A Lucero y sus palmeras.
A Norita y sus versiones de
#EllaEnMiCabeza.
A la cordura perdida.
Bajo
las sábanas, sus piernas desnudas luchan por última vez. El ambiente apenas
iluminado, las manos que dibujan el rostro y la virilidad latente que se regala
y no se pide.
-
No te olvides de mí.
-
No me voy a olvidar.
Diez
días antes...
Para
llegar viajó 1500 km en avión y otros 30 km por carretera hasta el norte de
país. La discreción, marca registrada del lugar siempre lo hace regresar.
Cruza
los medanos hasta la Terraza principal de la playa, la música fuerte, los
tragos y los diminutos short de baños dan color al ambiente. Algunos muchachos
besándose con naturalidad en un clima de desinhibida diversión.
Cuando
lo vio estaba acompañado por un joven, sonreía atento a la conversación, aunque
solo fuera por cortesía. Lo observa cuando el muchacho y un amigo intentan
arrastrarlo hasta el mar, mientras él se disculpa con su mano en el pecho,
aferrado a la negativa. Le atraen los hombres maduros como él. No sabe
exactamente lo que llamó su atención; si, sus ojos profundos enmarcados en las oscuras
pestañas o su pecho entrecano que se deja ver debajo de la camisa blanca.
Cuando lo ve solo, se acerca, seductor y lo invita con su copa. Ambos saben porque
estaban ahí, sin preámbulos, dispuestos...
- ¿Gostaria suco de laranja?
- ¿Qué? Perdón, no hablo… eu não falo português-dice con una sonrisa que lo deja
sin defensas.
- Yo tampoco – la sonrisa con hoyuelos que se forma.
-
¿Chileno?
-
Eso dice el pasaporte- y la mirada oscura que le devora la boca.
Cuando
el joven volvió de su chapuzón en el mar, solo encontró un vaso de jugo de
naranja y una botella de agua a medio terminar. Del caballero argentino nada
supo, solo que había desaparecido acompañado por un recién llegado.
Perfectamente
encantador, acento extranjero, lo suficientemente lejano para transformarlo en
el compañero ideal de un paraíso sin preguntas. Desde su primer encuentro,
sintió que podía perderse deliciosamente en ese cuerpo joven. Es que en él, hay
un encanto indescifrable detrás de la conversación inteligente y el embrujo de
verlo dormir.
Alquiló
el dúplex con vista al mar que había ocupado en otras oportunidades, solo o con
algún compañero ocasional. Le pareció natural invitarlo a quedarse con él, después
de todo no volvió a pisar el Hotel en el que se hospeda desde que se
conocieron. La madrugada siempre lo encuentra envuelto entre sus piernas, riendo
con alguna de sus alocadas historias en los pub de Ibiza o alguna ciudad tan
remota como las que él mismo elige para sus aventuras.
- ¿A qué te dedicas?
- Soy Escribano...- hace el dibujo en el aire de firmar, mientras sonríe- ¿y vos?
-
Diseñador gráfico.
-
Ah, mira vos...que creativo.
La
carcajada muere contra el cuello y los dedos grandes que acarician y despeinan
el cabello.
Desde
que se conocieron, no se separaron. Sabe que debe respetar sus distancias, aun
cuando se aleja si recibe un llamado. Se siente ansioso por preguntar, aunque
la respuesta pareciera obvia, pero no quiere enfrentar los celos que le provoca
pensar que hay alguien que lo espera. Lo observa mientras hojea los diarios o
charlando con la camarera, mueve de lado la cabeza y escucha con la misma
atención: la especialidad de la casa o el problema que la chica tiene con el
encargado del lugar. Se pregunta ¿Cómo será volver a su vida sin él?, pero es el
sonido de su propio teléfono el que lo aleja.
-¿Todo
bien?-los ojos oscuros mantienen la vista fija en la lectura.
-
Si -aunque su cara dice lo contrario.
-
¿Vivís solo?
-
Dijimos que sin preguntas - intenta evadir, pero responde— con alguien que me
ayuda con los gastos de la casa.
-
Aja -suena poco convencido.
-
Una… amiga.
-
Ah, bien.
-
Y vos, ¿vivís solo?
-
Si, en un pequeño departamento, de vista espantosa - suena divertidamente sarcástico-
rodeado de vecinos de los que jamás me ocupo en preguntar sus nombres.
-
No creo que seas tan antipático.
-
No los soy, solo soy temeroso que toquen a mi puerta para pedirme azúcar y al
otro día los tenga instalados opinando de mi vida.
Mientras
lo escucha, vuelve a sentir, esa inquietud de los últimos días ¿es posible
sentir que lo conoce tan íntimamente? ¿Puede hacerlo con pequeñas piezas de un
rompecabezas llamado vida y de la que él, no forma parte?
La
cena ya tiene sus rituales, la copa de vino única que comparten, las clases de
cocina y los juegos previos que siempre terminan en la cama, el sillón o alguno
de los mil sitios que inventan para estar juntos. Ese hombre lo atraviesa, con
toda su intensa virilidad, domina su mundo. Él deja salir algo de lo que permanece
oculto. Ha tenido otros amantes, pero él es diferente. Él es su par.
Los
ojos color pardo perdidos en el horizonte, las manos en los bolsillos, se
acerca hasta estar a la par, lo intuye, se va.
—
¿Cuándo viajas?
—
Mañana – gira para enfrentar su mirada oscura.
—
Esta bien, los sabíamos – alcanza a esconder la tristeza de su voz. El joven lo
abraza, se esconde en su cuello y arriesga a preguntar — ¿alguna vez pensaste
en cambiar tu vida?
Lo
aprieta fuerte contra él, contesta mientras lo besa — Demasiadas veces cielito.
Esa
noche el silencio se instala entre ellos. Incluso cuando hacen el amor, la
ternura los desborda, sus cuerpos se necesitan, pero son sus ojos los que se
buscan. Sostenido de su hombro, el joven
resiste la estocada, mientras lo anima a seguir, el pardo se pierde en las
pupilas dilatadas que ahora lo miran y el brillo se convierte en una lagrima
furtiva…Nunca ha odiado tanto la claridad del amanecer como ahora, sabe que con
el sol se ira esta ilusión de perfección que compartieron.
Diez
días antes…
Con
la brisa que se cuela a través de la ropa, caminan por la playa, un juego de
miradas y sonrisas, que apenas se sostiene. Ríen, se buscan sin sutilezas.
Se
pierden en el Palmar que emerge de entre las piedras. Y se arrinconan huyendo
de las miradas curiosas. La remera ya no es obstáculo, cuando los labios hacen
contacto con el cuerpo joven. — Exquisito — se escucha decir, mientras su
lengua avanza hacia el sexo, que desinhibido, queda expuesto a las caricias.
Vuelve, para reclamar su boca, y como respuesta las manos recorren el pecho
entrecano, mientras los labios toman posesión del cuello, sonríe cuando lo
escucha murmurar lo que sería capaz de hacer con esa boca. Un juego de
provocaciones, que recién comienza. Las palmas sobre las rocas, y la espalda
abierta al deseo. Los dedos que hasta hace segundos besaba, se abren paso
dentro suyo, anticipando el calor vibrante que se avecina. Y no recuerda si
susurra o grita, que lo quiere en él, profundo y fuerte.
Cuando
sol comienza a caer en el horizonte, los brazos firmes aun lo rodean y se
despegan perezosos de su cuerpo.
—Hora
de volver a la civilización —anuncia mientras recoge la ropa y se acicala —
¿Cenamos?
Extiende
su mano para ayudarlo a incorporarse, los finos dedos no lo sueltan. La noche
cae rápida sobre el Palmar.
—
¿Cuál es tu nombre precioso?
—
Ignacio… ¿el tuyo?
—
Gustavo…mi nombre es Gustavo.
Continuará…