que sean combatientes, son un grupo de intelectuales ya cercados por la policía militar. Pedro era un acceso libre y pleno al sistema gubernamental, ahora descubierto, corrían  riesgo él y el grupo entero.
Teresa la última en despedirse le susurra algo a Pedro.

— ¿Qué te dijo?
— Nada Guillermo.
— ¿Qué te dijo? ¿Es sobre mí?
— Uhh pero egocéntrico Graziani, no todo gira a tu alrededor- le ve la sonrisa diáfana que tanto le gusta.

Su mirada se posa en la calle, a través de los ventanales. Las estrellas se ven resplandecientes en este lado de la ciudad, el lado pobre de la sociedad y el cerro distante, vigilante. Se levanta y se sienta cerca a Pedro.

— Te pido disculpas.
— ¿Por qué?
— Por dudar de vos, por todo, por cómo te trate, por como…
— Basta Guillermo, así tenía que ser.
— Perdóname Pedro.

La luz de la vela parpadea. Pedro y su sonrisa. Todo tenía que ver con Pedro durante aquellos años.

— Muy bien, para que estés tranquilo, te perdono.

Y le da rienda suelta a la necesidad de la piel, la cercanía lo invita a rozarle el rostro, a delinear la frente y dibujar las cejas. Pedro suspira, le ronda la boca y le toca los labios llenos.

La puerta se abre y la voz pausada de Beto, el hombre rubio se escucha suave.

— Salimos en tres horas Pedro, están rastreando la ciudad, no demoran en llegar a las provincias.
— Gracias Beto.

Los ojos cristalinos fijos en los ojos más oscuros.

—Tenemos tres horas-  siente el aliento cercano a su rostro.
— Tres horas precioso.

Y la luz de la vela se extingue, la ciudad entera queda a oscuras.

Continuará...


viernes, 21 de noviembre de 2014

Viñetas: Diálogos con uno mismo (2da parte) by Mina

#FragmentosdelavidacotidianaGuilledro

Anterior:

Diálogos con uno mismo. La luna de Pedro.

En silencio apaga la luz del comedor y antes de subir mira por la ventana de la cocina la luna que ilumina imponente. Las noches de luna llena siempre le provocan una extraña sensación, un leve vértigo. “…Bueno, me fumo el último y subo a dormir. Algún día voy a tener que dejarlo, pero seguro que no esta noche. La luna siempre me invita a fumar.”

Enciende el cigarrillo y sale a la galería a escuchar las cigarras y los grillos que ya a esta altura son parte de la familiaridad del diario vivir. “Mira vos donde terminé... quién lo hubiera dicho con lo que me gustaba la joda. Alejado del ruido y la velocidad, disfrutando de una vida simple, sin altibajos, ya tan establecido y seguro. No parezco yo… quien soy yo?... quien era yo?”

Por un instante los grillos se callan y no corre ni siquiera una leve brisa, silencio absoluto, todo detenido en ese ahora. El río manso, la luna que se refleja y el sonido de su respiración. Y quieto así de repente lo siente, lo recuerda, lo sabe allí cerca durmiendo, encuentra las mil razones y las vive con el cuerpo. “… Lo que se es capaz de hacer por amor, por favor!… cuántas veces me habré reído de historias muchísimo menos locas… que míseros seres involuntarios resultamos cuando alguien nos invade el alma... algún día pasará? Esto, algún día va a pasar?

Ahoga el final de la brasa y cierra la puerta, con esa nostalgia hermana de la tristeza, que aparece al comprender con total certeza que estamos a merced del destino, sin claves para el futuro; rodeados de incertidumbre y totalmente desbordados de emoción. “Es tan rico el olorcito de esta casa... Deben ser los troncos de palosanto que se empeñó en traer del norte. Siempre le dá lo mismo todo, pero cuando se emperra con algo, mamita! No hay quien pueda disuadirlo… y después esos ojos con el “te lo dije” en el brillo, cada vez que comento algo al respecto.”

Atraviesa la habitación y bajo el umbral se queda mirándolo. Duerme profundo, plácido, guardándole un lugar en su pecho. Las manos apoyadas sobre su lado de la cama, como llamándolo. “…¿Cómo puede tener esas manos?… Desde el primer día fueron como imanes, símbolo rotundo de toda protección y seguridad, pesadas, calientes, tan suaves… Hoy estoy como la luna, un boludo!... Basta. Mejor me baño porque sino no duermo más.”

Abre la ducha y se queda con la mirada perdida en el vapor, mientras el agua caliente lo moja y abriga; lo ensordece con ruido a lluvia, lo transporta hacia adentro como un mantra que desentierra una profunda emoción. Se ve allí, entero, feliz. Se da cuenta por enésima vez cuanto lo ama, entiende con todos sus poros quien era, quien es y ya, nada más existe. “… Es que no puedo diferenciar lo que soy de lo que somos… Estoy loco! ¿Dónde quedó el tiempo, las ideas, los planes… ya nada de eso importa! Se ha transformado en una parte de mí que me define y me acompaña todo el tiempo… como si nada hubiese sido antes de Esto… Daría cualquier cosa por estar acá, así, para siempre… ¿Cómo puede ser tan grande…?  
Y con el agua se pierden las lágrimas, junto con la risa que ilumina todo.

Todavía húmedo se mete en la cama y ocupa el lugar reservado para él, al abrigo de sus manos y su pecho, que lo aprietan instintivas con fuerza. Y ya al borde de quedarse dormido escucha el susurro:

- ¿Qué dice la luna, precioso?


  

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Sitiados (1era parte) by Lupillar

Capitulo I

El sonido de las sirenas retumba en el aire, los jóvenes corren atemorizados hacia sus casas, el toque de queda de las seis de la tarde es la excusa perfecta para que al día siguiente se encentren alguno que otro muerto en las calles de la ciudad.

La consecución de la dictadura  desde hace tres años tiene diezmada y acorralada  a la población, los diálogos entre las guerrillas insurgentes y el gobierno actual mantienen en vilo la posibilidad de retomar la democracia del país, mientras tanto se sobrevive con la políticas impuestas, algunos como Pedro Beggio se resguardan a través de los contactos y amistades de alto rango que le debían favores en retribución a su defensa por  diferentes crimines cometidos en diversos ámbitos, todo una pantomima armada.

Vivía al Norte, en una de las zonas más lujosas de la capital, andaba sin restricciones de ninguna especie, se movía como pez en el agua, y la confianza ganada en los altos mandos le daban  acceso a información y a lugares que muy pocos tenían.

Su "buena vida" siendo un consentido del Nuevo Régimen le pasaba factura; los viejos amigos, los reales, los que aún quedaban vivos le daban la espalda avergonzados. Familia…le debía a su padre el contacto con varios magistrados y los inicios de relaciones con personajes claves, pero nada más lejano a una palabra tan grande como familia, él no la tenía, hacía mucho tiempo. Así que la consigna era clara: Nada que perder y sí mucho que ganar.

La mañana del siguiente día lo sorprendió desde temprano entre folios, fotocopias y mucho café, quien iba a pensar que en la Corte Suprema se daría el mejor café de la ciudad. A través del humo del cigarrillo lo ve pasar. “¿No dormís?” Se pregunta. Joaquín, el guarda, le comentó que al tomarlo de sorpresa el toque de queda se había quedado la noche durmiendo en la oficina, y ahora lo veía andar por los pasillos dos horas después, recién bañado y con una tasa de café amargo “como te gusta”.

Se ensimisma viéndolo, las cochinas casualidades de la vida le habían asignado una oficina frente a la suya. Otro motivo de discusión el día que Guillermo le reclamó que hacia allí teniendo una oficina lujosa en un edificio lujoso con una secretaria lujosa, “Prefiero verte a vos, sos de lo más interesante” había sido su ácida respuesta, que de cínica no tenía nada y sí mucho de verdad.  En aquel momento se había dado cuenta del verdadero color de los ojos de Graziani, no era negros, eran de un marrón profundo que se tornaban oscurísimos cuando se hallaba en punto de ebullición.

Guillermo lo odiaba a muerte. “Sos un vendido, un chupaculos” alguna vez le gritó. Desde entonces no cruzaban palabras, se evitaban al máximo. Pero eso no impedía conocer uno a uno sus horarios, su agenda de lunes a lunes, su amante de turno. Toma aire, le molesta pensar en eso, se toma el café y de nuevo lo observa. Teme por su seguridad. Graziani es uno de los “incorruptibles” un grupo de intelectuales que se encontraban en cargos públicos en el momento del golpe de estado constitucional y que continuaban siendo acérrimos enemigos del actual régimen. Durante los últimos seis meses misteriosamente cinco de sus miembros se habían suicidado. Pedro aún no lograba saber qué motivos estaban detrás de esas muertes, estaba seguro que eran homicidios dirigidos, autorizados  y ocultos bajo un manto de mentiras Todos amigos o cercanos de Guillermo Graziani.

El sonido de mensaje recibido en el celular lo sorprende, tira la colilla del cigarrillo.
                                                    
Rebeca. 17. ¿Un café?

Mierda. Hacía semanas no se contactaban. Allí estaría. De nuevo lo mira antes que Guillermo baje la persiana, lo último que ve; el brillo del anillo en su dedo anular.

 *  *  *

La Plaza de la Rebeca preservaba aún los vestigios de la magia cuando los artesanos vendían orfebrería y tejidos, objetos de segunda mano y arte en toda su expresión. Ahora la zona estaba invadida de bares, restaurantes y prostíbulos costosos. Llega a las 17 horas en punto y se acerca al bar de la esquina, solicita un café negro y barre con la mirada el lugar viendo a Marcial al final de la barra disfrazado con una ridícula peluca de color caoba.

-¿Recordás esto? - Marcial desliza sobre la mesa la insignia de un puño negro alzado sobre un fondo naranja.
-Si, ¿qué pasa?
-Volvieron. La limpieza comenzó cerca de hace seis meses, ¿te suena algo?

Pedro recuerda los suicidios. Y el rostro de Guillermo se le hace casi real.

-Anoche hubo una matanza. En el sector de Copacabana. Mataron 15 travestis y dos estudiantes, uno de derecho y uno de filosofía.
Marcial nervioso como pocas veces lo ha visto, mira hacia la puerta del local insistentemente.

-¿Hay algo más?- sabe que el hombre no se arriesga para sólo contarle algo así.
-Es sólo un rumor…pero
-¿Qué pasa?
-Esto te lo dirá tu “jefecito”. Para el miércoles se planea ubicar un auto bomba sobre la Séptima. A las diez de la mañana. Lo que ni él sabe es que será frente a la Corte. Un “susto” , un mensaje para los “incorruptibles”.

Pedro traga saliva, desliza los dedos por el cabello. Puede aguantar que lo tachen de traidor a la patria, de corrupto, de vendido pero nunca de asesino.

-Gracias.
- Así que tené cuidado.
- Chau

Se levanta, paga la cuenta pero antes de salir escucha de nuevo a Marcial detrás en un murmullo.

-Ah otra cosa.
-¿Qué?
Mendoza sospecha de vos y si Graziani pasa del susto no creo que la otra semana se la perdone. Chau Pedro.
“no creo que la otra semana se la perdone”.

Mira el reloj, 5:38. Alcanza a llegar, cambiarse y hacer una visita en medio de la noche.

 *  *  *
- Hijo, ya te dije, acá no regresas. 
Pero papá, entonces salí del país ¿Qué haces allá? ¿Esperas a que te maten?comencemos acá una nueva vida, vos y yo, no me dejes solo.
- Fabian…

Guillermo sabe que su hijo tiene toda la razón, pero una mezcla de egocentrismo y verdad le impiden dejar el país. Ha visto desmadejarse una estructura en la cual creía y apostaba, no se trata de moral, él más que nadie tiene grietas en ese aspecto, se trata de justicia y valor.
Agotado suspira y mira a través del ventanal los cerros verdes que perfilan la ciudad, una niebla se extiende en el cerro “La Guadalupe” anunciando el final de la tarde con lluvias y lo vé a lo lejos caminar por el estacionamiento. Pedro. Joven, brillante como abogado, una decepción en su vida al verlo vendido al Régimen. Recuerda cuando lo conoció y el impacto que le provocó perderse en los ojos cristalinos y la sonrisa más bonita que haya visto. Pedro  precioso. Pedro lejano. Pedro traidor.

Ahora con el Régimen más que nunca ocultaba sus gustos particulares, sabia de ciertos grupos de derecha extrema se dedicaban a perseguir  gente “anormal”. El por lo menos en su posición utilizaba ciertas facultades para ocultar su pasado.

Los suicidios dentro del grupo lo tenían en constante vigilia, Juan su amigo más íntimo antes de morir le hizo llegar unos videos y fotografías de una construcción a siete horas de la Capital. Evidencia fidedigna de crímenes de lesa humanidad cometidos por el Partido Rojo.
Guillermo era consiente que sus días de libertad estaban cercanos al final pero no confiaba en nadie y no podía involucrar a su hijo. Se hallaba en una encrucijada.
Mira el reloj, 5:38, toma el saco y las llaves, no quiere dormir de nuevo en el sofá de la oficina.

Llega  sobre las seis a la casa. La hora justa para preparar algo de comer antes que la energía se vaya. Otra táctica del Régimen para controlar y entorpecer a la población. Cena a oscuras rodeado de sombras y recuerdos de los tiempos pasados. Su hijo, la mujer que alguna vez tuvo, los miles de amantes, los grandes amigos muchos de los cuales ahora estaban muertos y otros desaparecidos.

Decide no dejar paso a la nostalgia. Escucha un ruido de vidrio quebrado en el segundo nivel, toma el revolver que porta a disgusto desde hace unos meses, sube despacio y observa lo que puede del lugar. La ventana rota, la cortina ondulante y el reflejo de la luna sobre toda la habitación. Al fin la lluvia se disipó.
Siente sobre la nuca el frió de un objeto, el temor le corta el aliento, cierra los ojos y su pensamiento se va con Fabián, espera el tiro de gracia pero escucha una voz liquida, suave.

-Guillermo, solta el arma.

¿Es su voz? , la sorpresa no deja que los dedos sobre el revolver reaccionen y de nuevo lo escucha, más pausado, más claro.

- Solta el arma, no te voy a hacer daño, pero solta el arma.
- ¿Pedro?
-Sí, soy yo, soltala te digo, y girate despacio, necesito hablar con vos.
- Me sorprendes cada vez más ¿ahora también sos asesino?

Guillermo hace lo que indica Pedro, se gira y le ve claramente el perfil a la luz de la noche, apuntándole.

- Jamás he matado a nadie. Sentate.

Se ubica sobre el borde de la cama, lo mira retroceder, bajar el arma y arrastrar la silla unos dos metros justo frente a él.

-El miércoles habrá un atentado frente a la Corte.
-¿Qué?
- Lo que escuchas, no preguntes porque sólo lo diré una vez más. Sólo escucha. En horas de la mañana, a las diez. Será un susto, un petardo, una advertencia para los de tu grupo.
- A mí no me jodas Beggio. ¿Qué querés con esto? ¿Qué querés a cambio?
- Nada, sólo ponerte sobre aviso.
- No me trates como a tus putas, decime de frente qué querés.

Pedro lo conoce bien y sabe que nada lo hará entrar en razón, se ha jugado el pellejo yendo a su casa, pero era la única posibilidad de cercanía sin correr el riesgo a un escándalo y sin levantar sospechas.
Se levanta empuñando el arma.
- ¿Recordas la “mano negra”?     
- Que querés decir…
- Están operando nuevamente, están detrás de los supuestos suicidios de tus colegas     
Ya sabía que había algo…  
Y ahora van por vos…

El frio de la noche se cuela por las ropas haciéndolo estremecer, pero es la mención del nombre del grupo anarquista lo que lo intimida realmente, ha escuchado los métodos y la manera en que han sembrado el terror en todas las esferas.

-Te dejo acá la dirección de un lugar. Seguime el consejo, yo que vos mañana mismo me iría de la Capital. Este lugar -le extiende el papel- es seguro.

Guillermo ve como retrocede, no lo puede dejar ir, no logra entender como uno de los niños consentidos del Régimen se haya arriesgado a tanto para venir a avisarle algo que le valdría la tortura y muerte a manos de sus propios jefes.
-    
     - ¿Porque lo haces?
     - Eso a vos no te importa, sólo agradece que te lo dije
     - ¡Cómo que no me importa hijo de puta, si es mi vida la que está en riesgo!
     - ¡Shh, cállate! vos siempre en pie de guerra, nada te gusta, siempre criticando todo. Que el puto café esta dulce, que el escándalo de la oficina, que el fiscal es un imbécil…nada te gusta a vos…al gran Guillermo Graziani nada en esta puta vida lo llena ni le parece.

Pedro pierde la concentración, baja el arma de nuevo y la ira se apodera y lo enceguece, ¿acaso no ve lo que arriesga por advertirle?
Y Guillermo sin que Pedro lo noté en su retahíla se acerca, aprovecha la defensa baja y se abalanza sobre el cuerpo, lanza un golpe certero al costado izquierdo que lo hace doblarse y soltar el arma, otro golpe sobre la mandíbula haciéndolo perder el equilibrio y caer de lado, se gira y ve el brillo del arma distante en el pasillo. No alcanza a ir  por ella. Mira de nuevo a Pedro arrodillado sobre el suelo, lo trata a levantar del brazo y obligarlo a levantarse apresándolo contra la pared, impidiéndo que se mueva con una pierna entre las suyas y el antebrazo sobre el cuello.
Apenas con la respiración agitada lanza de nuevo la pregunta.

- ¿Qué querés de mi, decime? Porque ésto gratis no es.

Pedro sin aire y con un rastro de sangre de su boca, lo mira perplejo. Los ojos cristalinos, “¡No me mires así Pedro!” piensa Guillermo perdido con la cercanía.

- Contéstame Pedro. ¿Qué querés?

Los ojos verdes se humedecen, y ve el reflejo claro de temor en ellos, ahora Guillermo es quien pierde la concentración, afloja el agarre sobre el cuello y los sorprenden las palabras a media voz, esa voz suave de chiquillo que amo desde la primera vez que lo escuchó.

- Te quiero a vos Guillermo, siempre te quise a vos.


Continuará....






martes, 18 de noviembre de 2014

Embrujo (10ma parte) by Antonia & Elena



-Vengan para acá, ahora.
Peina con los dedos el desordenado pelo de Pedro – arreglate, parece que Pablo y Alma encontraron algo.
Resopla con fastidio – tenes algo para tomar?
-Whisky, allá – sonríe mientras acomoda su ropa – servime a mi también.
Un rato después se encuentran los cuatro reunidos alrededor de la mesa del comedor
-Encontramos una informacion importante.. no vas a poder creer donde estaba escondida
-Contame…
-Después de revisar de nuevo todo, me acorde que una vez Mezcal me mandó un mail usando una cuenta distinta a la del despacho.
-¿Y? – recorre a Pedro con los ojos mientras escucha las explicaciones, recuerda el cuerpo, relajado entre sus brazos
-La localice y descifre la contraseña. Analizamos todos los mails y encontramos uno sin enviar y con un texto… -  se detiene al advertir la distracción de su jefe - Sigo?
-Si, si, seguí
-…extraño...
-¿En qué sentido extraño?
-Solo una dirección y dos códigos alfanuméricos que resultaron ser la dirección de un banco, el número de una caja de seguridad y el código para abrirla.
Devuelve la mirada sonrojado, el mentón apoyado sobre las manos cruzadas, la piel encendida por los ojos negros.
-Pedro me estas escuchando?
-Si, si ¿Eso era? ¿Y todo esto tiempo para descubrir algo así de simple?
-No podes decirme eso... como iba a saber que había usado la cuenta del correo electrónico para...
-Esta todo perfecto… - interrumpe Guillermo - En primer lugar, mañana tenemos que controlar la caja de seguridad – se levanta dando por terminada la reunión – Pedro, vos venís conmigo y ustedes nos esperan en la oficina.
-Nos encontramos directamente en el banco, entonces? – sonríe provocador
-Sí, claro, ahora vayan… - cierra, apoya la espalda contra la puerta y suspira – la puta madre, que pendejo del orto…
Al día siguiente…
-Tenían razón. Mira. Documentos, fotocopias… acá están los originales.. un pen drive.. fotos.
-Agarra todo y vamos
Treinta minutos después suben las escaleras de la fiscalía.
-Tenemos que encontrar un lugar tranquilo para examinar esto. Acá es peligroso…podría filtrarse algo y…
-Si ¿Pero adónde?
-Podemos ir a la casaquinta de mi primo. Esta bastante lejos y suficientemente aislada. No está en el país ahora.
-Lleva los legajos y las notebook y esperame en el coche. Aviso que nos vamos y listo. Pasemos a buscar algo de ropa, te parece?
Lo ve mirar una y otra vez por el espejo retrovisor mientras maneja – que pasa?
-Nos siguen.
-Estas seguro?
-No te des vuelta! Mira por el espejo lateral, el coche marrón
-La puta madre.
-Agarrate fuerte! – las ruedas chirrían cuando acelera y el auto corre a toda velocidad por las calles atestadas, esquivando vehículos y semáforos. Guillermo mira alrededor sin pronunciar una palabra con los ojos fijos en el espejo retrovisor.
-Los ves?
-No, creo que los perdim..
-La puta! – da un volantazo y apenas logra impedir que los intercepten saliendo de improviso de una calle lateral. Continúa la carrera cambiando de rumbo una y otra vez – sostenete! – dobla a contramano sorteando obstáculos y aprovecha el embotellamiento que causa para bloquear la persecución del auto marrón. Sigue varios cientos de metros más hasta el estacionamiento subterráneo de un shopping. Apaga el motor y respira – estas bien?
-Sí, pero no podemos usar mas este auto
-Alcanzame la caja de herramientas que está ahí atrás
Hace lo que le pide mientras propone – Lourdes tiene un coche que no usa, podría…- se interrumpe estupefacto cuando lo ve abrir y arrancar un vehículo en menos de un minuto.
-Subí – se ríe y estampa un beso en los labios finos – de Lourdes ni en pedo.
Lo sostiene por la espalda para impedirle alejarse - como…?
-Te dije que tus informes no decían todo de mí. – murmura en su boca y se aleja - Adónde vamos?
-Fuera de la ciudad, donde no puedan encontrarnos, Rosario?
Abandonan el coche robado cerca de una remiseria y tres horas después se instalan en un hotel de aspecto dudoso donde nadie pregunta nada.
Apoya computadoras y papeles sobre la mesita de la habitación doble, cuando siente los brazos de Guillermo rodearlo y girarlo lentamente, el aliento que lo envuelve ahogándolo en la profundidad de los ojos negros. Le acaricia la frente, la mejilla; continúa su recorrido a lo largo del hombro, el brazo, alcanza la mano y la aprieta entre las suyas, la lleva a los labios y la besa, mirándolo con ternura absoluta.
Pedro libera en silencio la mano y, tomándolo del mentón, lo besa con pasión, sonríe cuando siente el sabor de la lengua contra el paladar, continua por el cuello y el pecho amplio mientras desabrocha la camisa.
-Guille… - susurra.
Se queda inmóvil, con los ojos cerrados, deleitado de sentir, por fin, los dedos de Pedro recorrer su cuerpo, los labios carnosos y húmedos rozar su piel, morderla y vagar sin destino, preso de sensaciones completamente nuevas, de una intensidad nunca probada. Incapaz de contener la sensación de placer potente que, como lava hirviente, invade su cuerpo.
-Espera...- desliza la camisa sobre los hombros torneados buscando la piel pálida y caliente.
Una mano sobre el cuello, su pecho perfectamente adherido al de Pedro, sigue la línea de sus labios con la punta de la lengua, baja por el cuello, hasta las clavículas, puede sentir la respiración acelerada y el leve gemido que se escapa de sus labios cuando llega con las manos a las caderas, lo empuja suavemente hacia la cama.
-Pedro…
-Seguí Guille, seguí.

-Continuará-