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2014
Por enésima vez traté de concentrarme en el
libro. Era evidente que la noche no estaba para lectura.
-¿Qué mierda se habrá creído ese imbécil? ¿Por qué tuvo que volver?
Timbre.
Ya pasaba largamente de la medianoche.
-¿Y quién carajo viene a estas horas? ¡Juro que voy a…!
Me levanté tambaleándome y fui a abrir
arrastrando el acolchado.
Tenía un mal sabor en la boca y los pelos de
punta. Me fijé por la mirilla, no fuera a ser que un ratero madrugador quisiera
agarrarme desprevenido.
Pero quien estaba ante la puerta era el
mismísimo Guillermo Graziani.
-Mierda –murmuré.
Para convencerme volví a pegar el ojo a la
mirilla. Sabía que Graziani sabía que yo estaba del otro lado. No me quedaba
más remedio que abrir la puerta.
Lo fulminé con la mirada, esperando que
desapareciera.
-¿A qué viniste?
-No sé. Nostalgia, quizás. ¿Te desperté?
-No, me encanta andar por ahí con esta pinta.
Lo miré de un modo que pretendía ser molesto y
esperé a ver cómo reaccionaba. Se limitó a sonreír. Parecía un poco indeciso y
nervioso, cosa poco frecuente en él.
Me miró a los ojos, buscando algún indicio de
mi antigua personalidad.
-Me gusta tu pelo –dijo.
-Muy gracioso. A mí también me gusta el tuyo.
-Sospecho que no es un buen momento.
Perdoname.
-Dale, Graziani, ahorrémonos los chistes.
Saltaba a la vista que había ensayado lo que
iba a decir, y mi reacción, lejos de parecerle grosera, se le antojaba
cariñosa.
-Quería que supieras que volví para quedarme.
En Buenos Aires.
Otra vez reflotó el dolor guardado. Y el dolor
acostumbra ser patrón de la ironía.
-Genial. Estoy emocionado.
-¿Te importaría no ser sarcástico?
-Desde que te fuiste, es mi manera habitual de
expresarme. A todos les encanta.
Se balanceó sobre los talones y desvió la
mirada.
-Supongo que las personas no tienen una
segunda oportunidad con vos.
No me molesté en contestarle. Siempre fui un
excelente alumno. Y había tenido el mejor maestro.
Volvió a la carga.
-¿Puedo pasar?
-¡Claro que no! ¿Todavía no te diste cuenta?
Hace tres años que no nos vemos.
-¿Por qué tanta hostilidad, Pedro? Yo no te
guardo rencor.
Ah. O el sol del Medio Oriente le había
derretido el brillante cerebro que alguna vez tuvo, o el tipo tenía los huevos
de plomo.
-¿Y porqué tendrías vos que guardarme rencor?
Yo no te hice nada. -Me conocía lo suficiente para comprender por el tono de mi
voz, que estaba de un humor de perros.
Me di cuenta de que le hacía daño. Su
confusión me parecía sincera. Al parecer las cosas no estaban saliendo como las
había planeado.
-Vine a disculparme… Te traje esto como
ofrenda de paz.
Se agachó para agarrar algo que yo no había
notado a sus pies. Se enderezó y vi que me ofrecía una maceta.
Preparé otro vitriólico discurso, lo miré a
los ojos, me embarullé. Cinco años de facultad, tres premios a la labor
periodística y al final me conformé con…
-¿De dónde la sacaste?
-De una ventana… ¿Tenés algo para tomar?
Me hice a un lado para dejarlo pasar.
Me siguió hasta la cocina. Se quedó con los
codos apoyados en la barra mientras yo preparaba café para él y un té para mí.
El silencio se estiró hasta que le puse la
taza delante.
-¿Ahora resulta que sos un alcohólico?
-No lo sé… A lo mejor… Por lo menos trabajé
con ganas y por mucho tiempo para serlo.
-Creo que Alex no te aprecia mucho. ¿Por qué?
-Viejas historias ridículas… Trabajé para su
padre y el buen hijo tiene demasiado orgullo y demasiada vanidad. Me trató con
cierta grosería que no me gustó y le di una respetable paliza delante del “tout
París”. Lo despeiné incluso.
-No te entiendo. Tratás de ser desagradable y
lo conseguís. Y sin embargo todo el mundo te quiere. Y no hablo de idiotas,
sino de gente que vale mucho y no se malgasta…
-Ah… Eso…
Miró en el fondo de la taza, buscando
palabras, pero ahí no había nada más que los posos del café.
-Esa gente sigue siendo fiel a otro Guillermo
Graziani. Al Guillermo Graziani periodista que estuvo en Argel, Libia, Haití,
al que fue herido por los talibanes y al que vivió con los mauritanos, al que
creía en lo que escribía y en lo que vivía... Pero ese Guillermo Graziani está
muerto y solo queda ahora un Guillermo Graziani envejecido, gastado y acabado
que vive de la memoria del otro y que solo busca en el fondo de una botella. Un
Guillermo Graziani que no tiene nada, porque nada quiere, y que se complace en
su propio derrumbe.
No buscaba compasión. Estaba haciendo un
reportaje desapasionado sobre sí mismo y tuve miedo.
-¿Cómo podés sentir así? Hay muchas cosas en
la vida que valen la pena.
Me volvió el tono de mala leche, pero no podía
evitarlo. Todavía recordaba la electricidad que corría entre nosotros al
principio de nuestra relación, una electricidad sexual que saturaba incluso el
aire que respirábamos. Años había tardado en darme cuenta de que yo había
generado la mayor parte de la misma, instigado por mi propio desamparo. Quizás
era por eso por lo que, al pensar en el pasado, me ponía tan poco amable.
Todavía me acusaba de haber sido un idiota de
remate.
-Deliciosa frase que oculta un bosque de humo,
Pedro. Hay cosas en la vida para el que las quiere. Para el que nada quiere,
nada hay. Y ese soy yo.
-No te creo. ¿Por qué volviste, Graziani?
-Es curioso. Cuando uno ve la muerte de cerca,
quiere hacer lo que no hizo en años, tener en un segundo lo que deseó toda la
vida. Cuando realmente nos damos cuenta de que ya es tarde, inevitablemente
surgen los balances.
-¿Yo cuento en el tuyo?
Me miró con calma a través de sus ojos
vidriosos. Estuvimos un rato en silencio.
-Vos sos lo principal. Cada día que pasé lejos
de vos acrecentaba el recuerdo. Fui un idiota. Nunca logré olvidarte. Un poco
porque sabía que te había lastimado, pero principalmente, y me tomó tiempo
reconocerlo, porque nunca dejé de quererte. Cuando no aguanté más, decidí
volver y buscarte. Preparé tantas palabras y explicaciones... Pero no seríamos
nosotros si las cosas nos salieran derechas, ¿no es así? Te encontré con el
hermoso Alex y pensé que... Cuando te tuve enfrente fue como si estuviera
delante de un espejo que me devolvía la imagen de mis culpas...
Se puso de pie.
-En fin. Ya te vi. Ya oí tu voz. ¿Qué más
puedo esperar? Debió ser así. Tenés que saber que te quise. Vos me quisiste.
Eso ya es bastante. Me tengo que ir. Espero haberme disculpado razonablemente
bien y ahora me hace falta un trago. Buenas noches… y no te olvides de regar la
maldita planta.
Curioso. Tres años habían pasado desde que
Graziani se había ido. Sin embargo, desde que lo había vuelto a ver hacía unas
horas, era como si el tiempo se hubiera acortado, para terminar creyendo que
había sido un lapso de horas apenas. ¿Qué sentía por Graziani? No sabía. No
podía definirlo. Una mezcla de amor con amarguras viejas difíciles de matar en
un segundo. De esperanzas que despertaban de pronto para volverme la espalda
enseguida. De sueños cotidianos que luchaban por hacerse realidad después de
todo. Pero la vida insistía en el reencuentro, en que estuviéramos juntos.
¿Quién era yo para oponerme?
En otras épocas fantaseaba con su regreso. Me
inventaba largos monólogos para desahogar mi rabia y mi tristeza. Pero en los
últimos tiempos quería que volviera para cantarle las cuarenta. Cuando a uno lo
rechazan se siente jodido. Se le queda adentro una amargura que tiende a
desahogar con el primero que se cruza.
De pronto sentí una angustia inmensa ante la
visión de ese gigante destrozado, sin piedad consigo mismo y aún aureolado por
su haraposa grandeza…
Y todo comenzó a cambiar. Lo detuve cuando su
mano tocó el pomo de la puerta.
-¡No te vayas!
Graziani se acercó y me sujetó del mentón.
Como yo lo veía, ese hombre era igual que yo,
mi gemelo. Entendí que lo que yo veía en él era un reflejo deformado de mí
mismo, de mi miedo a depender de otros. Lo único que podía darnos el coraje
necesario para salvar la distancia era reconocer que solo podíamos existir en
el otro. Quedaba por ver quién de los dos daría el primer paso.
-Cuidado con la piedad, Pedro. Es un
sentimiento peligroso. ¿No leíste a Zweig? No caigas en esa trampa.
Fue mi segundo beso de la noche. Este olía a
alcohol y a derrota y detrás de él había tinieblas y hogueras grandiosas… Me
hizo temblar…
Su cara era la misma, pero había algo nuevo en
los ojos. Ahí donde antes había una pared, ahora había una invitación, una
especie de llamada que no podía expresar con palabras. Toda la tensión se
transformó en deseo silencioso.
Y después él ya no estaba… Y la mañana me
encontró con los ojos rojos, sentado al lado de una ridícula planta robada…
~oOo~
Alex no hizo ningún comentario sobre mi ceñudo
silencio y mis ojeras. Se lo veía pulcro y perfecto y tuve ganas de tirarle con
algo pesado.
-Llegás tarde…
Y agregó con una sonrisa que valía un millón
de algo:
-…pero no tiene importancia. Vamos. Es mejor
llegar a la exposición cerca del cierre. No me gusta andar a los empujones con
una muchedumbre de pánfilos.
-Para vos todo el mundo se compone de
pánfilos, ¿eh?
Lo sorprendí. Iba a contestarme, pero…
Dos tipos de traje entraron a la recepción del
hotel. Al pasar, uno de ellos empujó con el hombro a Alex.
-¡Eh! ¿No tenés ojos, estúpido?
El tipo se volvió y lo agarró de la corbata.
-¿A quién le decís estúpido, infeliz? ¿Querés
que te rompa los dientes?
-Yo… Yo…
Era una cara que paralizaba. Pocos demonios
escapados del infierno podían tener una malignidad tal. Los labios finos
silabearon salvajemente.
-En el futuro, cuidate la boca, payaso. Hoy
tenés la suerte de que esté apurado.
Los dos tipos se alejaron hacia la recepción.
Alex hizo un gesto como si el hecho de haberse
librado fuera mérito suyo. Se arregló la corbata.
-Chusma… No deberían dejarlos entrar en sitios
decentes.
Sentado, inadvertido detrás de un diario,
Guillermo Graziani no perdía detalle del incidente.
~oOo~
Llegamos al cerrarse las puertas. Había sido
un viaje miserable, silencioso e incómodo, y fue un alivio entrar.
-¿Señor de St. Etienne? Bienvenido. Acá tengo
las fotos de las piezas de la colección y un detalle completo de las mismas. Su
señor padre nos prometió una buena nota antes de nuestra apertura en París.
-Sí… Sí…
-Y ahora lo llevaré a ver las…
Dos hombres encapuchados nos metieron a
empujones en la sala de exhibición. Alcancé a ver a dos empleados, atados y
amordazados en el suelo.
-Vos no llevas a nadie a ninguna parte,
abuelo. Arriba las manos, todos.
-¿Eh? ¿Qué significa esto?
-¿Nunca mirás televisión? Deberías adivinarlo,
pero si no podés, te lo voy a deletrear. Esto es un a-sal-to.
En ese momento le vi los ojos y lo reconocí. Y
él a mí.
-Este me reconoció. Son los del hotel.
-¡Mierda! ¿Y ahora?
-No nos podemos echar atrás. Y no podemos
dejar testigos. O sea que…
De pronto tuve el caño de un arma delante de
mis ojos, peligrosamente cerca.
-… habrá que cortar por lo sano.
Grité lo típico en esos casos:
-¡No!
Una voz aburrida nos sorprendió a todos.
-Basta, Borko. Bajá eso.
-¿Y vos quién carajo sos?
-¿Qué importa eso? Te vi en el hotel y esa
cara tuya no se pasa por alto. Tengo una memoria excelente y la recordé. La vi
en Alemania, en los archivos de la policía. Borko Ilincic, serbio, miembro de
los Panteras Rosas, ladrones internacionales de joyas, sospechoso de asesinato
y prófugo de Dubai y Francia. ¿Qué otra cosa podías buscar en Buenos Aires?
Esto, ¿verdad? -señaló una de las vitrinas donde se guardaban las joyas-. Lo
adiviné. La policía está avisada y espera afuera. Estás acabado.
-Todavía no. Todavía tengo una salida.
Una garra se me clavó en el brazo,
arrastrándome.
-No van a disparar contra un rehén…
-No. En eso tenés razón… ¡pero no voy a dejar
que te lo lleves!
Se lanzó en un movimiento directo,
sorprendentemente ágil para un tipo de su edad. Lo pateó en la entrepierna y
después lo remató de una patada en la cabeza. Neutralizó a uno, pero el otro
apretó el gatillo.
Graziani se tocó la mancha que se hacía más
grande en la camisa.
Me miró, incrédulo.
-A la mierda…
Las piernas se le doblaron y cayó al piso.
Los disparos atrajeron a la policía, que
irrumpió en el lugar.
-¡Quietos todos!
-¡No! ¡No van a…!
Disparos. Gritos. Olor a pólvora y a miedo.
Todo pasó en un parpadeo. Los ladrones cayeron
acribillados. Yo me agaché al lado de Graziani y le aflojé la corbata.
-Graziani… pedazo de idiota… ¿qué te hicieron?
-¿Qué… creés, precioso? Me… pegaron un tiro…
Creí que se notaba…
Trató de sonreír pero la boca ya no le
respondía. Le acaricié la frente. Me miró fijo.
-Qué frase ¿eh? Heroica…
Los ojos se le fueron para atrás y la cabeza
también.
Se estremeció.
-¡Graziani!
Ni St. Etienne ni el dueño de la galería
importaban. Solo me importaba el cuerpo que sostenía en mis brazos, la sangre
manchando mi camisa y mis manos heladas.
~oOo~
Más tarde, estábamos los dos en la sala de
espera de una clínica privada.
Carraspeó, incómodo. Ahora parecía grotesco en
su elegancia, pero yo no tenía piedad para regalar.
-Bueno… Me voy… En fin…
Vaciló otra vez buscando una última frase
adecuada sin éxito. Yo no alcé los ojos.
-Si alguna vez vas a París…
Me salvó la enfermera.
-Si quiere ver al paciente, señor… Él dice
que…
-¡Voy, claro que voy!
~oOo~
-Guille…
-¿Viste, chiquitín? Ni para morirme soy bueno…
Qué reportaje frustrado. Hubiera sido el broche de oro de mi carrera… pero a lo
mejor, seguir viviendo no es tan malo. ¿Vos qué creés?
Me senté en la cama, esquivando sueros y
cables de monitores. Apoyé un brazo a cada lado de su cuerpo semicubierto por
la sábana blanca y la colcha verde claro. Me incliné porque conocía mejor que
él mismo lo que quería, y porque sabía que en su testarudez, nunca lo iba a
decir.
-No lo sé… En este momento no sé nada… Yo solo
quiero pedirte una cosa…
Me incliné un poco más y le rocé la comisura
de la boca con la nariz. Su aliento olía a desinfectante, pero los ojos
brillaban ferales.
-Guille… Esta vez... ¿me dejás que me enamore
de vos?
-Mmm… -bizqueó un poco y la mano sin canalizar
me buscó la frente, despejándola de los mechones húmedos-. Lo voy a tomar en
consideración… ¿Qué calificaciones tenés para semejante disparate?
Enredé los dedos de una mano en su cuello para
asegurarme de tenerlo justo donde quería. Con los dedos de la otra le entreabrí
los labios.
-Una sola…
Me incliné un poco más y mi aliento se
confundió con el suyo cuando susurré sobre su boca.
-Ésta.
Mi boca lo buscó, volcánica. Mi cuerpo
reconoció el suyo con la misma entrega. No hubo más dudas. Me apreté fuerte
contra su pecho, mientras le besaba el cuello, la cara, los ojos.
-¿No me lo vas a decir?
-Te quiero.
-Cielito... decilo de nuevo. Me hace bien...
fin
Notas:
(1) La línea: “Por la
certeza de que allá afuera está la persona a la que sienten pertenecer” pertenece a Mily Yorke, ella
escribe sobre cine en La Nación
(2) Los hechos que marcan los quiebres en la
vida de GG son reales: los atentados de Bombay ocurrieron en noviembre de 2008;
la muerte de Bin Laden en mayo de 2011 y la Batalla de Sirte en Libia, que
terminó con la vida de Gadafi (o Kadhafi), ocurrió en octubre de 2011.
(3) La banda de los Panteras Rosas existe, y el
serbio Ilincic era uno de sus miembros.
(4) Stefan Zweig es un escritor austríaco,
autor de La Piedad Peligrosa, novela
publicada en 1939.
¡Perfecta! Un final perfecto por una historia de amor perfecta. Dónde hay todo, incluido el miedo y la rabia. No se puede luchar contra el destino y Guille lo ha aprendido duramente. Pero aquél que más golpea es Pedro, su modo de interaccionar con Guille, la tentativa valiente de protegerse y su capacidad de perdonar y de darse a Guille sin reservas. Gracias.
ResponderEliminarsin palabras!
ResponderEliminarQué linda historia Alessa! Además de la excelencia en el estilo y la escritura que son admirables, es la historia en sí, con la psicología de los personajes tan bien planteada lo que más me gustó. Cómo van evolucionando en sus sentimientos, en sus miserias, en ese "tocar fondo" tan necesario a veces para poder volver a empezar desde otro punto. Me encantó que se perdonen, que se re-conozcan y que apuesten a un nuevo comienzo. Cómo no lo va a dejar enamorarse? si es lo que le va a salvar la vida! Gracias por esta historia! María Elena
ResponderEliminarbah, en realidad si.....no podemos correr la palabrita fin? un poquito?
ResponderEliminar"... el dolor acostumbra ser patrón de la ironía". Siempre, siempre.
ResponderEliminarBrillante zambullida en la psiquis de nuestros muchachos Ale, sabía que sos magistral para bucear en su alma pero no que también dominabas los territorios de la mente. Y llevar eso al papel con tanta sensibilidad es para muy, muy pocos.
Gracias por esta pequeña (demasiado, para mi gusto) gema. ♥
Guauuuuuuuu, quede sin palabras! todo es perfecto!! Magaly
ResponderEliminarM-A-R-A-V-I-L-L-O-S-O Y como dice Elena, no se puede correr la palabra FIN?
ResponderEliminarIncreiblemente perfecto!!!! Me encanto Alessa!
ResponderEliminarme encanto. Que bello final a tan bella historia !! Me encanto Alessa y podria repetirlo me encanto !! Graciela Cibils
ResponderEliminarA-CHA-LAY!! Alessa´s world en todo su esplendor! Me encanta verlos así, diferentes pero los mismos... "aún aureolado por su haraposa grandeza…" ¡no podés! ¡Que buena historia!
ResponderEliminarMe gusto muchisimo!! En espera de otra historia Alessa!! Gracia!!
ResponderEliminarBrillant!!!! Te leo y me sumerjo en un silencio de admiración. Los AU son siempre difíciles, porque es muy difícil mantenerse fiel a los personajes en entornos y con pasados diferentes, pero como sos vos la que escribe y tu talento infernal, ahí los tenemos a Pedro y a Guille perfectamente reconocibles, con sus matices, con sus debilidades, con sus fortalezas. Y el monólogo de ese Guille que ya tocó fondo, que reconoce sus propias miserias, es para poner en un cuadrito. Pero para mí lo que mejor resume a ellos dos, es este diálogo:
ResponderEliminar-"Guille… Esta vez... ¿me dejás que me enamore de vos?...
...Lo voy a tomar en consideración… ¿Qué calificaciones tenés para semejante disparate?"
Absolutamente genial y absolutamente "ellos".
Me encantó. Inclusive me encantó que sea corta, diría que concentrada, porque tiene todo y nada sobra. Felicitaciones y gracias. Valeria
ResponderEliminarAlessa este nuevo recorrido por ellos es impactante, tan brillante, que es imposible dejar de leer, de principio a fin esta hermosa obra maestra !!
ResponderEliminarProfunda admiración por tu capacidad de mantenerlos Ellos en cualquier contexto y básica adoración por esa prosa, que, junta a tu perfecta sensibilidad en describir sus pensamientos, sus emociones y sus actitudes, nos los devuelve íntegros, hasta reales...como si pudiéramos verlos. Adorarte!! ❤️
ResponderEliminarNo puedo más que agradecer a manos llenas esta historia que ha sido un placer descubrir, leer y reencontrar. Porque parece que no importa en qué formato los encontremos, en que tiempo o espacio, siempre vuelven a ser ellos. Este ha sido uno de los mejores viajes que me ha regalado este precioso espacio que habitamos, ni soñando con algo perfecto le cambiaria un punto, no una coma, ni un giro de la historia, ha sido simplemente hermoso, gracias, muchas, muchas gracias. Felicitas
ResponderEliminarLuego de leerlo varias veces, comento: ME ENCANTO!!! muy linda historia, quería seguir leyendo, también le correría el "FIN" o continuación con otro título, la verdad que estos dos periodistas nos dejaron prendadas. Gracias, un placer leerte...Susy
ResponderEliminarMe dejas que me enamore de vos?????naaa la mejor FRASE Y CON ELLA ME VOY FELIZ LA VERDAD ALE TENES EL DONDE DECIR COSAS BELLISIMAS Y DE LAS NO TANTO PERO EL TODO ES ABSOLUTAMENTE MARAVILLOSO ,COMPRO LO QUE ESCRIBAS FOR EVER AND EVER!!! mAJO
ResponderEliminarMuy buena historia!!! Gran relato, emocionante, intrigante, amoroso...Aprovecho y te pido por la continuación de "Fugitivos"" encantadoras tus historias de amor con tintes policiales!!! las amo!!!!!!
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