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Esa
mañana el pronóstico meteorológico auguraba un descenso de temperatura con vientos
fríos del sur. José sabía que en esa
época del año y en la costa sería sensato aprovisionarse de una buena cantidad
de leña. Estuvo partiendo troncos
durante un largo rato, echando furtivas miradas al camino que bajaba de la casa
hacia la ruta. Imaginaba a Guillermo de
pronto a sus espaldas, diciéndole: no me gusta el mar, me pone nervioso, pero
aquí estoy. Y entonces él tirando los
leños y el hacha, corriendo a abrazarlo.
Y después se besarían. Es tan fácil,
tan dulce imaginarlo… Presiente que él
está en camino, que esta vez Graziani
derribará su muralla. Decide ir
prendiendo un fueguito en la chimenea de la sala. Al pasar frente al espejo que está junto a la
entrada, se detiene y se mira. Jeans,
camisa escocesa, el pelo revuelto, sin fijador.
No está mal, piensa y sonríe. Tal
vez este José le agrade más. Se queda un instante mirándose, un pensamiento
cruza por su cabeza. Uno que revolotea
hace tiempo y al que no le da cabida, que intenta desesperadamente
ignorar. En el límite de su subconsciente,
sabe que Guillermo no puede dejar de amar a Pedro. Qué él no puede ocupar un lugar que no ha
quedado vacante, que por más amor y paciencia que esgrima ante Guillermo, el
amor y el recuerdo de Pedro es un obstáculo que no puede sortear, un bien
preciado que el abogado se obstina en no dejar morir. El amor de José tiene un
feroz instinto de supervivencia, también.
Desoye las señales de alarma, esquiva las dudas, se empecina en
continuar. Pero algo dentro suyo, una
pequeña semilla de rebelión, que casi no germina aún, se contrapone a toda
negación, comienza a despertar de un largo sueño y se prepara para combatir,
para devolverle la fortaleza, el orgullo, el respeto que ha ido perdiendo por
si mismo, como una coraza que se desdibujó en el camino persiguiendo el amor
que Guillermo no ha podido brindarle. José no escucha esas señales, porque hacerlo
lo debilitaría para seguir esperando, para continuar acercándose al hombre que
lo desvela y al que se ha prometido conquistar. Rehúye su propia mirada, se dice “sólo una vez
más”, va hasta la sala y comienza a acomodar los leños en el hogar.
Guillermo
duerme con la cabeza apoyada en el vidrio del ómnibus. Un sueño confuso, agitado, plagado de
situaciones difusas como casi todos los sueños.
En él, se encuentra viajando en un pequeño bote, los sauces acarician el
borde del agua, los grillos ponen música a una noche sin luna. Llega a la
pequeña isla, sube los escalones hasta la casa, abre la puerta… no hay nadie
adentro. Llama a Pedro. Mira alrededor de la casa, se desespera. Grita.
Una voz le habla a sus espaldas.
Se da vuelta y ahí está Maidana, le dice que Pedro murió, que llegó
demasiado tarde, que fue su culpa por no venir antes. Guillermo comienza a llorar, se dobla y cae
al suelo, se abraza a si mismo gritando el nombre de su amor, alguien le apoya
la mano en el hombro. Levanta la cabeza
y entonces, se da cuenta que es de día, está en la playa, las gaviotas vuelan
sobre las olas, el sol apenas despunta. Pedro
está junto a él, está vestido como la última vez que lo vió, se sonríe mientras
le dice Guille, viniste… te esperé como te prometí… Guillermo lo mira y se da
cuenta de que está distinto, porque ya no tiene barba, le contesta que pensó
que estaba muerto. Pedro se ríe, le dice
que es mentira, que él también puede ser mentiroso.
Guillermo
se ha sumergido tan profundamente en el
sueño que las sacudidas del micro no llegan a despertarlo. Alguien le aprieta el brazo. _Señor, despierte por favor –de las tinieblas
del sueño emerge con dificultad, por un momento no sabe dónde está. _Qué pasa…? –balbucea mientras percibe que
la gente alrededor se dirige hacia la puerta.
_Tenemos
problemas con el motor –le indica el chofer- hay que cambiar de unidad. Van a tener que esperar que llegue el
reemplazo.
_Qué?
Y por qué no podemos esperar dentro del micro? –Guillermo le pregunta
irritado. _Es que estamos en medio de la
ruta señor, no es seguro que se queden
ahí en la banquina. La empresa va a mandar unos remises para que los lleven hasta
la ciudad más próxima, está solamente a unos 3 kilómetros. Ahí esperan un rato
y después los recoge el nuevo micro.
Toma
el bolso y sale afuera con los demás pasajeros.
Se ha olvidado del sueño pero una sensación de tristeza lo invade por
entero. A medida que los autos van
llegando la gente se va subiendo.
Mientras van de camino, mira la hora porque tiene hambre, son casi las
dos de la tarde, intenta no darse manija con el malhumor y ponerle al mal
tiempo buena cara, pero la perspectiva de que el viaje se alargue más de lo
previsto le saca las pocas ganas que tenía de haber venido. El remis los deja en la entrada de la ciudad
de San Clemente, a esa hora y en esa época del año no se ve un alma por las
calles. Están en la vereda de un
restaurant y el chofer que los acompañó les indica que la empresa les va a
pagar un refrigerio.
La
gente entra y se va ubicando en las mesas
pulcramente vestidas con manteles a cuadros blancos y amarillos. Una delicada música de fondo amalgama los
sonidos dispares de las voces. Guillermo
va hasta el final del salón a una mesa para dos personas medio escondida de
camino a los baños. No tiene ganas de
compartir la mesa con nadie, obligándose a entablar una conversación
irrelevante con gente desconocida.
Un
mozo se le acerca y le dice que en un momento va a venir a tomarle el
pedido. Le alarga un menú donde figuran
minutas rápidas y una lista de sándwiches diversos. Guillermo se calza los
anteojos y da un vistazo rápido. El
lugar se ha llenado tanto que los dos mozos no dan abasto, ya decidió la comida
pero ninguno se le acerca a preguntarle. Uno enfila hacia su mesa, pero a medio
camino lo detiene un hombre mayor que le pide unas bebidas, el mozo se da
vuelta y se va para el mostrador que está en el fondo del local.
_Podrías
tomar algunos pedidos? –le pregunta al hombre que está detrás de la barra
hojeando unos recibos.
_Si,
por supuesto, qué mesas?
_La
12 y la 16. Me parece que hoy entre ésto
y la despedida de solteros de la noche vamos a tener un día agitado –le
contesta el mozo mientras se aleja en dirección a la cocina.
_Bueno,
ahí voy. –da vuelta al mostrador y casi
se choca con el otro mozo que sale de improviso detrás de una columna.
_Cuidado, Héctor! Casi me llevo puesta tu cazuela de mariscos! –le dice
riéndose.
_Eh
Mauricio… hoy hay que tocar bocina! –le contesta el mozo también riendo.
El
hombre llamado Mauricio da media vuelta y se dirige a tomar los pedidos al
fondo del salón.
En
la primera mesa a la que se acerca, un matrimonio de gente mayor no se termina
de decidir por un peceto con papas o pedir alguna de esas pastas que figuran
como especialidad de la casa. Mauricio
les sonríe y les dice que no se hagan problema, que sigan pensando mientras él
toma otro pedido. Sigue de largo, pasa
una mesa vacía y se acerca a la 16. Un hombre de espaldas a él, cierra la carta y
se guarda los anteojos en el bolsillo del saco.
Mauricio
se detiene frente a él y se queda paralizado, viéndolo. Guillermo levanta la vista y lo ve. Parado junto a él, silencioso, inmóvil,
pálido como una estatua. Una ola de frío
lo atraviesa de repente, es como un rayo que lo parte al medio y lo deja sin
respiración.
La
sonrisa de Mauricio murió en sus labios, un sudor frío cubre su frente. Se siente mareado, las voces de la gente se
diluyen, las piernas se le doblan.
Guillermo se levanta en un segundo y lo toma de un brazo evitando que el
hombre caiga al piso. Ese hombre que se
ha quedado como en shock, que tiembla como una hoja, que no puede dejar de
mirarlo con ojos de niño asombrado y asustado.
El
sabe que no puede ser, que está completamente loco sólo de pensarlo, pero este
hombre es Pedro. Es Pedro que tiembla, y
lo mira fijo, y no dice nada.
Se
quedan allí parados, Guillermo no puede soltarlo, no puede hablar tampoco
(siente que tiene los labios pegados y que no va a poder ni siquiera mover la
mandíbula), no puede reaccionar. Están
inmóviles los dos, sin dejar de mirarse a los ojos. Son segundos, minutos, una eternidad.
Guillermo
no sabe aún lo que está sucediendo, pero inevitablemente unas lágrimas
comienzan a fluir de sus ojos, casi sin que él se dé cuenta. _No sé, -balbucea
apenas- no sé qué está pasando… No sé si estoy vivo o estoy muerto, no entiendo
quién sos… no estoy soñando… pero vos no podés ser real.
Y
entonces Mauricio se sienta, le hace un gesto con la mano invitándolo a que
haga lo mismo. Guillermo obedece como un
autómata, se sienta y lo mira incapaz de nada más.
_Yo...
tampoco puedo creer que seas real… que estés acá… pero por otras razones. –traga saliva, respira hondo tratando de
tomar coraje.
Guillermo
casi no respira. El corazón le late
desordenado en el pecho, apoya una mano sobre su corazón como intentando
calmarlo. No puede creer lo que está
viviendo. Simplemente es imposible.
_Estás
muerto. Camila te mató. Y yo estoy muerto entonces como vos. Porque esto no puede ser real.
_No…-le
susurra Pedro- las cosas no salieron como planeamos… Guille… tuve que
huir. Tuve que irme para
protegerte. Lo siento… tanto, tanto, mi
amor… -apoya su mano en el brazo que Guillermo tiene sobre la mesa. Al sentir el contacto de esa mano, Guillermo
comprende de una vez y definitivamente que sea como sea sí es real, que Pedro
está allí, con él. Intentando explicarle
algo que es inexplicable.
_Camila
mató a otro hombre. Y me aseguró que te
iba a matar a vos también.
_Qué…?
–lo interrumpe Guillermo que aún no puede salir de su aturdimiento- A quién
mató Camila!
_No
importa ahora. Un hombre que no
conocíamos, que tuvo la desgracia de
estar ahí intentando robar, ella lo confundió conmigo…y lo mató. –Pedro
respira hondo. No es nada fácil para él explicar lo que sucedió- Después yo llegué… me amenazó. Me dijo que no iba a parar hasta destruirte,
que te mataría a vos, a mí, a tu hijo también!
Guillermo
lo mira con creciente horror. _A Fabián, por qué?
_Porque
te odiaba, quería destrozarte, hacerte pagar.
Tuve que tomar el lugar de ese hombre, prometiéndole que volvería con
ella después de un tiempo, a buscarla.
_Pedro…vos
tenés idea de todo lo que me hiciste pasar…? El infierno que transité, el dolor
interminable? Comprendés que tu muerte me destruyó más que cien balazos de
Camila? Ella amenazó para separarte de
mí… tendrías que habérmelo dicho! Juntos podríamos haber encontrado una
solución!
_Pero
ella mató a ese tipo, y yo sé que es capaz de todo Guillermo! Está loca, ahora
mismo está internada en un hospital psiquiátrico. Y aún puede escaparse y
terminar cumpliendo lo que me dijo.
Guillermo
recuerda ese llamado a Camila cuando lo esperaba a Pedro. _Ahora entiendo lo
que me dijo aquella vez… cuando no venías y yo la llamé preguntándole por vos… me
pidió que te dijera que ella cumplía sus promesas. Pensó que a lo mejor la podías engañar, que
igual te venías conmigo.
_Guille…
el destino volvió a unirnos, ésto es un milagro. –Pedro aprieta su mano, se
acerca y le habla bajito para que nadie alrededor lo escuche- Yo te amo… renuncié
a vos para protegerte pero acá estás, no sé cómo… No me importa igual, yo
quiero saber ahora que pensás y que sentís por mí, hoy. -Graziani siente que un
calor comienza a subir por sus piernas, por su vientre, se expande por su pecho
y le hace temblar la voz, cuando le responde:
_Yo
quise morir con vos, Pedro… incluso pensé en el suicidio. –hace una pausa e
inspira hondo para reprimir un sollozo- Yo sé que lo que me detuvo fue el pensamiento
del dolor que le iba a causar a mi hijo.
Sí, sólo por eso no lo hice. Pero
he estado muerto por dentro todo este tiempo.
A duras penas me mantuve en pie.
A fuerza de llorar a escondidas, de intentar ocupaciones nuevas… volví a
enseñar, sabés? Pero no resultó después
de todo. Quería escapar, pero vos estabas dentro mío todo el tiempo, donde
fuera y con quien fuera.
Lo
mira y no puede hacer nada más que eso… ni llorar ni reír… tironeado en dos
direcciones a la vez, la alegría inconmensurable que le quiere estallar por los
poros y la tristeza infinita de tener aún en su alma vestigios de todo el dolor
que pasó.
_No
sé qué decirte… esto es muy inesperado… -Pedro le acaricia las manos y le
sonríe, dulce y sereno. Pero feliz. Aunque él tampoco atine a reaccionar como su
sangre le reclama.
_Ay
Pedro… qué me hiciste –otra vez las lágrimas comienzan a nublar sus ojos- qué
me hiciste mi amor… Cómo sigue esto?
-Yo
no voy a dejar que nadie nos separe otra vez Guille… ahora que estás acá
conmigo, no tengo el valor de permitirlo… Vos no te vas de acá sin mí. Se acabó.
Yo vuelvo, me escondo, no sé…pero no quiero seguir viviendo alejado de
vos.
Guillermo
comienza a dimensionar por primera vez el gran sacrificio de Pedro… siente una
enorme gratitud hacia esa persona que renunció a todo por el amor que siente
hacia él. Pero por sobre todas las
cosas, lo que siente es la certeza absoluta que el amor que él siente hacia
Pedro es más grande, mucho más grande aún de lo que alguna vez imaginó. Haría lo que fuera por él, literalmente lo
que fuera. Y saberlo le da miedo, porque
se siente completamente a merced de ese amor.
_Hago
lo que me digas, Guillermo. Pero sólo si
es cerca tuyo.
_Pero
Pedro, mi vida… ya no es necesario que te escondas… la causa se cerró. Camila está internada y no tiene por qué enterarse
que volvés.
_No,
puede ser, pero Miguel no va a dejar de perseguirme, puede reabrir el caso,
inventar algo más para destruirnos.
_Esperá…
Pedro, hay algo que veo que vos no sabés… se comprobó que Miguel era el único
responsable de todas esas muertes, ya sabés, de Moravia, Maidana, de Romero, el
tipo que le vendió el arma. Vos quedaste
libre de toda sospecha.
_Pero
y sus influencias? Si la otra vez salió libre puede volver a hacerlo.
_No,
Pedro, no. Miguel ya no es una amenaza.
Está muerto.
_Qué?
–Pedro se endereza en el asiento, no puede creer lo que le cuenta Guillermo.
_Si…
sus amigos los narcotraficantes… tuvieron una pelea, o se hartaron de él, no lo
sé… Miguel tampoco estaba bien de la cabeza.
Lo encontraron muerto de cinco balazos dentro de su auto, hace ya un par
de meses.
_Pero
entonces, entonces sí puedo volver! –Pedro siente que le estalla la felicidad
en todo el cuerpo.
_Si, mi amor, mi cielo, mi vida. –Guillermo le
acaricia la cara, esa cara sin barba que lo hace parecer más niño, se anima por
primera vez a sonreír. Ya no le importa
que los miren, que los oigan, qué mierda importa nada. Le pasa las manos por el
pelo, por la frente, toca su boca y suspira.
_Ya puedo morir tranquilo, mi amor.
Tan sólo verte es un milagro.
_Acá
no se muere más nadie, eh? Estamos juntos de nuevo, amor, estamos vivos. Todo
vuelve a comenzar. –Pedro toma las manos
de Guille y las besa. El mundo ha
desaparecido, la gente no importa, los temores y el pasado no existen. Es el primer día del resto de sus vidas,
juntos. Y ellos lo saben.
_Vamos,
salgamos de acá, no olvides tu bolso –le urge Pedro.
Se
levantan, casi corriendo salen del restaurant.
_A
dónde vamos! –le pregunta Guillermo riéndose.
_Vos seguime. Acá al lado está la entrada del hotel, yo
vivo en el segundo piso. Vení –le dice y lo lleva de la mano.
Pedro
levanta el auricular y le pide al conserje del hotel una botella de champagne y
dos copas. Guillermo recorre la
habitación con la vista, es un espacio cómodo y pulcro, con todas las
comodidades. La cama es de una plaza pero se ve muy confortable. Le cuesta imaginar que haya estado allí todo
ese tiempo en que él lo creía muerto, mientras lo lloraba, mientras le llevaba
flores a su tumba. Todas aquellas noches
en que se dormía con el corazón dolorido de tanto recordarlo. Una pena inmensa crece dentro suyo, por Pedro
tan solo en ese lugar, por él también, tan solo aunque haya estado rodeado de
sus seres queridos. Cinco largos meses
en que ambos intentaron reacomodar sus vidas, sin conseguirlo. Guillermo piensa un instante en José, siente
una culpa inmensa al recordar el motivo de su viaje, piensa de qué manera va a
contarle lo que pasó tratando de herirlo lo menos posible. Pero lo que menos quiere ahora imaginar es cómo
se lo va contar en algún momento a Pedro.
Sabe de sus celos eternos, y teme que piense que el intento de iniciar
una relación con José haya sido porque lo olvidara. Nada más alejado de la verdad. Sabe que tendrá que tomarse su tiempo y
explicarse bien y ahora no es tiempo de hablar de eso.
Cuando
llega el champagne, Pedro lo sirve y le hace un gesto para que se siente con él
en la cama. Chocan las copas y beben
despacio, mirándose a los ojos. Las
largas horas de dolor han dejado sus huellas en la mirada de Guillermo, en el
semblante de Pedro. Lentamente el
reconocimiento de que son ellos, nuevamente juntos, que han resistido a la más
dura prueba y sobrevivido, que su amor no ha sido destruido sino que se ha
vuelto más y más fuerte en el dolor y la ausencia, va suavizando la aspereza y la
amargura, los recompone, los acerca y los ilumina como si éste fuera el primer
día que se descubren enamorados, uno en la mirada del otro, unidos por ese
puente invisible que construyen sus ojos.
Después sin demasiado preámbulo, comienzan a sacarse la ropa, se
despojan de todo, se acercan, se abrazan, se besan, se acarician… caen sobre el colchón y se funden en un
prolongado beso, cálido y profundo, ruedan mientras las manos buscan los
rincones añorados, suspiran, se aprietan, se lamen, se retuercen de placer,
inundados de amor, atragantados de deseo. Un deseo renovado, urgente, que no
admite más postergaciones.
_Pedro…te
amo –Guillermo siente que el corazón va a explotarle de tanta pasión, de tanto
amor… _Yo te amo más, Guille –contesta
Pedro entre jadeos, mientras se hacen el amor, desenfrenados, encendidos,
ruedan entre las sábanas y alternan sus posiciones con desesperación, ávidos de
recorrerse, de explorarse, de penetrarse, de explotar y derramarse. Sus ansias florecen en gemidos de placer, de
éxtasis, de locura infinita.
Poco
a poco van redimiendo sus cuerpos y sus almas de tanto dolor, de tanta carencia. La tarde se diluye poco a poco y la noche la
reemplaza. Pedro duerme exhausto y
feliz, su cabeza despeinada sobre el pecho de Guillermo. Lo acaricia lentamente, desliza su mano por
la frente de Pedro, lo mira con ternura…su chiquitín lindo, su amorcito, él es
su vida entera, su razón de existir.
Siente que allí tendido, cansado, dolorido, ha llegado a un punto del
destino que no puede ser más de lo que ya es.
Ha alcanzado la cima, la cumbre de su vida. Y presiente, además, que es tan sólo el
comienzo. Busca la sábana y la extiende
sobre sus cuerpos, se pone de costado y abrazado a su amor, cierra los ojos, y
también se duerme.
Han
pasado tres años y medio. Compraron una
casa nueva con un fondo arbolado y una galería en la que Pedro adora sentarse a
observar el atardecer mientras Guillermo cumple su ritual de regar sus plantas con
esmero. La otra casa se la dejó a
Fabián, que ya está cursando el penúltimo año de abogacía y vive en ella junto
a su mujer y su pequeña hija. También
trabaja con su padre en el estudio, quien no puede ocultar el tremendo orgullo
que siente al comprobar cada día que Fabián se ha convertido en un hombre
responsable y trabajador, y muy dedicado a su familia.
A
menudo, y en eso Guillermo no ha puesto reparos porque él también siente pena
por ella, Pedro visita a Camila en el hospital psiquiátrico. Hace rato que ella ya no supone una
amenaza. Se queda un largo rato,
tomándole la mano, le lleva cigarrillos, dulces, le lee algún libro. Cuando llega la hora de irse, Pedro la besa
en la frente, le dice que se va a trabajar y que volverá pronto. Mientras lo ve alejarse, ella sonríe y le dice
a quien tenga más cerca: “viste que lindo es mi marido. Tengo mucha suerte… mi hijo también es muy
lindo, se parece a él…” Y luego acuna entre
sus brazos una criatura que sólo ella puede ver y tocar.
José
Miller, el fiscal, ha superado la decepción de la mejor manera. Volvió a enamorarse, a veces incluso él y su
pareja visitan a Guillermo y a Pedro.
Son buenos amigos. De ésos con
los que siempre se puede contar. No hay
rencores, ni celos. Todo quedó atrás. A Pedro le cae muy bien José, sabe cuánto
ayudó a Guillermo en los peores momentos, lo considerado y paciente que fue
cuando le ofreció su amor. Y José
aprendió también a apreciar a esa persona que suponía para él una competencia
imposible de superar, un ser misterioso que ha comenzado a conocer y a tenerle
un gran afecto.
En el estudio Pedro y Guillermo
se han repartido los casos, penales para Pedro, comerciales y civiles para
Guille y Marcos. Gabriela renunció y se
fue a trabajar a un estudio jurídico en La Plata. Después que Antonio huyera para zafar de los
narcotraficantes y de la cárcel, recibió la noticia que Beto quedaba por fin en
libertad. El día que él salió, lo fue a
esperar a la puerta del penal. Estaba
demacrado, delgado pero muy sereno. La
besó y le agradeció sus cartas. Ella le
preguntó por qué no la recibía cuando iba a visitarlo. Beto le respondió que lo único que ocupaba su
mente era cambiar el rumbo de su vida.
Terminar los estudios y recibirse de abogado como le había prometido a
Guillermo. Aún le queda media carrera por
delante, pero sabe que el envión que tomó en la cárcel no decaerá su ritmo. Ese mismo día, ella tomó la decisión de
aceptar la propuesta del otro estudio jurídico.
Guillermo
se saca los anteojos y presiona el puente de su nariz. Está agotado.
El día de hoy fue el peor de toda la semana, con el agravante de que es
viernes y lleva acumulada una semana de casos difíciles.
Revisa
el celular buscando algún mensaje de Pedro que no haya visto. Esa tarde él está volviendo de Mendoza,
adonde tuvo que viajar para firmar unos papeles para la sucesión del padre.
La
pantalla muestra un mensaje nuevo. Lo
abre mientras se recuesta en el sillón, satisfecho.
“Feliz
primer aniversario de casados, mi Amor.
Prepará una rica comida. Yo llevo
el vino. Te extraño”
Pone responder y escribe: “Espero
que sea el mejor cabernet de Mendoza. Ya
estoy yendo a preparar nuestra cena. Te
amo. Feliz Aniversario”
De
pasada Guillermo compra un pequeño ramo de jazmines. Esa noche, mientras Pedro se termina de
bañar, lo acomoda en un florero y lo ubica sobre la mesa. Enciende un par de velas… a él le resulta
rara esa ceremonia romántica a la que no estaba acostumbrado, pero sabe que a
Pedro le encanta. La comida huele espectacular: lomo relleno y salteado de
champignon y verduras. De entre sus
predilectas, la que mejor le sale. Pedro
enciende el equipo de música. _Morricone está bien, amor? –le pregunta desde la
sala- Está perfecto –le contesta Guillermo mientras echa un vistazo a la comida
dentro del horno.
Pedro
entra a la cocina y saca la botella de vino de la heladera.
_Me
parece que se enfrió demasiado…
_No
importa, se va a templar en seguida. Y añade mientras se gira y lo mira: _Me gusta mucho el perfume que me regalaste.
_A
ver… -Pedro acerca su rostro al cuello de Guillermo- Dejame ver cómo te sienta.
- Guillermo lo esquiva, retador.
_Ya
vas a tener ocasión de degustarlo –se ríen juntos…
_Y
a vos te gustó mi regalo?
Pedro
mira la alianza de oro que luce en el dedo anular. _Es algo completamente
inesperado viniendo de vos… Cuando nos
casamos, dijiste que ni loco ibas a querer una.
Fue toda una sorpresa. Me encanta…
Guillermo
mira a su vez la suya y concuerda: _Si, es raro como cambia uno de idea con
respecto a ciertas cosas…me gusta llevar tu nombre en mi anillo.
_Y
a mí tu nombre en el mío, mi amor. Esto no significa ser propiedad del otro,
como dijiste alguna vez.
_
Por supuesto, Pedro. Pero mientras nos
amemos así… de alguna forma nos pertenecemos.
Y ésto es un símbolo que reafirma lo que ambos sentimos.
Pedro
se queda mirándolo con ternura. Casi no
puede creer el cambio operado en su pareja.
Parece otra persona, pero siente que es una versión mejorada del
antiguo, alguien que ha dejado de lado prejuicios, inhibiciones, y todo gracias
al amor que siente por él. Se ha despojado de una armadura y es un ser
libre. Y en esa actitud a Guille se lo
nota feliz, como un nene con un juguete nuevo.
_Pedro…
-dice Guillermo mientras saca la carne del horno y la apoya sobre la mesa. Se queda mirándolo con una sonrisa en los
labios. Pedro se acerca y lo toma de la
cintura. Se besan tiernamente.
_Viste
que yo te dije alguna vez algo, cielito, al principio…
_Qué…
me dijiste tantas cosas, Graziani (sólo él puede hacer que ese “Graziani” suene
tan pero tan dulce).
_Mirá
–y señala la mesa. Debajo de la fuente
asoma una servilleta de papel. Pedro la
toma, y mientras lee lo que Guillermo ha escrito en ella una enorme sonrisa se
dibuja en su cara:
“No todas las parejas terminan igual”
Fin