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(Un mix de La señal de Ilgora Blue y La elección de Antonia, aderezadas con las viñetas Eterno y Abuelos)
Tema musical
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Pasea en silencio por la casa a oscuras fumando un cigarrillo. Heredo el insomnio de su abuelo, y el gusto por las plantas también. Acaba de terminar la residencia en medicina y en unos días viaja para hacer una especialización en cirugía cardiovascular. Con las cosas que ve en el quirófano debería dejar de fumar, piensa mirando la pequeña brasa que relumbra en la oscuridad de la cocina. Se mudaron a la casa poco después del fallecimiento de Guillermo, se acuerda muy bien de aquel día… un almuerzo de domingo como todos se levanto a buscar pan, y unos minutos después oyeron el golpe sordo del cuerpo contra el piso. Recuerda las corridas, los gritos, el llanto de su padre, los médicos y sus inútiles intentos de reanimación. Sin embrago, otra imagen viene a su mente, la expresión en el rostro de su abuelo no era de dolor, ni siquiera de paz, era de felicidad y una leve sonrisa se dibujaba en sus labios. Lo soñó unos días más tarde, paseando con el dueño del saco camel que estaba siempre en el perchero al lado del escritorio de la biblioteca, el abuelo de la foto, Pedro. Si hay algún lugar al que la gente va después de muerta, es seguro que están allí viviendo felices juntos.
Retrocede en el tiempo, a sus primeros recuerdos, rememora las frecuentes discusiones de Fabián y Guillermo, que salga, que rehaga su vida, que no puede estar todo el día en el estudio – porque tenes tantas bandejas de comida en el freezer?
- No me acostumbro a cocinar para mí solo hijito
Los adultos y sus estúpidos detalles. Sonríe y se dirige al patio, llena una de las regaderas. Acompaño a su abuelo a comprarlas, fue unos meses después de que desaparecieran las bandejas congeladas; pasaban por la estación del tren y unos desconocidos los saludaron – buen día Don Guillermo
- Quienes son abuelo?
Contesto el saludo con la mano antes de responderle – gente que no tiene donde dormir – sonrió y le guiño un ojo – te acordas que te conté? al menos ahora sé que comen bien.
Claro que recuerda las historias que le contaba a la hora de la siesta mientras regaban las plantas, le hablaba de Pedro, de lo que le gustaba y lo que no, como se conocieron, los casos en los que trabajaron juntos, cuando le enseño a cocinar, si hasta lo llevo a un golfito para mostrarle que sí, que había aprendido a jugar.
Fabián no aprobaba del todo esas conversaciones pero termino por aceptarlas, porque eran los únicos momentos en que veía a su padre feliz. Los chicos a veces no necesitan tantas explicaciones y, con el transcurrir de los años, supo las respuestas de las preguntas que el abuelo nunca contesto.
La biblioteca permaneció cerrada un largo tiempo, hasta un día en el que, como hoy, vagando insomne por la casa encontró la llave. Entro sigiloso, como quien entra a un santuario. El saco camel seguía allí, repaso las fotos y hojeo el expediente de la causa Beggio. Sobre el escritorio, llamo su atención una pila de hojas manuscritas, reconoció la letra, se sentó, retiro la lapicera, leyó por encima algunas páginas “Pedro alumno en la facultad, en coma, agente secreto, noches en el delta, abogado de inocentes”; y luego volvió a la primera “Historias de Trinchera” para Daniel, de sus abuelos Pedro y Guillermo. Las personas viven mientras se las recuerde, el amor es un acto de fe.
Emocionante historia... se me escapó un lagrimón!! Muy lindas imágenes!!! Al fin se encontraron al otro lado del camino... Felicitaciones!!!!!!!
ResponderEliminardespués de leerla muchas veces, aun hoy no dejo de llorar cada vez que la leo... nuchas gracias a la Trinchera!!
ResponderEliminarBellisima!!
ResponderEliminarY aún sigo llorando!!!
ResponderEliminarGracias Trinchera. Adriana M.