Mensaje by Matias Graziani

Es una tarde fresca. Guillermo mira su taza vacía. Imagina otra taza frente a él, acariciada por los dedos de Pedro.

-Guiie, volví –le dice, los ojos grandes y brillantes.

Guillermo sonríe, y extiende su mano, busca entrelazar sus dedos, una caricia, un abrazo y un beso.

Pero sólo hay aire frente a él.

Guiie, Guiie. Hace semanas que escucha Guiie a dónde va. Es parte del duelo, se dice. Ver y escuchar a los que se fueron. Como ese pibe en el subte que tanto se parece a él. Como esos ojos grandes y brillantes en otros rostros con barba que no son el de Pedro, ojos que imagina poseídos durante un instante por el espíritu de su amado para darle algún mensaje desde el otro lado.

Guillermo llega de noche a su casa, después de vagar sin rumbo por la ciudad. Intenta embocar la llave en la cerradura, pero está bajo el mismo hechizo de la botella que hizo presa a su ex mujer. De pronto, una sombra.

-Guishe…

-¡Alberto! Pero, ¿qué mierda te pasa, pelotudo? Me vas a matar de un paro.

Alberto no vuelve a hablar. Le entrega un papel arrugado, un mensaje, una esperanza.

En algún lugar fuera de Argentina, Graziani observa el golpe de las olas de un mar plateado. Quiere olvidarse de la tensión y del miedo, quiere el fin de un largo sueño oscuro, quiere asegurarse de que sea verdad y no otro engaño.

-Guiiie…

Gira, y encuentra sus ojos grandes y brillantes. Viste una remera azul y unas bermudas. Está sin barba. Le queda bien.

-Pedro… -suspira-. ¡Pedro!

Guillermo lo abraza y empieza a llorar.

-Tranquilo, mi amor –dice Pedro-. Lo conseguimos.

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