A mi
padre, y a todas esas respuestas que no siempre llegan…
LA FINAL
En la cancha
principal Fabián disputa el último encuentro. Esta ganando holgadamente. Ya
siente el codiciado Trofeo entre sus jóvenes manos. Pero lo que ocurre fuera de
esa verde pista rectangular sabe que puede terminar de definir su vida. La de
su padre. La de su familia.
Pedro y Guillermo
pasaron otra noche más discutiendo. Las cosas parecen no tener retorno. En pocas
horas tendrían que volver a Buenos Aires. El cómo, el cuándo y el adonde hoy se
magnifican ante cuestionamientos que resienten la continuidad.
Deberían dejar
que el amor arbitre ecuánime. Que las reglas precisas y acordes las imponga el
deseo, que las dudas queden fuera de juego… pero hay gotas que se derraman implacables
y los vasos llenos a veces sólo estallan.
Saque. Las crisis
se superan. Uno se eleva más allá de las fuerzas reconocibles y sigue adelante.
Se es luchador y aguantador por naturaleza. Cuando la situación así lo requiere,
se logra potenciar esos rasgos, en virtud de salvaguardarse. Pero… cuando la
batalla es interna y a la vez compartida por dos ¿Se puede superar una parte y
la otra no? ¿Cuánto amor hace falta para corregir los errores? ¿Cuántos errores
se están permitidos antes de corregir al amor? ¿Cuánto espacio puede ocupar el
pasado en el presente, sin afectar el futuro? En la búsqueda de eso llamado
felicidad ¿cuántas licencias uno se puede tomar?
Punto. Cuando la
racionalidad le gana la batalla al sentimiento, ¿quién pierde? ¿Alguien gana? En
pos del cuidado de un vínculo, creyendo que uno no es la parte débil ¿en qué
medida se justifica la sobreprotección? Si se rompe la lealtad debida, ¿se
termina destruyendo todo? ¿Se afianza una relación exponiendo al ser amado al
propio caos?
Ace. ¿Qué hacer,
cuando la situación se vuelve inexplicable y la duda corroe todo a su paso? ¿Cuándo
no se puede o no se quiere ver el daño causado? ¿Cuándo duele más la mentira
propia que la desidia ajena? La impotencia cotidiana de no saber cómo encauzar
los sentimientos ¿nos habilita para forzar la voluntad ajena? Arraigando los
dolores no resueltos ¿se puede crecer en verdadera libertad?
Devolución. La elipsis que calla, que impide seguir, que cubre de miedo y
de dudas al corazón sincero. Silencio que aturde. Sentir mudo que no deja
continuar. El espasmo artero en el cuerpo del otro, espejo del propio. Saberse
perdido entre las cuatro paredes de una habitación, cercada por uno mismo. La
falta de aire que imposibilita respirar, dando lugar al sordo entendimiento de que
utilizar la puerta de salida, puede causar mucho más dolor aún, que permanecer
ahí.
Red. Otra vez a
empezar desganadamente desde cero. Los mismos serenos argumentos. La misma
historia, con nuevas palabras. Intentar disipar el silencio ruin, saturando de
frases demasiado pensadas para una devolución correcta. ¿Cuándo uno debe
dejarse caer? ¿Intentar el ejercicio de escuchar y escucharse? ¿Maniatar lo que
todavía duele? Derramar el afecto en busca de una nueva puerta hacia la confianza
¿es mecanismo válido para salvarse del destierro?
Cuando las locuciones
sobreabundan, ya no logran ser escuchadas. Cuando la mentira duele adentro,
como una daga, el lenguaje único, de lo no dicho, de los gestos, de las
caricias, ya no alcanza.
Los esfuerzos
entonces, deben necesariamente multiplicarse. Para refrenar el propio ímpetu y
doblegarse a lo único importante. Así como los cuestionamientos antes de
exteriorizarlos, se tienen que hacer hacia uno mismo, es menester serenar el
ritmo de las embestidas y buscar la oportuna forma de ver el campo completo,
holísticamente.
¿Es posible hacer
de cada acto un logro compartido, una experiencia extraordinariamente humana?
¿Se puede llegar a hacer una construcción de vida generosa? ¿Es dable aceptar
el gobierno propio y conjugarlo con el de otro? ¿Se logra alguna vez separa las
cosas, asumir la culpa, pagarla como corresponde?
Las resistencias
primarias se empiezan a agotar. Cada cual en su lado va cediendo. Comienzan a
complementarse pasiblemente, afirmando sin riesgos lo dicho por el otro. Van
terminando sombríos, con el ritmo de las voces en franca desaceleración,
resignando a que el tamborileo del corazón se imponga.
La necesaria
resolución del tiempo los acecha, como la vida misma. Ya no deben seguir
debatiendo mezquinamente, ni hacia adentro, ni hacia afuera. Es hora de ver la
realidad, tal cual se les presenta. De afrontar sin miedo lo que viene. Aun sin
la certeza de que es lo que tienen en frente.
El siguiente
movimiento se inicia con recordar cuál es el sentimiento que los define, los
reconoce, los hace iguales. El descubierto hace algo más de siete meses atrás. Ese
que los coloco en la misma cancha. Ahora, en cuadrantes opuestos. En el mismo
sinuoso camino. Al otro lado de las faltas. De los caprichos del tiempo. El
sentido en el refugio que entre ambos armaron. Al que los configura perennes,
el uno en los brazos del otro.
Tie
break. Muerte súbita. Un solo paso en falso y habrá un ganador… o
más triste aún, dos maltrechos perdedores. Último saque. Matar o morir…
Con las fuerzas finales
se busca quebrar el juego, de revés, de derecha, como sea. Porque en este
“juego” se les va la vida, junto con el amor, la fe, la libertad…
Se les va ese todo que duele de impronunciable.
Categórica pregunta,
donde la acechada respuesta no se espera, solo se ruega…
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Pedro,
¿te casarías conmigo?
Fin
Me encanto...Impecable!! Todas las frases son geniales, me quedo con esta que me cautivo...
ResponderEliminarCuando las locuciones sobreabundan, ya no logran ser escuchadas.
Gracias!!!
Hermoso final. ¡Qué peloteo, por dior!
ResponderEliminarPRECIOSO FINAL PARA UNA PRECIOSA HISTORIA, ADRIANA DELITE PODER LEERTE, RELATOS CON TODA LA CALIDEZ, TERNURA,QUE VOS SABES TRANSMITIR.GRACIAS POR TANTO,MONICA DE LANUS
ResponderEliminarHermosa historia!! qué frases deja este final!!!!!!!!! para releer!!! Gracias! Susy
ResponderEliminarEl ¿Te casarías conmigo? necesita una respuesta, ¿No?. Por fi. Esperamos, esperamos...
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