viernes, 31 de enero de 2014

El hombre equivocado (final) by Mary Buhler


Esa mañana el pronóstico meteorológico auguraba un descenso de temperatura con vientos fríos del sur.  José sabía que en esa época del año y en la costa sería sensato aprovisionarse de una buena cantidad de leña.  Estuvo partiendo troncos durante un largo rato, echando furtivas miradas al camino que bajaba de la casa hacia la ruta.  Imaginaba a Guillermo de pronto a sus espaldas, diciéndole: no me gusta el mar, me pone nervioso, pero aquí estoy.  Y entonces él tirando los leños y el hacha, corriendo a abrazarlo.  Y después se besarían.  Es tan fácil, tan dulce imaginarlo…  Presiente que él está en camino, que  esta vez Graziani derribará su muralla.  Decide ir prendiendo un fueguito en la chimenea de la sala.  Al pasar frente al espejo que está junto a la entrada, se detiene y se mira.  Jeans, camisa escocesa, el pelo revuelto, sin fijador.  No está mal, piensa y sonríe.  Tal vez este José le agrade más. Se queda un instante mirándose, un pensamiento cruza por su cabeza.  Uno que revolotea hace tiempo y al que no le da cabida, que intenta desesperadamente ignorar.  En el límite de su subconsciente, sabe que Guillermo no puede dejar de amar a Pedro.  Qué él no puede ocupar un lugar que no ha quedado vacante, que por más amor y paciencia que esgrima ante Guillermo, el amor y el recuerdo de Pedro es un obstáculo que no puede sortear, un bien preciado que el abogado se obstina en no dejar morir. El amor de José tiene un feroz instinto de supervivencia, también.  Desoye las señales de alarma, esquiva las dudas, se empecina en continuar.  Pero algo dentro suyo, una pequeña semilla de rebelión, que casi no germina aún, se contrapone a toda negación, comienza a despertar de un largo sueño y se prepara para combatir, para devolverle la fortaleza, el orgullo, el respeto que ha ido perdiendo por si mismo, como una coraza que se desdibujó en el camino persiguiendo el amor que Guillermo no ha podido brindarle.  José no escucha esas señales, porque hacerlo lo debilitaría para seguir esperando, para continuar acercándose al hombre que lo desvela y al que se ha prometido conquistar.  Rehúye su propia mirada, se dice “sólo una vez más”, va hasta la sala y comienza a acomodar los leños en el hogar.


Guillermo duerme con la cabeza apoyada en el vidrio del ómnibus.  Un sueño confuso, agitado, plagado de situaciones difusas como casi todos los sueños.  En él, se encuentra viajando en un pequeño bote, los sauces acarician el borde del agua, los grillos ponen música a una noche sin luna. Llega a la pequeña isla, sube los escalones hasta la casa, abre la puerta… no hay nadie adentro.  Llama a Pedro.  Mira alrededor de la casa, se desespera.  Grita.  Una voz le habla a sus espaldas.  Se da vuelta y ahí está Maidana, le dice que Pedro murió, que llegó demasiado tarde, que fue su culpa por no venir antes.  Guillermo comienza a llorar, se dobla y cae al suelo, se abraza a si mismo gritando el nombre de su amor, alguien le apoya la mano en el hombro.  Levanta la cabeza y entonces, se da cuenta que es de día, está en la playa, las gaviotas vuelan sobre las olas, el sol apenas despunta.  Pedro está junto a él, está vestido como la última vez que lo vió, se sonríe mientras le dice Guille, viniste… te esperé como te prometí… Guillermo lo mira y se da cuenta de que está distinto, porque ya no tiene barba, le contesta que pensó que estaba muerto.  Pedro se ríe, le dice que es mentira, que él también puede ser mentiroso.    
Guillermo se ha sumergido  tan profundamente en el sueño que las sacudidas del micro no llegan a despertarlo.  Alguien le aprieta el brazo.  _Señor, despierte por favor –de las tinieblas del sueño emerge con dificultad, por un momento no sabe dónde está.   _Qué pasa…? –balbucea mientras percibe que la gente alrededor se dirige hacia la puerta.
_Tenemos problemas con el motor –le indica el chofer- hay que cambiar de unidad.  Van a tener que esperar que llegue el reemplazo.
_Qué? Y por qué no podemos esperar dentro del micro? –Guillermo le pregunta irritado.  _Es que estamos en medio de la ruta  señor, no es seguro que se queden ahí en la banquina.  La empresa va a  mandar unos remises para que los lleven hasta la ciudad más próxima, está solamente a unos 3 kilómetros. Ahí esperan un rato y después los recoge el nuevo micro.
Toma el bolso y sale afuera con los demás pasajeros.  Se ha olvidado del sueño pero una sensación de tristeza lo invade por entero.  A medida que los autos van llegando la gente se va subiendo.  Mientras van de camino, mira la hora porque tiene hambre, son casi las dos de la tarde, intenta no darse manija con el malhumor y ponerle al mal tiempo buena cara, pero la perspectiva de que el viaje se alargue más de lo previsto le saca las pocas ganas que tenía de haber venido.  El remis los deja en la entrada de la ciudad de San Clemente, a esa hora y en esa época del año no se ve un alma por las calles.  Están en la vereda de un restaurant y el chofer que los acompañó les indica que la empresa les va a pagar un refrigerio.
La gente entra y se va ubicando en las mesas  pulcramente vestidas con manteles a cuadros blancos y amarillos.  Una delicada música de fondo amalgama los sonidos dispares de las voces.  Guillermo va hasta el final del salón a una mesa para dos personas medio escondida de camino a los baños.  No tiene ganas de compartir la mesa con nadie, obligándose a entablar una conversación irrelevante con gente desconocida.
Un mozo se le acerca y le dice que en un momento va a venir a tomarle el pedido.  Le alarga un menú donde figuran minutas rápidas y una lista de sándwiches diversos. Guillermo se calza los anteojos y da un vistazo rápido.  El lugar se ha llenado tanto que los dos mozos no dan abasto, ya decidió la comida pero ninguno se le acerca a preguntarle. Uno enfila hacia su mesa, pero a medio camino lo detiene un hombre mayor que le pide unas bebidas, el mozo se da vuelta y se va para el mostrador que está en el fondo del local.
_Podrías tomar algunos pedidos? –le pregunta al hombre que está detrás de la barra hojeando unos recibos.
_Si, por supuesto, qué mesas?
_La 12 y la 16.  Me parece que hoy entre ésto y la despedida de solteros de la noche vamos a tener un día agitado –le contesta el mozo mientras se aleja en dirección a la cocina.
_Bueno, ahí voy.  –da vuelta al mostrador y casi se choca con el otro mozo que sale de improviso detrás de una columna. _Cuidado, Héctor! Casi me llevo puesta tu cazuela de mariscos! –le dice riéndose.
_Eh Mauricio… hoy hay que tocar bocina! –le contesta el mozo también riendo.
El hombre llamado Mauricio da media vuelta y se dirige a tomar los pedidos al fondo del salón.
En la primera mesa a la que se acerca, un matrimonio de gente mayor no se termina de decidir por un peceto con papas o pedir alguna de esas pastas que figuran como especialidad de la casa.  Mauricio les sonríe y les dice que no se hagan problema, que sigan pensando mientras él toma otro pedido.  Sigue de largo, pasa una mesa vacía y se acerca a la 16.    Un hombre de espaldas a él, cierra la carta y se guarda los anteojos en el bolsillo del saco.
Mauricio se detiene frente a él y se queda paralizado, viéndolo.  Guillermo levanta la vista y lo ve.  Parado junto a él, silencioso, inmóvil, pálido como una estatua.  Una ola de frío lo atraviesa de repente, es como un rayo que lo parte al medio y lo deja sin respiración.
La sonrisa de Mauricio murió en sus labios, un sudor frío cubre su frente.  Se siente mareado, las voces de la gente se diluyen, las piernas se le doblan.  Guillermo se levanta en un segundo y lo toma de un brazo evitando que el hombre caiga al piso.  Ese hombre que se ha quedado como en shock, que tiembla como una hoja, que no puede dejar de mirarlo con ojos de niño asombrado y asustado.
El sabe que no puede ser, que está completamente loco sólo de pensarlo, pero este hombre es Pedro.  Es Pedro que tiembla, y lo mira fijo, y no dice nada.
Se quedan allí parados, Guillermo no puede soltarlo, no puede hablar tampoco (siente que tiene los labios pegados y que no va a poder ni siquiera mover la mandíbula), no puede reaccionar.  Están inmóviles los dos, sin dejar de mirarse a los ojos.  Son segundos, minutos, una eternidad.
Guillermo no sabe aún lo que está sucediendo, pero inevitablemente unas lágrimas comienzan a fluir de sus ojos, casi sin que él se dé cuenta. _No sé, -balbucea apenas- no sé qué está pasando… No sé si estoy vivo o estoy muerto, no entiendo quién sos… no estoy soñando… pero vos no podés ser real.
Y entonces Mauricio se sienta, le hace un gesto con la mano invitándolo a que haga lo mismo.  Guillermo obedece como un autómata, se sienta y lo mira incapaz de nada más.
_Yo... tampoco puedo creer que seas real… que estés acá… pero por otras razones.  –traga saliva, respira hondo tratando de tomar coraje.
Guillermo casi no respira.  El corazón le late desordenado en el pecho, apoya una mano sobre su corazón como intentando calmarlo.  No puede creer lo que está viviendo.  Simplemente es imposible.
_Estás muerto.  Camila te mató.  Y yo estoy muerto entonces como vos.  Porque esto no puede ser real.
_No…-le susurra Pedro- las cosas no salieron como planeamos… Guille… tuve que huir.  Tuve que irme para protegerte.  Lo siento… tanto, tanto, mi amor… -apoya su mano en el brazo que Guillermo tiene sobre la mesa.  Al sentir el contacto de esa mano, Guillermo comprende de una vez y definitivamente que sea como sea sí es real, que Pedro está allí, con él.  Intentando explicarle algo que es inexplicable.
_Camila mató a otro hombre.  Y me aseguró que te iba a matar a vos también.
_Qué…? –lo interrumpe Guillermo que aún no puede salir de su aturdimiento- A quién mató Camila!
_No importa ahora.  Un hombre que no conocíamos, que tuvo la desgracia de  estar ahí intentando robar, ella lo confundió conmigo…y lo mató. –Pedro respira hondo. No es nada fácil para él explicar lo que sucedió-  Después yo llegué… me amenazó.  Me dijo que no iba a parar hasta destruirte, que te mataría a vos, a mí, a tu hijo también!
Guillermo lo mira con creciente horror. _A Fabián, por qué?
_Porque te odiaba, quería destrozarte, hacerte pagar.  Tuve que tomar el lugar de ese hombre, prometiéndole que volvería con ella después de un tiempo, a buscarla.
_Pedro…vos tenés idea de todo lo que me hiciste pasar…? El infierno que transité, el dolor interminable? Comprendés que tu muerte me destruyó más que cien balazos de Camila?  Ella amenazó para separarte de mí… tendrías que habérmelo dicho! Juntos podríamos haber encontrado una solución!
_Pero ella mató a ese tipo, y yo sé que es capaz de todo Guillermo! Está loca, ahora mismo está internada en un hospital psiquiátrico. Y aún puede escaparse y terminar cumpliendo lo que me dijo.
Guillermo recuerda ese llamado a Camila cuando lo esperaba a Pedro. _Ahora entiendo lo que me dijo aquella vez… cuando no venías y yo la llamé preguntándole por vos… me pidió que te dijera que ella cumplía sus promesas.  Pensó que a lo mejor la podías engañar, que igual te venías conmigo.
_Guille… el destino volvió a unirnos, ésto es un milagro. –Pedro aprieta su mano, se acerca y le habla bajito para que nadie alrededor lo escuche- Yo te amo… renuncié a vos para protegerte pero acá estás, no sé cómo… No me importa igual, yo quiero saber ahora que pensás y que sentís por mí, hoy. -Graziani siente que un calor comienza a subir por sus piernas, por su vientre, se expande por su pecho y le hace temblar la voz, cuando le responde:
_Yo quise morir con vos, Pedro… incluso pensé en el suicidio. –hace una pausa e inspira hondo para reprimir un sollozo- Yo sé que lo que me detuvo fue el pensamiento del dolor que le iba a causar a mi hijo.  Sí, sólo por eso no lo hice.  Pero he estado muerto por dentro todo este tiempo.  A duras penas me mantuve en pie.  A fuerza de llorar a escondidas, de intentar ocupaciones nuevas… volví a enseñar, sabés?  Pero no resultó después de todo. Quería escapar, pero vos estabas dentro mío todo el tiempo, donde fuera y con quien fuera.
Lo mira y no puede hacer nada más que eso… ni llorar ni reír… tironeado en dos direcciones a la vez, la alegría inconmensurable que le quiere estallar por los poros y la tristeza infinita de tener aún en su alma vestigios de todo el dolor que pasó.
_No sé qué decirte… esto es muy inesperado… -Pedro le acaricia las manos y le sonríe, dulce y sereno.  Pero feliz.  Aunque él tampoco atine a reaccionar como su sangre le reclama.
_Ay Pedro… qué me hiciste –otra vez las lágrimas comienzan a nublar sus ojos- qué me hiciste mi amor… Cómo sigue esto?
-Yo no voy a dejar que nadie nos separe otra vez Guille… ahora que estás acá conmigo, no tengo el valor de permitirlo… Vos no te vas de acá sin mí.  Se acabó.  Yo vuelvo, me escondo, no sé…pero no quiero seguir viviendo alejado de vos.
Guillermo comienza a dimensionar por primera vez el gran sacrificio de Pedro… siente una enorme gratitud hacia esa persona que renunció a todo por el amor que siente hacia él.  Pero por sobre todas las cosas, lo que siente es la certeza absoluta que el amor que él siente hacia Pedro es más grande, mucho más grande aún de lo que alguna vez imaginó.  Haría lo que fuera por él, literalmente lo que fuera.  Y saberlo le da miedo, porque se siente completamente a merced de ese amor.
_Hago lo que me digas, Guillermo.  Pero sólo si es cerca tuyo.
_Pero Pedro, mi vida… ya no es necesario que te escondas… la causa se cerró.  Camila está internada y no tiene por qué enterarse que volvés.
_No, puede ser, pero Miguel no va a dejar de perseguirme, puede reabrir el caso, inventar algo más para destruirnos.
_Esperá… Pedro, hay algo que veo que vos no sabés… se comprobó que Miguel era el único responsable de todas esas muertes, ya sabés, de Moravia, Maidana, de Romero, el tipo que le vendió el arma.  Vos quedaste libre de toda sospecha.
_Pero y sus influencias? Si la otra vez salió libre puede volver a hacerlo.
_No, Pedro, no.  Miguel ya no es una amenaza. Está muerto.
_Qué? –Pedro se endereza en el asiento, no puede creer lo que le cuenta Guillermo.
_Si… sus amigos los narcotraficantes… tuvieron una pelea, o se hartaron de él, no lo sé… Miguel tampoco estaba bien de la cabeza.  Lo encontraron muerto de cinco balazos dentro de su auto, hace ya un par de meses.
_Pero entonces, entonces sí puedo volver! –Pedro siente que le estalla la felicidad en todo el cuerpo.
_Si, mi amor, mi cielo, mi vida.  –Guillermo le acaricia la cara, esa cara sin barba que lo hace parecer más niño, se anima por primera vez a sonreír.  Ya no le importa que los miren, que los oigan, qué mierda importa nada. Le pasa las manos por el pelo, por la frente, toca su boca y suspira.  _Ya puedo morir tranquilo, mi amor.  Tan sólo verte es un milagro. 
_Acá no se muere más nadie, eh? Estamos juntos de nuevo, amor, estamos vivos. Todo vuelve a comenzar.  –Pedro toma las manos de Guille y las besa.  El mundo ha desaparecido, la gente no importa, los temores y el pasado no existen.  Es el primer día del resto de sus vidas, juntos. Y ellos lo saben.
_Vamos, salgamos de acá, no olvides tu bolso –le urge Pedro.
Se levantan, casi corriendo salen del restaurant. 
_A dónde vamos! –le pregunta Guillermo riéndose.
_Vos seguime.  Acá al lado está la entrada del hotel, yo vivo en el segundo piso.  Vení  –le dice y lo lleva de la mano.


Pedro levanta el auricular y le pide al conserje del hotel una botella de champagne y dos copas.  Guillermo recorre la habitación con la vista, es un espacio cómodo y pulcro, con todas las comodidades. La cama es de una plaza pero se ve muy confortable.  Le cuesta imaginar que haya estado allí todo ese tiempo en que él lo creía muerto, mientras lo lloraba, mientras le llevaba flores a su tumba.  Todas aquellas noches en que se dormía con el corazón dolorido de tanto recordarlo.  Una pena inmensa crece dentro suyo, por Pedro tan solo en ese lugar, por él también, tan solo aunque haya estado rodeado de sus seres queridos.  Cinco largos meses en que ambos intentaron reacomodar sus vidas, sin conseguirlo.  Guillermo piensa un instante en José, siente una culpa inmensa al recordar el motivo de su viaje, piensa de qué manera va a contarle lo que pasó tratando de herirlo lo menos posible.  Pero lo que menos quiere ahora imaginar es cómo se lo va contar en algún momento a Pedro.  Sabe de sus celos eternos, y teme que piense que el intento de iniciar una relación con José haya sido porque lo olvidara.  Nada más alejado de la verdad.  Sabe que tendrá que tomarse su tiempo y explicarse bien y ahora no es tiempo de hablar de eso.
Cuando llega el champagne, Pedro lo sirve y le hace un gesto para que se siente con él en la cama.  Chocan las copas y beben despacio, mirándose a los ojos.  Las largas horas de dolor han dejado sus huellas en la mirada de Guillermo, en el semblante de Pedro.  Lentamente el reconocimiento de que son ellos, nuevamente juntos, que han resistido a la más dura prueba y sobrevivido, que su amor no ha sido destruido sino que se ha vuelto más y más fuerte en el dolor y la ausencia, va suavizando la aspereza y la amargura, los recompone, los acerca y los ilumina como si éste fuera el primer día que se descubren enamorados, uno en la mirada del otro, unidos por ese puente invisible que construyen sus ojos.  Después sin demasiado preámbulo, comienzan a sacarse la ropa, se despojan de todo, se acercan, se abrazan, se besan, se acarician…  caen sobre el colchón y se funden en un prolongado beso, cálido y profundo, ruedan mientras las manos buscan los rincones añorados, suspiran, se aprietan, se lamen, se retuercen de placer, inundados de amor, atragantados de deseo. Un deseo renovado, urgente, que no admite más postergaciones.
_Pedro…te amo –Guillermo siente que el corazón va a explotarle de tanta pasión, de tanto amor…  _Yo te amo más, Guille –contesta Pedro entre jadeos, mientras se hacen el amor, desenfrenados, encendidos, ruedan entre las sábanas y alternan sus posiciones con desesperación, ávidos de recorrerse, de explorarse, de penetrarse, de explotar y derramarse.  Sus ansias florecen en gemidos de placer, de éxtasis, de locura infinita.
Poco a poco van redimiendo sus cuerpos y sus almas de tanto dolor, de tanta carencia.  La tarde se diluye poco a poco y la noche la reemplaza.  Pedro duerme exhausto y feliz, su cabeza despeinada sobre el pecho de Guillermo.  Lo acaricia lentamente, desliza su mano por la frente de Pedro, lo mira con ternura…su chiquitín lindo, su amorcito, él es su vida entera, su razón de existir.  Siente que allí tendido, cansado, dolorido, ha llegado a un punto del destino que no puede ser más de lo que ya es.  Ha alcanzado la cima, la cumbre de su vida.  Y presiente, además, que es tan sólo el comienzo.   Busca la sábana y la extiende sobre sus cuerpos, se pone de costado y abrazado a su amor, cierra los ojos, y también se duerme.

Han pasado tres años y medio.  Compraron una casa nueva con un fondo arbolado y una galería en la que Pedro adora sentarse a observar el atardecer mientras Guillermo cumple su ritual de regar sus plantas con esmero.  La otra casa se la dejó a Fabián, que ya está cursando el penúltimo año de abogacía y vive en ella junto a su mujer y su pequeña hija.  También trabaja con su padre en el estudio, quien no puede ocultar el tremendo orgullo que siente al comprobar cada día que Fabián se ha convertido en un hombre responsable y trabajador, y muy dedicado a su familia.
A menudo, y en eso Guillermo no ha puesto reparos porque él también siente pena por ella, Pedro visita a Camila en el hospital psiquiátrico.  Hace rato que ella ya no supone una amenaza.  Se queda un largo rato, tomándole la mano, le lleva cigarrillos, dulces, le lee algún libro.  Cuando llega la hora de irse, Pedro la besa en la frente, le dice que se va a trabajar y que volverá pronto.  Mientras lo ve alejarse, ella sonríe y le dice a quien tenga más cerca: “viste que lindo es mi marido.  Tengo mucha suerte… mi hijo también es muy lindo, se parece a él…”  Y luego acuna entre sus brazos una criatura que sólo ella puede ver y tocar.
José Miller, el fiscal, ha superado la decepción de la mejor manera.  Volvió a enamorarse, a veces incluso él y su pareja visitan a Guillermo y a Pedro.  Son buenos amigos.  De ésos con los que siempre se puede contar.  No hay rencores, ni celos.  Todo quedó atrás.  A Pedro le cae muy bien José, sabe cuánto ayudó a Guillermo en los peores momentos, lo considerado y paciente que fue cuando le ofreció su amor.  Y José aprendió también a apreciar a esa persona que suponía para él una competencia imposible de superar, un ser misterioso que ha comenzado a conocer y a tenerle un gran afecto.
En el estudio Pedro y Guillermo se han repartido los casos, penales para Pedro, comerciales y civiles para Guille y Marcos.  Gabriela renunció y se fue a trabajar a un estudio jurídico en La Plata.  Después que Antonio huyera para zafar de los narcotraficantes y de la cárcel, recibió la noticia que Beto quedaba por fin en libertad.  El día que él salió, lo fue a esperar a la puerta del penal.  Estaba demacrado, delgado pero muy sereno.  La besó y le agradeció sus cartas.  Ella le preguntó por qué no la recibía cuando iba a visitarlo.  Beto le respondió que lo único que ocupaba su mente era cambiar el rumbo de su vida.  Terminar los estudios y recibirse de abogado como le había prometido a Guillermo.  Aún le queda media carrera por delante, pero sabe que el envión que tomó en la cárcel no decaerá su ritmo.  Ese mismo día, ella tomó la decisión de aceptar la propuesta del otro estudio jurídico.


Guillermo se saca los anteojos y presiona el puente de su nariz.  Está agotado.  El día de hoy fue el peor de toda la semana, con el agravante de que es viernes y lleva acumulada una semana de casos difíciles.
Revisa el celular buscando algún mensaje de Pedro que no haya visto.  Esa tarde él está volviendo de Mendoza, adonde tuvo que viajar para firmar unos papeles para la sucesión del padre.
La pantalla muestra un mensaje nuevo.  Lo abre mientras se recuesta en el sillón, satisfecho.
“Feliz primer aniversario de casados, mi Amor.  Prepará una rica comida.  Yo llevo el vino.  Te extraño”
Pone responder y escribe: “Espero que sea el mejor cabernet de Mendoza.  Ya estoy yendo a preparar nuestra cena.  Te amo.  Feliz Aniversario”

De pasada Guillermo compra un pequeño ramo de jazmines.  Esa noche, mientras Pedro se termina de bañar, lo acomoda en un florero y lo ubica sobre la mesa.  Enciende un par de velas… a él le resulta rara esa ceremonia romántica a la que no estaba acostumbrado, pero sabe que a Pedro le encanta. La comida huele espectacular: lomo relleno y salteado de champignon y verduras.  De entre sus predilectas, la que mejor le sale.  Pedro enciende el equipo de música. _Morricone está bien, amor? –le pregunta desde la sala- Está perfecto –le contesta Guillermo mientras echa un vistazo a la comida dentro del horno.
Pedro entra a la cocina y saca la botella de vino de la heladera.
_Me parece que se enfrió demasiado…
_No importa, se va a templar en seguida. Y añade mientras se gira y lo mira:  _Me gusta mucho el perfume que me regalaste.
_A ver… -Pedro acerca su rostro al cuello de Guillermo- Dejame ver cómo te sienta. - Guillermo lo esquiva, retador.
_Ya vas a tener ocasión de degustarlo –se ríen juntos…
_Y a vos te gustó mi regalo?
Pedro mira la alianza de oro que luce en el dedo anular. _Es algo completamente inesperado viniendo de vos…  Cuando nos casamos, dijiste que ni loco ibas a querer una.  Fue toda una sorpresa. Me encanta…
Guillermo mira a su vez la suya y concuerda: _Si, es raro como cambia uno de idea con respecto a ciertas cosas…me gusta llevar tu nombre en mi anillo.
_Y a mí tu nombre en el mío, mi amor. Esto no significa ser propiedad del otro, como dijiste alguna vez. 
_ Por supuesto, Pedro.  Pero mientras nos amemos así… de alguna forma nos pertenecemos.  Y ésto es un símbolo que reafirma lo que ambos sentimos.
Pedro se queda mirándolo con ternura.  Casi no puede creer el cambio operado en su pareja.  Parece otra persona, pero siente que es una versión mejorada del antiguo, alguien que ha dejado de lado prejuicios, inhibiciones, y todo gracias al amor que siente por él. Se ha despojado de una armadura y es un ser libre.  Y en esa actitud a Guille se lo nota feliz, como un nene con un juguete nuevo.
_Pedro… -dice Guillermo mientras saca la carne del horno y la apoya sobre la mesa.  Se queda mirándolo con una sonrisa en los labios.  Pedro se acerca y lo toma de la cintura.  Se besan tiernamente. 
_Viste que yo te dije alguna vez algo, cielito, al principio…
_Qué… me dijiste tantas cosas, Graziani (sólo él puede hacer que ese “Graziani” suene tan pero tan dulce).
_Mirá –y señala la mesa.  Debajo de la fuente asoma una servilleta de papel.  Pedro la toma, y mientras lee lo que Guillermo ha escrito en ella una enorme sonrisa se dibuja en su cara:

No todas las parejas terminan igual”


Fin

jueves, 30 de enero de 2014

La Señal (4ta parte) by Ilgora Blue



7 días, 6 noches.

-Vos sabés que no lo podemos hacer. No sólo va en contra de todas las reglas, sino que se pone toda la operación, en riesgo… vos lo sabés bien, ¿no? ¡Vos lo entendés!
-Todo bien, todo bien, yo lo entiendo, perfectamente. Pero lo mío es simple: si no lo veo, si no estoy con él, yo me muero.
………………

“Cuando los médicos no quieren hacerse entender, la pucha que lo logran” pensaba Beto en la sala de espera del sanatorio, sentado, testigo obligado del desfile de personajes que pugnaban por tener noticias de Guillermo. No faltaba nadie, ni los obvios, ni algunos colegas, gente de la facultad, ni Ana, ¡Silvina! hasta Miguel Angel , ni hablar. Suerte que todos sabían que no se admitían visitas… pero la caída del gran Guillermo Graziani causaba sensación, hijos de puta, todos querían estar.
Y el gran ausente… porque todo era culpa de Pedro, “desde que Pedro apareció”, “de dónde lo sacó”, “ese asesino”, todos tenían algo que decir, todos tenían una opinión… Si supieran, se decía Beto. En un rinconcito, Cuca sollozaba sola y Sonia la acompañaba, tomaditas de la mano… Hasta María del Carmen le había mandado un mensaje, poniéndose a disposición. Qué rápidas las noticias, o los informantes…
Guillermo ingresó directo a terapia intensiva de la unidad coronaria, pero hoy ya estaba en intermedia, muy controlado. Y si tenía una noche estable, mañana podría volver a su casa. Totalmente preservado del delirio más allá de su puerta, el hombre estaba agotado. Asustado, enojado, pero fundamentalmente, exhausto. Sólo Fabián y Beto habían accedido a verlo. Los médicos entendían que todo el cuadro de Guillermo era resultado de una angustia larga y profunda que lo había extenuado. Con la presencia de Fabián se sentía reconfortado, además, quería a toda costa tranquilizarlo. Pero era cuando estaba a solas con Beto, que brotaba el “Graziani auténtico” y no paraba de llorar: -La cagué, Beto, ahora sí que la cagué, ¿adónde va a volver ahora  Pedro, a esto? Y entonces entraba la enfermera para echar a Beto, hasta que se daba cuenta que en realidad era sólo llorando, contenido por ese hombre, que Guillermo lograba apenas descansar. El resto del tiempo, era aciago. Beto, sabía lo que tenía que hacer: estar ahí, para Guille, y se sentía útil. Pero todo el resto del tiempo, cuando no lo dejaban estar con él, se sentía un tarado impotente, ¿cómo ayudarlo?
Por lo pronto, no se movía del sanatorio, por si necesitaba algo. No lo pudieron convencer de que ahí no podía hacer nada, y optaron por acompañarlo: un rato, Marcos, otro Gabi, otro Fabián… 
Y fue esa mañana, en la cafetería, con Marcos, que lo vio. Sentado en la mesita más alejada del bar, casi mirando a la pared… ¿era el “Mudo”? ¿Podía ser el “Mudo”? ¿Estaba solo? ¿Qué hacía acá? Y mientras evaluaba el modo más rápido de acercársele y partirle la cara sin preguntar, se dio cuenta de que el hombre no se estaba escondiendo, se estaba mostrando… para él, que era el único que podía reconocerlo. ¿Cuánto tiempo hacía que estaba ahí? No podía ser una casualidad… El Mudo estaba ahí por Guille…
Pero, ¿por qué? Beto dejó de escuchar el apasionante relato de las conquistas amorosas de Marcos en la facultad, para concentrarse en ese hombre delgado, que disfrutaba su cerveza con maníes, sin perder detalle de los movimientos a su alrededor. No fue en el único lugar en que se lo encontró: El Mudo resultó estar en todas partes, o mejor dicho, donde él estaba. En el hall, cerca de la estación de las enfermeras, en el pasillo de la habitación de Guillermo… ¿qué hacía? Algo le decía que no era una amenaza, ¿pero y entonces, qué hacía?
El día, en el sanatorio ya había dejado paso a la noche, y poca gente pululaba por los pasillos. Beto, “encantador de enfermeras”, aprovecha la última oportunidad para entrar a ver a la habitación.
-Si querés me quedo acá, me siento en el pasillo, espero, qué se yo – retirándole la mesita con la cena – lo asustaba verlo conectado a todos esos aparatos, tan frágil.
Guille estaba perfectamente despierto, cansado, pero tranquilo. -¿Y para qué te vas a quedar,  Betito? Yo estoy bien, custodiado por expertos, ¿qué me puede pasar? Además me quiero portar bien, porque me quiero ir a casa, sabés, para poder retomar esa vida de mierda que tengo en casa… - y se le llenaron los ojos de lágrimas.
-No, Guille…
-Andate, Beto, haceme caso, antes de que entre la enfermera, y te eche igual a la mierda. Y no te pongas así pelotudo, que lo único que falta es que yo te tenga que cuidar a vos…
-Vos sabés que yo estoy, Guille, yo estoy siempre…
-Ya lo sé, Beto, ya lo sé… andate, así mañana me venís a buscar, que me preparo el bolsito…
Beto salió al pasillo, saludó con una inclinación de cabeza a las enfermeras, que le sonrieron,  y prefirió bajar por la escalera. Y al abrir la puerta de salida de emergencia, se lo encontró. Y no se pudo contener. ¿Qué tenía que perder? Pero, ¿qué se le puede decir a un hombre que no dice nada?
Se miraron de arriba abajo: Beto, hasta amenazante; El Mudo, sin mover un músculo. Pero Beto sintió esa sensación de seguridad, de código, y en su frecuencia, decidió hacerle caso a lo que le decían sus tripas.  
-LPM,LPM,LPM, Pedro, ¿por qué no me la hacés más fácil? – Y dirigiéndose al Mudo agregó: -Vuelvo a la mañana, ojo al piojo – y con otra inclinación de cabeza, se fue.
………………………………..

 Guille estaba seguro de que si lograba dominar con su mente y ritmo de respiración, los pitidos y chillidos de la aparatología a su alrededor, convencería a los médico de que lo dejaran ir. Ir a ninguna parte, es verdad, pero no estar encerrado. Entre todos los lugares del mundo este era bien difícil para sentir a Pedro. Insufrible. Entonces, hoy nada de sueños. Nada de alteraciones. Si había que quedarse despierto toda la noche, lo hacía.
La silla vacía a su lado lo devastaba. ¿Arrepentido de no aceptar la compañía de Beto, o de Fabián? Si al único hombre que quería ver allí sentado, no lo tenía. Pero no podía dejarse ganar por la angustia, no otra vez… “Tranquilo mi amor…” ¿acaso no es lo que él te diría en un momento así? "Que vengan imágenes bonitas, recuerdos lindos..." Y te tomaría las manos, y te las besaría, y te miraría con esos ojazos de los que ya no hubo retorno… y ya se dejaba caer otra vez, los aparatitos a punto de enloquecer, cuando, el ruido de la puerta de blindex corrediza lo trajo de vuelta. Un hombre entraba a la habitación y lentamente, ocupaba  la silla a su lado. Guillermo prefirió mirar al techo, y buscar donde fijar la vista para poder controlar el temblor de su barbilla que rápidamente se extendió a todo el cuerpo. El detector de humo. Buen punto. Pugnó por no llorar, pero las lágrimas se le escapaban solas… Tranquilo, mi amor… a ver esas imágenes bonitas… pasaron los minutos, en silencio. Guille se recomponía. Había tenido razón Beto: el hombre era mudo.
Pero, por alguna razón, Guille no se inquietó. Tal vez, la manera mansa, respetuosa del hombre, para nada amenazante, tal vez su ligero parecido físico a Beto, que antes no había notado, tal vez el ver un rostro familiar.
El Mudo se acercó y se arrellenó en la única silla, mirándolo.
“¿Vos viniste a decirme algo? ¿No me vas a decir nada?¿Hay algo que yo te pueda decir que te haga hablar? Entonces, ¿viniste a escuchar? ¿Y qué querés que te diga?”, pero sin pronunciar palabra.
“Decile que tengo miedo de morirme sin volver a verlo… de eso me voy a morir, no por ninguna otra mierda de estas…” piensa Guillermo. Y por tan bizarra que era la idea de decir ciertas cosas, mirando a la cara a ese casi extraño, y como no podía cerrar los ojos, porque sumergirse en su Pedro con los ojos cerrados, era rendirse a la ausencia de esos besos jóvenes, que le devoraban los labios y el alma, y lo hubiera matado, optó por el detector de humo de nuevo, y no pudo evitar el temblor en la voz y alguna lagrimita, pero sabía que este hombre había visto esto… y mucho más.
-Yo te espero acá, ¿sabés?- dijo en voz alta Guille - Tranquilo, entero, yo te espero mi amor. Tomate el tiempo que necesites,  y no te asustes por esto, achaques de viejo… que a mí me pone viejo no tenerte. Pero me quedo acá, o donde vos quieras, por el tiempo que… ya sabés… pero volvé Pedro. Volvé a mí.
 Y Guille no supo si se quedó dormido hablando o qué, pero sí tuvo la certeza que El Mudo se quedó a su lado toda la noche.
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Por la mañana, médicos y enfermeras estaban muy satisfechos. El paciente había pasado una noche espléndida, de descanso profundo. Se iba a casa.
Ya en el auto, Beto no preguntó y Guille no contó, ¿para qué? Guille sabía lo que tenía que hacer, y Beto sabía que lo ayudaría en lo que fuera.
………………………………….
Siete días después de salir del sanatorio, se sintió con fuerzas suficientes, y llegaba caminando a la pizzería. Sí, el tugurio aquel, de los chocolates, la revoleada de cigarrillos, sus celos, su actitud hostil, (mirá que había sido pelotudo), su pérdida anunciada… en fin, un lugar que sólo le devolvía la imagen de sus miserias.
Entró, y al ver la mesa de Pedro, vacía, lo recorrió un escalofrío de pies a cabeza, ¡Ay mi amor!
Se dirigió al mostrador. El encargado, levantó la vista, lo miró, primero neutro, y luego le sonrió, cotidiano.
-Bueno, hombre, qué bueno es verlo bien.
¿Sorprendido, Guillermo? Se sentaron, claro, en la mesa de Pedro.
-… Siempre cambiamos de lugar, sabe, pero si quiere tómelo como una señal: la próxima sale de donde estuvo Ud. ¡se acuerda?
Guille asintió. ¿Quién se olvida del instante en que tu vida queda interrumpida?
-Entonces, no hay nada más que hablar: en 7 días, 3 y media de la mañana. Sólo. Puntual. Y que no se le haga tarde. Mire que este tren para una sola vez.
Se despidieron con una inclinación da cabeza y cuando ya salía, el hombre le gritó:
-Y salúdemelo al muchacho. Yo sabía que ese iba a ser de los buenos.
Orgullo, sí, y no sólo eso. El pecho finalmente tan lleno de la certeza de encontrarse con Pedro, que no lo dejaba respirar.
……………………………………………..

-¿Estás seguro, Guille?
-A ver Beto, ¿por qué no me preguntás una que no me sepa? ¿Estoy seguro? Sí, estoy seguro. ¿Estoy tranquilo? No, estoy cagado hasta las pelotas. ¿Tengo miedo? Sólo de que ya no me quiera… ¿por qué no me decís de una vez todo lo que me querés decir?
-Es que, Guille, no sé… ¿tenés instrucciones? ¿vas a volver?
Y Guille se rió. Y Beto se rió también.
-No me jodás Beto, no sé, lo ignoro, soy un ignorante, y ese es hoy un derecho que me asiste – Guille enfatizó con una larga pausa – pero esperame, no sé qué va a pasar, pero, si podés, si querés, esperame, porque sólo eso me puede hacer volver…
Un murmullo de lancha a motor indicó que el viaje ya había comenzado. Recién en ese momento, fueron conscientes de otra figura en la escollerita: una figura conocida.
-Ah, bueh!– exclamó Beto- pongan los fideos, ¿qué hacés vos acá? - El Mudo, claro, no le respondió.
-Está bien, Beto. Dejá. – y lo saludó con un movimiento de cabeza.
La lancha se arrimó al muelle y el Mudo apuró el trámite con un ademán.
-Claro que voy a volver – le dijo Guille en un profundo abrazo, y palmada fuerte de despedida con Beto– Voy a volver… y lo voy a traer.
-Vamos Guillermo, suba y cuidado con el borde, no se vaya a caer al agua… y bienvenido – dijo El Mudo, Checho, tendiéndole una mano de apoyo a Guille, pero mirando a Beto. Y Beto supo que hasta ahí llegaba él. Ahora lo dejaba en manos de Checho.
-Mirá que es más que mi viejo- y Checho, asintió.
Y Beto no se fue hasta que la lancha desapareció. No estaba tan seguro del deseo de Guille. Pero cuando volviera, con o sin Pedro, él, lo iba a estar esperando.
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- Acomódese, Guillermo y trate de dormir un poco… el viaje es largo… – Pero Guille estaba tan excitado que le daba lo mismo dormir que no dormir. Ya no necesitaba soñar. Mirando al frente la negrura abismal del río, sentía, por primera vez en muchísimo tiempo, que le bastaba estirar la mano, para “tocarlo”.
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-Guillermo , Guillermo – lo despertó Checho – paramos a cargar combustible y algunas provisiones. Aproveche para tomar un café y respirar este aire.
Checho tenía razón. En la tibia mañana, Guille se asomó por primera vez a un nuevo mundo. No sabía dónde estaba, pero era el Delta profundo: la vegetación, la gente, el color del agua, los pájaros y un sutil olor flotando en el aire. Otro país.
A partir de allí, el viaje no fue largo, “una fracción de eternidad”.
-Ya estamos casi llegando.-
Este Checho. Otra vez dándole la oportunidad de prepararse, le hizo señas de subir.
El río dejó atrás su inmensidad y se presentó riacho, y más tarde mutó a riachito. Y más adelante, siempre un poco más adelante, un muelle. Y de pie, en el muelle lejano, una pequeña silueta…  una visión… inconfundible. Guille se hizo visera con la mano para poder taparse un poco la cara y restregase los ojos. Pero la visión seguía allí, ¡y se agrandaba! Y Guille temblaba, y sudaba. Y había perdido todo control sobre su cuerpo, o su voz, cuando la visión lo fue todo, y, sin tiempo, tapó la luz del sol, llegó hasta él, le alcanzó una mano a la cual aferrarse, lo ayudó a subir al muelle y lo atrapó en un abrazo definitivo:
-¡Precioso!
-¡Guille!
……………………………………………
DÍA 1
Uno sólo, otra vez, como si no hubiera habido una última vez, ni una próxima.
Sólo un continuo en el tiempo, que los abraza y los encuentra siempre juntos.
-¡Estás tan hermoso, Pedro!
Y Pedro, ¡tanto para decirle y nada logra salir de su boca!
 Guille no puede creer la tontera que dijo. ¡Pero si apenas tiene fuerzas para aferrarse hasta la locura del cuerpo amado! Y no hay más ni arriba, ni abajo, ni adelante, ni atrás, ni presente, ni futuro, sólo su hombre en sus brazos, quien también lo aprieta hasta dejarlo sin respirar.
Y no saben cómo llegaron a una habitación pequeña, clara, luminosa. Pero Guille no ve más allá de Pedro y Pedro no va más allá de Guille.
-Amor, tengo tanto que decirte, pero ahora…
Guille lo calla con un tierno beso y le apoya, suave, el índice sobre los labios.
-Shh, dejá, cielito, dejá… ya tantos se encargaron de contar momentos como estos con bellísimas palabras… ya encontraremos las nuestras… no digas nada. Teneme. Quereme.
Y Guille pudo cerrar los ojos sin temor. Sus jóvenes besos habían regresado.
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DIA 2
Guillermo sueña que está despierto, mirando dormir a su cielito a su lado, semitapado por un revoltijo de sábanas blancas. Se siente bendecido por la vida. Todo lo que ve es perfecto: su cuerpo, su rostro, su piel, sus largos y hermosos dedos, sus piernas. Y Guillermo sabe como tocarlo, para iluminarlo sin despertarlo. Y se siente joven, sensual, invencible, y se deja arrastrar por esas sensaciones de plenitud que lo envuelven, y perdido en su Pedro, se queda dormido.
Pedro sueña que está despierto, cuidando el sueño de su Guille. No deja de tocarlo ni un instante, porque siente que Guille respira mejor cuando él lo acaricia… ¡qué va! no puede dejar de tocarlo porque es ese contacto el que le da sentido a su vida. Y nunca se sintió más hombre, más bello, más fuerte que en los brazos de ese amor que lo cambió. No, de verdad, Pedro nunca había imaginado que pudiera llegar a ser tan feliz. Y apoya suavemente la cabeza en su pecho acompasado, y se duerme al arrullo del ritmo vital de Guillermo.
 Se despiertan. Están tan abrazados, tan enredados uno en el otro, que al moverse uno, se mueven los dos…
-Amor…
-Mmmmm…..
-Nos quedamos redormidos.
La luz del atardecer es inconfundible para Pedro, colándose por las ventanas cubiertas con lona color crudo, y los sonidos del día que se apaga en la isla. Atardecer sí, ¿pero de qué día?
-Amor ¿tenés hambre?
-¡Me muero de hambre, cielito!  -Y se sonroja al decirlo – y eso que desayuné con unas medialunas…
-Desayunaste… ayer, amor…
-Todavía es de día.
-Guille- tomándole la cara con las dos manos- desayunaste ayer amor, te aseguro que estamos en esta cama hace más de 24 horas…
“Bueno”, piensa Guille, “entonces no es que estoy tan totalmente fuera de forma”, pero responde coqueto:
– Nooo.
-Si, si.
-Nooo… Pedro, ¿más de un día encerrados y nadie vino a ver qué pasa? ¿Y si vine a matarte… y a suicidarme?
Pedro se ríe y lo besa, largo, profundo.
-Todos saben que no viniste a matarme… además, acá sabemos todo de pérdidas, y casi nada de reencuentros felices…
Y Guille piensa que si tuviera que definir qué es la belleza, le bastaría poder describir la cara de Pedro en este momento, pero claro, ¿con qué palabras? Lo mira muy serio, caricaturesco…
-Mirá que yo puedo ser muy pasional – advierte Guillermo.
-Eso espero.
Y se hizo de noche, nomás.
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DIA 3
Dormir en Guille. Así era exactamente como se sentía Pedro al despertarse, enredado en sus piernas fuertes, borracho de su perfume, erizado por el simple contacto con su piel suave y áspera a la vez. Se levantó, se puso una bermuda, lo besó una vez más mientras dormía y salió de la cabaña. Al minuto regresó con cuatro canastas.
Afuera, un nuevo día en el campamento arrancaba, espléndido. Guille empezó a despertarse por el mero hecho de no sentir a Pedro en sus brazos.
-Esta es la prueba del delito – le dijo el chico risueño, señalando cada canasta que traía – cena día 1, desayuno día 2, almuerzo día 2, cena día 2 y… parece que se dieron cuenta que ya teníamos suficiente para desayunar hoy… - se ríe y vuelve a tirarse en la cama y abrazar a Guillermo. Los  muchachos habían cumplido con el acuerdo.
-Mirá como te cuidan, ¿eh? Quieren que te sientas bien…
- Y sí, me cuidan mucho, me quieren mucho, acá nos cuidamos mucho…
-¿Y se puede saber donde es acá? – le pregunta Guille jugando con su pelo, aunque en realidad, poco le importa dónde está: está con Pedro.
-¿Te importa?
-No.
Juntos comienzan a sacar las provisiones de las canastas. Pedro le muestra la etiqueta del vino, cabernet. Guille sonríe, pero está interesado en mirar un poco más el lugar: el lugar donde vive Pedro. La mesa de trabajo, atiborrada de papeles. Una pluma, que toma y le muestra.
-¿No es la misma, no?
-No…
-Ah, porque la auténtica la tengo yo… te la hubiera traído- se ríe, pero no es cierto, jamás se desprendería de esa pluma. Y Pedro se acerca a besarlo. Cada palabra, cada frase, es una buena excusa, para que se toquen, se acaricien, se compartan…
Biblioratos, expedientes, libros de leyes, Pedro no estuvo perdiendo el tiempo. Y una nutrida biblioteca…
Guille hojeaba con interés: El corazón de las Tinieblas de Conrad, La Odisea de Homero, Trópico de Capricornio de Miller, El libro de la Selva de Ruyard Kipling, Tarzán de Burroughs,  Obras Completas de Oscar Wilde, Antes que Anochezca de Reinaldo Arenas, Los Tigres de la Malasia de Salgari, Cuentos de la Selva de Horacio Quiroga, Cuentos Completos de Ambrose Bierce, La Vorágine, de José Eustasio Rivera, Antología Poética y El Arco y La Lira de Octavio Paz, (ah… entonces era cierto… se encontraron, obvio), El viejo que leía poemas de amor de Luis Sepúlveda, Sudeste de Haroldo Conti,  entre muchos otros…
-Parece que te dedicás a la lectura… (¡Gracias Beba!)
-Tiempo es lo que más tengo… - mientras empieza a preparar algo de comer - además, tenía que buscarte en alguna parte.
-¿Y me encontraste, precioso?
-Algo así… – y otro beso.
Comieron algo, conversaron, descansaron un poco más, todo muy relajado. Pedro le fue contando, “con interrupciones”, claro, su vida en aquel lugar, y la misión a la que se había entregado, mientras buscaba la manera de volver a él.
Guille lo escuchaba fascinado… porque siempre lo escuchaba fascinado, y en cada palabra confirmaba lo que ya sabía: la fortaleza, la inteligencia, la tenacidad de ese hombre al que amaba profundamente. Eso lo llenaba de orgullo. Pero al mismo tiempo, su mente autodeterminante, tremenda, no podía dejar de mostrarle a ese Pedro autosuficiente, que hablaba de “volver a él”, pero nunca de que Guille se quedara allí. Y sabía que Pedro no podía volver, no tenía que volver.
La operación que habían montado era increíble. ¡Qué mal se había portado con Beto! pensaba avergonzado. Porque el amigo, brillante, había ido intuyendo, entendiendo todo, y tratando de contárselo. Pero, él no lo había escuchado. Una organización que, desde la clandestinidad, trabaja para devolverle una vida a aquellos pobres diablos a los que la injusticia se las había sacado. Y Pedro, la pieza clave. ¡Cómo se rió Guille cuando Pedro le mostró todas esas copias de sus viejos casos, de dónde sacaba muchas de las ideas “ganadoras”… y como lo llevaban a otras ideas, que recogía de haberlo visto actuar, o colaborar con él, que combinaba con sus lecturas, con sus paseos entre las cortaderas, los sauces, o bañándose en el río. Guille entrecerraba los ojos, y podía verlo… y desearlo. Pedro le decía cómo, algunas veces, la naturaleza lo abrazaba, lo abrumaba, tan vivamente, lo acorralaba, y era cuando él se rendía ante ella, que las ideas venían, como riéndose de él, mostrándole el camino hacia un nuevo caso. Y el tratar de descubrir “cómo Guille lo hubiera hecho”, finalmente era la guía hasta la estrategia.
Guille en su cabeza. Así lo hacía sentir: amo de su mundo, dueño a pesar de la distancia, del dolor. Sólo Pedro podía darle eso. Y entonces, lo único que quería era abrazarlo, abarcarlo, devolverle un poco de lo que recibía, para sentirse vivo. Pedro en su cabeza.
-Chiquitín lindo, si querés, podemos levantarnos y salir un rato a dar una vuelta… y me mostrás.
-Amor, ahora, de noche, afuera está lleno de bichos.
-Buen punto…
……………………………………………
DÍA 4
Nadie en ese lugar había visto nunca al doctor así: feliz. Después de tres días “puertas adentro”, ahí estaba, compartiendo el aire de la mañana, sentado junto al río con su “amigo”. Ajenos al tema, eran sin duda el centro de atención. No eran frecuentes las visitas al campamento y nunca al doctor, o al “monje”, cómo preferían llamarlo algunos. “¿Monje?¿Y se puede saber por qué?”-curioso Guillermo . “No”, le había respondido Pedro, final. Guillermo se rió fuerte cuando cayó: ”Ay, mi  lindo, no puedo quererte más…” Y lo abrazó.
Hoy, el monje, estaba cambiado. Encendido.
Charlaban, se reían, se miraban, se escuchaban, caminaban rozándose las manos, se tocaban hasta para cederse el paso, se sentaban muy juntos. “El doctor” cada tanto le apoyaba la cabeza en el hombro, y el “amigo” aprovechaba para abrazarlo.
-Mirá – sacando algo del bolsillo.
-Precioso, todavía andás con una monedita, ¿la necesitás?
-No, pero me hace sentirte más cerca. El río también me hace sentirte más cerca. El río siempre me lleva, hasta vos…
-Hasta ahora, ya estoy acá…
Pedro se sonríe, mirando el agua. Le toma el brazo y lo besa. Y Guille le sonríe y le besa la cabeza.
-Por ahora… ¿pero hasta cuándo Pedro? - Al chico se le oscurece la mirada.
-Todavía no, Guille – aferrado a su brazo, rozándolo con los labios.
Guille le acaricia el pelo. Acepta su silencio. Ya llegará el tiempo de las malas noticias.
-¿Vos no tenés que irte a trabajar?
-Estoy de franco.
-¿De franco higiénico?
-No seas guarro.
-¿Guarro, querido?  Realista. ¿O qué te creés que piensa todo el mundo?
-No me interesa lo que piense todo el mundo.
-Ni  a mí.
Pedro se queda un momento pensativo. Guille pagaría por saber lo que piensa
-¿Querés que te presente a los muchachos? Ellos quieren conocerte.
-¿Puedo evitarlo?
-¿Te avergüenzo?
-Nunca – y tomándole la cara, en ese gesto suyo tan característico, Guille le dio un casto beso en al boca, a pleno sol, que terminó en nuevo abrazo. Y se pusieron de pie, y se fueron caminando, abrazados.
Otra vez, esa clásica caminata juntos, que ambos siempre evocan cuando se faltan. Y ahora se tienen.
 -Precioso, ¿sabés lo que estoy pensando? – le susurra, envolvente Guillermo, abrazándolo todavía más, si es eso posible. Y Pedro se sonríe.
-Que hoy sí quiero volver a casa.
……………
-Pedro, Guillermo, pasen por favor, bienvenido Guillermo.
La casa “central” es amplia, de madera, con muy buena luz natural en un único ambiente. Ordenado, limpio, con muchas sillas. Cada uno de los muchachos se va presentando, con apretón de manos a Guillermo, con cierto toque marcial pero cálido, cada uno marcando su territorio, definiéndose, y saludo amistoso a Pedro. Dante, Héctor, Saturnino, Checho. Guille no esboza una sonrisa pero la piensa. Se respira un aire de comando revolucionario civil, en medio de la selva nicaragüense, 1960, 1970… (que él sólo ha visto en lecturas y en películas, claro). Sí, seguirle el ritmo a su chiquitín, es un trabajo de tiempo completo.
Los “muchachos”, todos mayores que Pedro, se van acomodando. Circula el mate, y es viéndolos que Guillermo se da cuenta de que “el doctor”, ya es uno de ellos. Lo mira, con otros ojos, tal vez por primera vez desde que llegó: jean, camisa blanca arremangada hasta los codos, el pelo ligeramente más largo que la última vez, algo de patilla, y una barba que evidentemente se volvió a dejar para él. ¡Tan bello! Y en ese momento, no sabe muy bien por qué, diría, inalcanzable. ¿Quién vencerá? ¿La amistad o el amor?
-Cuando Hermes, mi… bueno, cuanto menos sepa mejor, -toma la palabra Dante, sin duda el jefe- Hermes, decía, el encargado del boliche del puerto, nos habló de Pedro, era demasiado bueno para ser verdad. Lo investigamos, pero había poco tiempo: el “doctor” se veía desesperado, y en cualquier momento, podía hacer una macana. Pero entonces, Hermes lo vio a Ud., y fue lo que nos decidió, Guillermo.
Pedro se sonrió. Guille lo miró, y luego a Dante, inquisitivo, que continuó contando: - Sí. A veces el problema es el entorno, no la persona: una madre desesperada, una novia histérica, nenes chiquitos, una familia que se vuelve loca, y claro, el hombre también se vuelve loco. Pero el “doctor” hablaba sólo de “Guillermo”, - Pedro le apoya la mano suavemente sobre la pierna – y Ud., Ud. la tenía clarísima: distante, actuando frío, midiendo cada uno de sus movimientos para no alentar, preparándolo para lo que se le iba a venir. Lo dejaba, pero siempre volvía. No lo abandonaba. Nos sorprendió lo bien que manejaba la situación. Si este hombre – y lo miró a Pedro con respeto – sobrevivía a ese desgarro, “pelaba” entereza, por Ud., podría sobrevivir a esta vida. Porque sabría que aún en el fondo del tazón, lo tenía a Ud. Y eso lo hacía imbatible. Eso, más el fogueo en el trabajo. No lo podíamos perder.
Guille, conmovido, redimido, tomó la mano de Pedro, y la besó. Y se encontró con su mirada llena de ternura, y la respuesta a su propia pregunta: el amor. A su alrededor, nadie se inmutó.
-Pedro, venís un momento que llegaron un montón de papeles – irrumpe uno de los muchachos. Pedro se levanta con la mano de Guille entre las suyas sonríe excusándose y sale.
-La idea la teníamos desde hacía tempo. Era un sueño de revancha, pero yo sabía que podía ser realidad. El Dr. Luro, no sé si sabe de él, que en paz descanse - Guille asiente con la cabeza –nos ayudó mucho con el plan original. Algún intento se hizo en el pasado, pera la pasamos canuta. Casi no podemos sacarlo. Nos faltaba la última puntada, la que nos asegurara el éxito. Hasta que apareció Pedro y bueno, en cierto modo, atrás de Pedro, Ud. Las casualidades no existen; ya la  teníamos preparándose a María del Carmen, que por cierto, no conoce a Pedro –Guille se sonríe para sus adentros, agradece la aclaración – y con el bonus además, de que “el doctor” resultó ser un detector viviente de inocentes – Dante se ríe, Guille también – Sí, créame, así de “tiernito” como se ve, el pibe sabe conocer y tratar con las personas. El maneja personalmente el interrogatorio al posible candidato. Tiene un instinto, olfato… Bueno, mire a quién se lo estoy diciendo – y Dante se rió – El mundo está lleno de buena gente, que no se nota, y que nos da una mano, a veces sin saberlo. Gente de adentro y de afuera de la justicia.
Siguieron dialogando un rato. A Guille le gustó el mundo de Pedro. Y sintió envidia de esos hombres: por lo que estaban haciendo, y porque estaban todo el día con su amor.
-Así que le agradezco Guillermo. Es mucho lo que Ud. hace por acá.
-No, soy yo el agradecido. Por lo que hacen y por lo que hacen por Pedro. Me imagino además, que, uno por uno, ya les irá tocando el turno a Uds. también, ¿no?
Dante, Saturnino, Checho y Héctor se miraron entre sí y se sonrieron.
-No, Guillermo, nosotros no – riendo – nosotros, acá, somos todos culpables. Y como no estábamos dispuestos a ser juzgados por “esa” justicia”… esta es nuestra pena, autoimpuesta, por propia mano, ¿vio?. ¿Ud. me entiende.
-Perfectamente.
Pedro entró con la noticia:
-Aparecieron los dos testigos que faltaban – anunció exultante y se sentó con unos papeles al lado de Guille – y aceptaron declarar. Caso Ibañez, cocinado. Ya podemos avisarle – dijo con un ligero temblor en la voz.
Hubo un par de aplausos, y Dante se levantó a darle la mano a Pedro – Doctor, ahora es todo tuyo.
“ Otro en camino de volver a casa”, pensó Guillermo, conmovido.
………………………………………………
Ya recostados, uno en brazos del otro, Guille dibuja el contorno del cuerpo de Pedro, detalle por detalle, hasta esa cicatriz junto al abdomen, de la que el chico no quiso hablar todavía… chiquitín lindo se sonríe, pero no dice nada.
-¿Te costó trabajo traerme acá, no? ¿son duros los muchachos? - Sonrisa con oyuelos sin comentarios -¿Qué? De verdad, ¿qué les dijiste? ¿Pensaste que yo me moría?
-No Guille – con infinita ternura – pensé que yo me moría.
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DIA 5
Guille y Pedro revisan los papeles del caso Ibañez. Sacaron la mesa a la galería de la casita, enmarcada por ceibos en flor, y juntos analizan paso por paso. Habiendo conseguido los testigos claves, la cosa se precipita y ahora todo es una carrera para que el hombre recupere su vida lo más pronto posible. Para Pedro, trabajar con Guille es la gloria. Dudó en proponérselo, como si eso le restara tiempo a estar juntos. Pero Guille lo primerió pidiéndole información, datos, tirando ideas. Guille siempre un paso adelante. Lo amaba. Sí, trabajando con él, Pedro se sentía tan pleno como haciéndole el amor.
Desde la casa principal del campamento, Dante los observaba. Ninguna duda: había sido un error traer a Guillermo. Un error inevitable, pero error al fin.
Y así transcurrió el día, como en los viejos tiempos, en el estudio. Otros se sumaron al trabajo. Es que era atractivo verlos: el entusiasmo, la energía, el humor, y las ideas e hipótesis que surgían y que sin duda serían útiles en este u otros casos. Guillermo volvió a encontrar su trabajo divertido, con sentido,  y con Pedro, los dos, a sus anchas se prodigaron todas las miradas, todos los guiños, los gestos imperceptibles que los hacían sentir parte de una pareja feliz.
Y a la noche, “pintó” cena todos juntos, celebrando el inicio de un futuro nuevo éxito, y una jornada de trabajo excepcional.
Como ya habrán imaginado, cocinó “el maestro”, cuya “fama en el mundo de la cocina italiana” había alcanzado las fronteras del campamento hacía ya largo tiempo.
Y como imaginarán, también, nadie pudo meter el pancito en la salsa.
Y naturalmente, sólo uno tuvo el privilegio de probar de la cuchara.
-¡Ri-quí-si-ma!
………………………………
-Precioso, quiero llevarte de vuelta a casa – le dijo Guille en la nuca, acostado detrás suyo, abrazados, apretándolo contra su pecho.
-Ya estoy en casa – sin mirarlo.
-No me jodás, Pedro, este lugar no es tu casa- Guillermo fastidiado, pero no lo suficiente como para dejar de acariciarlo.
Y Pedro giró, con un revoloteo de sábanas y metiéndose en Guille por los ojos, sin perder un milímetro de contacto con su cuerpo, respondió:
-No, mi amor, vos sos mi casa.
……………………………………….
DIA 6
Y le tocó, inevitable  -en semejante lugar-  el turno a la naturaleza. Nuevamente fue Guille el que se adelantó, y mostró curiosidad por el “fenómeno natural”, que tan buen efecto causaba en Pedro. Al principio reticente, después insistió: “Algún contacto tengo que tener”. Y Pedro, no se hizo rogar: se salía de la vaina por mostrarle su reino “outdoors”.
Fue un día especial, con mucha caminata en solitario, -Guillermo se resistió sistemáticamente a ponerse nada en la cabeza y Pedro aceptó sólo porque era el sol de octubre- muchos besos, el “animalito” trepándose a un árbol para delicia de su único espectador, muchos secretos, muchas caricias, cabernet, mini siesta incluida. ¿Y los bichos? Los bichos no fueron un problema, porque Pedro se encargó de “untar” literalmente a Guillermo en repelente, antes de salir de la casa. –“Podría acostumbrarme a esta vida perfectamente” -sentenció Guillermo muy formal, mientras buscaba un buen bastón de rama fuerte para la caminata, ante un Pedro estallado en carcajadas. – Y tené el repelente a mano, por las dudas – concluyó.
Era cierto: Pedro florecía en contacto con la naturaleza. No era que Guille no lo supiera, pero verlo, una vez más, era una experiencia que le llenaba todos los sentidos. Antes había habido sólo un anhelo, seguido de impotencia. Ahora, Pedro era suyo. Pero… ¡ay! Siempre tiene que haber un pero… ¿por cuánto tiempo?
Del otro lado de la isla, sentados, junto al río, compartían su copa de vino. Pedro, con la cabeza recostada contra el hombro de Guille. Bucólico.
–Nos falta la cañita de pescar, querido, y somos Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Yo, Tom Sawyer, por supuesto. No, mejor no, yo soy Mark Twain…
Sí, podría vivir en un lugar así con Pedro. Bueno, podría vivir en cualquier lugar con Pedro.
-¿Hermoso? Soy yo, o hay una fragancia permanente flotando en el aire? La siento desde que llegué. Muy suave, pero…
-Sí.
-Pero, ¿es lo que yo pienso?
-Si, Guille – Pedro risueño ante la cara de extrañeza de Guille – es canabis. Estamos rodeados de plantaciones de canabis. No son nuestras. Protección y financiación.
- Ah… -“¿Dejaría el chico de sorprenderlo en algún momento?” No, no lo cree.-Y ahora viene la demostración de nado en el río, ¿no?
-¿De veras? ¿Te vas a meter Guille?
-Muy gracioso, chiquito, hablas con un anciano con antecedentes cardíacos… vos te vas meter.
-Todavía está muy frío…
-Bueno, ¿entonces será para la vuelta, no? – y Pedro no respondió.
-Hermoso – tomándolo de la barbilla, obligándolo a mirarlo - ¿Cómo sigue? ¿Qué vamos a hacer con “esto”? “Lo nuestro” dicho sin voz, gesto de mano incluido, un sello de identidad.
Pedro lo miró con una sonrisa triste. Pero Guille no estaba triste; estaba a salvo, protegido por la profunda conexión que los unía en ese momento.
-Esto no puede seguir así, chiquitín, yo lo sé, vos lo sabés. El tema es, ¿qué hacemos?
Pedro lo miraba adorándolo y preguntándose cómo podía verlo junto a él, cuando en realidad lo sentía tan dentro suyo. Pero sin respuesta.
-Un plan, Pedro, un plan, tenemos que tener un plan. Si ya tenemos todo lo demás.
…………..
Esa noche era la última noche en la isla. Ambos llegaban con la idea de algo desesperado, arrebatado, desgarrado… pero no.
La noche los sorprendió acostados en su cama, bañándolos con la clara luz de la luna llena. Mirándose, abrazados, amándose, planeando un futuro juntos… muy lejos de pensar que era la última vez en vaya uno a saber cuánto tiempo… impulsados por la certeza instalada de que “no puede no pasar”.
Pedro “inspecciona” el pecho de Guille, acariciándolo con exquisita delicadeza.
-Aya! – a veces no tan delicadamente. Besito por cada tironcito.
-Ay Pedro, ¿qué hacés precioso?
-Shhhh… estoy contando…
………………………….
DIA 7
Amanece.
-Entonces, ¿tenemos un plan?
-¿Me lo estás preguntando?
-¡No!
-Entonces, qué, precioso: ¡claro!, tenemos un plan.
……………………

Empaquetar el día. Eso es lo que trató de hacer Guille desde que logró “arrancarse” de la cama. El café caliente y amargo que le preparó Pedro ayudó. No tenía casi equipaje: sólo lo que trajo y algunos papeles y un libro que el chico le dio: “Parece que a vos se te dio por la poesía, a mí por el ensayo”. Tenía apenas algunas horas para ir cerrando las miles de heridas, dulces y amargas que se le habían abierto en su visita “clandestina”. Porque aún lo más bello, en este momento dolía. No era miedo a quedar expuesto, si el chico estaba ahí. El podía y debía sobreponerse: y proteger a Pedro.
Y por supuesto, Cielito, trataba de imprimirle cotidianeidad a ese día único; sólo así podía sobrellevarlo; y proteger a Guille.
Despedidas de rigor, saludos afectuosos, ausencia de mañana, y varias cajas con toda la documentación para el juicio de Ibañez.
-¿Vos confiás en mí? Entonces vas a tener que esperar. Le dijo Pedro, ya abrazándose en el muelle.
Guille se separó un poco para mirarlo a la cara, divertido y con reproche: - ¿Vos me tratás de pelotudo? ¿Qué me toca decirte ahora a mí, Pedro? ¿”Entonces esto es una despedida…”?
Y se ríen juntos, y se vuelven a abrazar y se quedan atrapados en el abrazo.
-No, esto no es una despedida, mi amor – alcanza a susurrar Pedro – porque tenemos un plan.
Y Guille se vuelve a soltar, con reticencia, y le sonríe a los ojos, chiquito, pero con toda la cara, totalmente consciente que será esa sonrisa, la que Pedro perseguirá enloquecido… hasta lograr el reencuentro. Y su lindo recibe el mensaje.
Guille se ríe y alza los hombros, en falsa disculpa. –Te amo. Y tenemos un plan.
Y Pedro, recibe el rayo y se funde en él.
-Precioso, te prometo que no me voy a morir si no es en tus brazos.

Ya no importa Checho, ni la lancha, ni el lanchero, ni los compañeros con la carga. Guille y Pedro se dejan un beso largo, profundo, apasionado, que dure lo que tenga que durar, hasta la próxima vez.
Y se miran alejarse, encadenados por la mirada, hasta que la lancha se pierde en un recodo.
Tienen  un plan.
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A bordo, Guille, no necesita de conjuros para retener “la imagen” de su amor: lo lleva “prendido en el pecho, el alma, el vientre y los ojos”. Todo Guille huele a Pedro. Y abre el libro, en una página señalada con una servilletita de papel:
El amor nos suspende, nos arranca de nosotros mismos y nos arroja a lo extraño por excelencia: otro cuerpo, otros ojos, otro ser. Y sólo en ese cuerpo que no es el nuestro y en esa vida irremediablemente ajena, podemos ser nosotros  mismos. Ya no hay otro, ya no hay dos. El instante de la enajenación más completa es el de la plena reconquista de nuestro ser. También aquí todo se hace presente y vemos el otro lado, el oscuro y escondido, de la existencia. De nuevo el ser abre sus entrañas.
Fragmento de El arco y la lira de Octavio Paz


 Continuará....