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En
la afable Capilla de San Agustin, perdida entre el pedemonte mendocino, se
despierta en la cama improvisada, en medio de las cajas del depósito, allí
donde se guardan las donaciones de los feligreses de una pequeña comunidad.
El
“chileno”, según lo bautizó el cura párroco Sebastián, había llegado escapando “por obra del Señor”, y lo había acogido
en ese apacible lugar.
El
joven de expresión triste, apagada, sentía como un castigo el hecho de no poder
recordar con precisión todas las piezas de ese rompecabezas llamado “vida”, el
cual se le vedaba como quien niega el dolor de sentirse desarraigado.
Las
escasas imágenes que su cerebro le devolvían no le alcanzaban para entender,
pero si para sentir un vacio tan grande, como la cordillera que se le imponía
en frente.
En
sus sueños lograba encontrar indicios de quien era. Los había divido en los “buenos sueños”, donde se sabía amado,
cuidado, protegido, y los “otros”, en
donde era perseguido, golpeado, arrancado. En ellos se había visto corriendo entre
una vasta vegetación, con tiros, miedo, desesperación; en un rio, con frio, y sintiendo
sus brazos agotados de tanto nadar.
Una
noche, luego de intentar calmar su angustia hablando con Sebastián, quien lo
escuchaba entendiendo menos que él, logró apagar esas imágenes y como deseando
avanzar una cinta hasta los momentos buenos, se durmió con un suspiro que
parecía darle la tregua que necesitaba.
Se
concibió en profunda conexión con otro ser, cuando sintió como una mano le
acariciaba la frente, en un gesto que parecía devolverle la paz, la de sentir
que sus miedos se alejaban. Era como un abrazo compartido, que lo hacía sentir
seguro.
El
despertar de ese sueño fue exquisito, sentía que podía con el mundo, aunque no lograra
entender cuál era el mundo. “El día que
encuentre esa mano, la agarro y no la suelto mas” pensaba para sí. Y aunque no entendiendo porque se
ruborizó, le alcanzó para vislumbrar una pequeña luz, como si su alma sanara más
rápido que todas las heridas de su cuerpo, que todos los huecos de su mente.
Ocupaba
sus días ayudando en la Capilla, y sus tardes casi torturando a preguntas a Sebastián,
quien con paciencia sacerdotal, lograba descubrir que aquel joven había pasado
por muchas cosas en muy poco tiempo. Y lograba entender súbitamente, que la
necesidad de hablar, conseguía calmarlo, y así ir redescubriéndose.
Fue
un renacer y un morir de nuevo cuando por un mal cálculo, cayendo de una tarima
improvisada de donde pretendía limpiar una lámpara, una mano lo sujeto
fuertemente, tanto que sintió volver el tiempo atrás, con la misma intensidad que
fue arrastrado hacia un auto. Sintio nuevamente el brazo arder, las piernas
sangrando y el cansancio consumiendo su cuerpo, recordó como le ataban las
manos, y los pies, le envolvían la cabeza y la oscuridad que lo ceñía, lo dejaba
como muerto.
Sentado
en el frio piso de la capilla, sollozando, con la cara cubierta, Sebastián intenta
acercarse al que, a sola vista, era un niño despertando de una pesadilla. Vanamente
intenta sustraerlo del recuerdo que lo rodeaba “Siento que el nudo se empieza a desatar, porque tanta rabia, porque…
tanto odio… porque si yo no hice nada” y con la imperiosa necesidad de
sacar de ese trance al joven, Sebastián intenta abrazarlo, pero como un mal
dejavú, Pedro se aparta, molesto, aturdido, movido, derrumbado… “es un recuerdo, o un recuerdo de un recuerdo”.
Se marea e intentando sostenerse de la pared más próxima, comienza a sentir
taquicardia, y una imagen lo hace volver a un patio, frente a una churrasquera,
apretándose la camisa.
“Me estoy volviendo loco” logro suspirar y se dejó caer, ante tan abrumadores
recuerdos, confusos, mezclados, separados, en un pasado que se le niega, que le
duele, y que no logra ordenar.
El
cura comienza a preocuparse, el joven parecía sanar bien las heridas externas,
había dicho el médico luego de revisarlo, pero a su cabeza le está costando más.
“Hay que darle tiempo”, habría dicho
el doctor.
El
párroco sabe, por lo que le conto el chileno, que despertó en un auto en
movimiento, con sus manos y sus pies atados, y que de una patada abrió la
puerta y se tiró.
Luego
de vagar varios días por cerros de escasa vegetación y con mucha hambre y sed, vio
la pequeña capilla, al final de la calle y como si algo lo empujara hacia ese
lugar, golpeo la puerta, pidiendo ayuda.
También,
en esas interminables tardes donde éste parecía extasiado por los vagos
recuerdo le conto que a veces soñaba con una voz sin rostro que le decía “Volve, volve, volve”, y aunque no podía
distinguir quien le hablaba, lejos de perturbarlo le daba la sensación de que
alguien lo esperaba.
Sebastián
lo había encontrado extenuado, muy débil y lo había dejado vivir en la
parroquia, pero no había logrado hacer que recuperara su memoria. Su acento y
la cercanía con el país vecino, le jugaban a su favor, era común ver a chilenos
deambular por esas zonas, muchos llegaban en buscas de mejores oportunidades,
otros escapaban de sus vidas cruzando la cordillera, sin papeles.
Pero
Sebastián percibía un dolor muy profundo en los ojos de él, un sentimiento que
no podía distinguir, huellas de una vida compleja, de duros golpes, de hondas
heridas. También por su léxico, y su trato, notaba un nivel de estudio que no
condecía con su actual situación.
Aunque
con él hablaba mucho, con el resto el chileno sólo hablaba lo justo, y notaba
contradictoriamente como se escondía de la gente, como un animalito golpeado,
difícil de agarrar.
Una
vez que despertó de ésta siesta de tres días, con fiebre incluida, la mirada se
le hizo profunda, esquiva. Comió lo que le llevaron con una mansedumbre, propia
de quien no quiere seguir.
“Mi nombre es Pedro, o eso creo” - empezó a musitar- “Él me gritaba y me pegaba cuando niño, mi padre, toda la vida me cago
a palos, nunca pude entender por qué” - Con una voz seca, aletargada, sin
vida, le fue relatando el chispazo que su memoria le había dado.
Sebastián
sin dejar de escuchar lo contemplaba plausiblemente distante, distinto a las
otras veces “eso es lo que te mantuvo
estos días dormido?”- le pregunto intuyendo que no era lo único que
escucharía.
“También recordé cómo llegue al auto” alcanzo a decir recostándose nuevamente, cerrando sus
ojos, suspirando dolorosamente, “pero no
entiendo, no entiendo, sé que él no era el que me perseguía, del que me
escapaba en el rio”.
Sebastián
lo calmo con una palmada en la cabeza, y le dijo que pasara el resto del día
descansando. Le prometió llevarlo al rio cercano, como intentando darle un
resquicio de expectativa, para seguir ahondando en esos vagos recuerdos que le derribaban.
Con
un leve movimiento de cabeza asintió. Y sin moverse se quedo tendido en la
cama.
En
el amanecer de un nuevo domingo lo ve moverse esquivo entre las personas que
llegan a la misa. Hace tiempo que notó el cura como Pedro evade a las muchachas
del lugar, las que intentan vacuamente acercársele, y él con sutil y radical
modo, sólo las aleja. También le sorprende la forma en que le relata los
“buenos sueños”, en donde nunca aparece una mujer, sino “una persona”, “un ser”.
Sabe de antemano que cuando termine de armar el rompecabezas, Pedro se va a
auto revelar más cosas que las que cree querer saber.
Esa
tarde, aprovechando el favor que le debía un feligrés, lleva a Pedro y a otros
jóvenes de la comunidad hasta el Rio Mendoza.
Pedro
siente una esperanzadora corazonada, de no sabe qué; pero cuando llegan, la frustración
en sus ojos se hace evidente, y Sebastián decide darle espacio, para que
intente ver hasta donde lo lleva este acercamiento.
Pedro
se siente solo, “más solo si eso es
posible” piensa para sí, este no es “el
río”. Frente así ve piedras, rocas gastadas por el paso ancho de agua
cristalina de deshielo, que corre y ruge, bajo un sol que golpea y no da
tregua.
Su
recuerdo es distinto, en rio manso, con canales, con una vegetación prepotente,
con aguas turbias, quietas, rodeado de juncos. “Definitivamente no es éste” y mientras baja por la imperfecta
senda hacia el agua, escucha un susurro con voz grave, recia, remota: “que difícil es llegar hasta aquí” y su
corazón, acusando recibo del golpe que su memoria le vuelve a procurar, se
desboca haciéndolo torpemente caer, no solo dando de bruces con las piedras,
sino con esa realidad que Sebastián había anticipado mas temprano.
Se
sintió aliviado, aturdido, alejado, desconocido, si aun más desconocido, pero
en paz consigo mismo, y mirando sus manos, las vio entre otras, sintiendo como
eran besadas y percibió un perfume, un aroma lejano de otros tiempos, y sus
ojos se llenaron de imágenes: una puerta, sangre, un arma, frio, una iglesia, un
saco, una boca… una deliciosa boca nombrándolo, y un escalofrió le recorrió la
columna vertebral alertándolo y volviéndolo a desconectar del mundo.
Este
extraño despertar lo encontró solo, en la improvisada habitación de la Capilla.
Había podido reconocer gran parte de este tortuoso rompecabezas, pero no podía
lograr encajar todas las piezas, solo lograba identificarlas, sin poder armarlo
completamente.
Con
una renovada esperanza, a pesar de todas las cavilaciones de los últimos días,
emprende un nuevo día, con la firme convicción de que esto terminaría pronto y
podría volver… “a donde?”- aun no lo sabía…
“a quien?”… esa pregunta le arrebató
una sonrisa, internamente sabia que ese alguien era una promesa aún no cumplida,
a esa boca que le había dicho “no puede
no pasar”; y mientras el recuerdo de esa voz lo recorría desde adentro, se
sintió absorto en ese intersticio que su mente le permitía conectar con su
corazón.
Mientras
ayudaba a arreglar uno de los bancos de la Capilla, escuchó a uno de los
catequistas que leía a los pequeños, y sintió un temblor recorrer su
cuerpo…
“Acaso voy a desaparecer de tu vida porque no
me ves?
No estoy lejos, solamente al otro lado del camino”
No estoy lejos, solamente al otro lado del camino”
Corrió
hasta donde estaba el cura y rudamente lo interrogó sobre lo escuchado, hilándolo
a uno de sus “sueños buenos”, uno de
esos últimos que no había podido contarle al cura. Donde se veía frente a un
hombre, en una cocina diciéndole esas palabras “yo solo estoy al otro lado del camino”.
Y
como el rayo que resplandece la más espantosa tormenta, el nombre “Guillermo”, le llegó iluminándole el
alma.
ahhhhhhhh , siiii no me banque y lo lei ahora yaaaa , quiero masssss porfisss , me encantoooo Mar
ResponderEliminarGracias Mar por tu lectura, y por el comentario, pronto seguiremos.
EliminarMuy bien contado Adriana, como manejás los tiempos mientras los recuerdos se van filtrando a través de los sueños al mismo tiempo que el corazón también va recordando. Ojalá continúe pronto porque lo que viene promete ser buenísimo! María Elena
ResponderEliminarGracias María Elena, espero poder estar a la altura.
EliminarSe me llenaron los ojos d lagrimas, y juro q también dije Guillermo! (mas bien lo grite!!jaja) no nos hagas esperar mucho la continuación! (xq aunque no dice Continuara, supongo q ya tenes la continuación!!) Besos
ResponderEliminarGracias Cele por tus palabras, en breve podremos saber como sigue.
EliminarEspectacular!!! farsantes 2 tranquilamente podria empezar asi....con ese "SUEÑO"....me encanto!!! esperando el proximo!!!!! GRACIAS!!! BARBY
ResponderEliminarGracias a vos Barby por tu lectura!!
EliminarAdriana me morí es espectacular esta historia, te juro fue empezar a recorrer este nuevo camino hacia la verdad con Pedro, me trasportaste a ese lugar perdido donde fue acogido a esa compañía tan bella del padre Sebastián y ese final con ese nombre "Guillermo" me dejo el alma rebosante de alegría y felicidad que continúe pronto felicitaciones
ResponderEliminarMuchas gracias Romina, me alegra que pudieras hacer este viaje con Pedro, realmente es un gusto.
EliminarPOR FAVOR TIENE QUE SEGUIR ESTA HISTORIA.POR FAVOR, POR FAVOR,POR FAVOR.
ResponderEliminarBELLISIMA, ROMANTICA,MISTERIOSA,PLAGADA DE VAGOS RECUERDOS QUE POCO A POCO DARAN LUGAR A QUE NUESTROS ETERNOS Y AMADOS PERSONAJES PUEDN ENCONTRARSE DEL MISMO LADO DEL CAMINO, NO PUEDE NO PASAR, CUESTION DE FE.
ADRIANA EXCELENTE RELATO MUY EMOTIVO, TIERNO, DULCE, COMO EL MAS DULCE Y TIERNO DE LOS ENAMORADOS: PEDRO, AMARTE ES POCO, ESE AMOR PROFUNDO TENDRA SU RECONPENSA Y CREO QUE LA MISMA TIENE NOMBRE.
"VOVE, VELVE, VOLVE" TRANQUILO CIELITO, QUE DE ULTIMA TE VAMOS A BUSCAR NOSOTRAS, LO QUE NO PODEMOS ASEGURARTE ES QUE, VUELVAS.
"COMO UN ANIMALITO GOLPEADO, DIFICIL DE AGARRAR" NO PODES ADRIANA, NOS DESARMAS DE TERNURA ¡QUE SENSACION TAN LINDAAAAA!
NO SE COMO SEGUIRA LA HISTORIA , LA DEJO EN MANOS DE QUIEN SABEN NARRAR,PERO IMAGINIO,CAPILLA, MENDOZA, MONTAÑAS,RIO, DESHIELO, FUEGO, VIENTO, RECUERDOS, SUEÑOS ,ROMPECABEZAS AMOR PROHIBIDO, PASION PROHIBIDA, COCTEL EXPLOSIVO.
BUENO, Y SI... DESARMANOS DE TERNURA Y AMOR, VERLOS FELICES NOS HACE FELIZ.
VAMOS GUILLE, CUESTION DE FE, ANIMATE, EL OTRO LADO NO ESTA LEJOS Y ESTOY SEGURA QUE NO TE VAS A ARREPENTIR.MIL GRACIAS POR TANTA MAGIA,TANTO AMOR.LAS QUIERO.
"MIRAN AL CIELO Y PIDEN UN DESEO CONTIGO LA NOCHE MAS BELLA..."
NO CONOZCO MENDOZA PERO SU CIELO SEGURO SERA TESTIGO DEL MAS PURO Y BELLO AMOR.
P/D. Y SI ADRIANA, TE ESTOY PROVOCANDO. MONICA DE LANUS.
Mónica, acuse de recibo a la provocación, muchas gracias y como dice Lilita "comentar es motivar", con tus palabras, me siento mas que motivada!!
EliminarMaravilloso relato!! tierno, dulce, doloroso, esperanzador... Siempre hermoso este Pedro, su dolor nos inspira querer calmarlo!!! Gracias por la escritura tan hermosa!! esperando la continuación!!! Susy
ResponderEliminarGracias por tus palabras Susy.
Eliminar"“El día que encuentre esa mano, la agarro y no la suelto mas” pensaba para sí. Y aunque no entendiendo porque se ruborizó"... El corazón recordó antes que la mente, pero ya todo estaba ahí. Hermoso Adri, esperando lo que vendrá!
ResponderEliminarGracias An!
Eliminar...el nombre “Guillermo”, le llegó iluminándole el alma.
ResponderEliminarSublime relato Adriana!! Que belleza!! Queda encantada y me gustaria otro porsupusto!! Gracias
Gracias a vos por tu comentario!
EliminarIncreíble Adri , sin palabras, que maravillosa vuelta de tuerca le estas dando a esta historia!! Tiene todo lo que tiene q tener, dolor, confusión, miedo, alivio, esperanza y sobre todo AMOR!!!
ResponderEliminarEspero ansiosa tu próxima entrega, que gran talento, solo me queda agradecerte por compartirlo con nosotros!! Gracias gracias, gracias!!
Ceci me alegra que te gustara, muchas gracias por tus palabras.
EliminarQue perdido está Pedro sin su Guille, cuanto dolor, que bien lo describís!!! Una historia muy bien contada!!! Gracias Adriana por compartirla!!!
ResponderEliminarGracias Paula por tu lectura y por el comentario.
EliminarAdriana, impresionante!!! que relato más bello, esas dos almas perdidas buscándose en su interior, estoy atrapada en esta historia, te felicito. Aguardo ansiosa la continuación. Susana
ResponderEliminarGracias Susana por tus palabras!
EliminarLeer y querer meterse adentro del blog, entre las palabras, para ayudar a Pedro a salir de esa nebulosa en la que comenzó el relato...Pero no hace falta, el amor es el camino y Pedro ya está transitándolo, ya le iluminó el alma ese nombre: GUILLERMO. Gracias Adriana por esta historia! Ceci
ResponderEliminarGracias a vos Ceci, por tu lectura y tus palabras!
EliminarAdriana, termine de leer: "Y como el rayo que resplandece la más espantosa tormenta, el nombre “Guillermo”, le llegó iluminándole el alma" y me desarme llorando. Lo que estas creando con esta historia toca los recuerdos que fui construyendo con la historia que tanto nos enamoró, y siento que estas creando no solo una belleza literaria, sino tambien un redescubrimiento, con mas tranquilidad, tiempo y espacios. No sabes cuanto te agradezco por este hermoso regalo que nos hiciste. Felicitas
ResponderEliminarMe emocionan tus palabras Felicitas, muchas gracias!
EliminarEsperanzador relato, conmovedor Adriana. Espero la continuaciòn. Marlene
ResponderEliminarGracias Marlene, pronto seguiremos.
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