miércoles, 29 de enero de 2014

El hombre equivocado (2da parte) by Mary Buhler


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Camila siente el ruido de la puerta que se cierra.  Mira el bulto caído al costado de la cama.  Va a la cocina y esconde el arma detrás de una pila de tazas.  Se sienta y piensa… tal vez Pedro le haya dicho la verdad… o se sintió presionado… bueno, da igual.  Lo importante es que le prometió volver por ella, después de muchos años juntos sabe cuando él le miente, y esta vez cree que fue sincero.  Pero y si le cuenta a Guillermo y éste lo convence de alguna manera, si la denuncian  a la policía y va presa por matar a ese tipo, si ellos se encargan de que no salga nunca más…?  La desesperación comienza a atormentarla…se levanta y sale corriendo.  Se sube al auto y comienza a recorrer las calles esperando encontrarlo… mira desesperada, presa de funestos presentimientos… ahora cada vez más siente que se ha burlado de ella… Suena el celular… es Guillermo. _ Sabés dónde está Pedro? –le pregunta él-  Lo llamo y no me contesta.
_Por qué yo debería saber? Es con vos con quien habla siempre!
_Me dijo que iba para tu casa… hace rato ya.  No fue por ahí?
_No. Bueno, no sé… yo no estoy ahí, pero él no tiene llave, y en ese caso me habría llamado.
_Es raro… me estás diciendo la verdad, Camila? –Guillermo comienza a ponerse realmente nervioso.
_Si, te digo la verdad. –Camila detiene el auto.  Casi sin darse cuenta, hablando, ha llegado a la plaza que está frente al estudio- Si lo ves, si te llama, decile algo de mi parte por favor.
Guillermo no le responde.  Casi no la escucha, está pensando qué hacer, si seguir esperando ahí o salir a buscarlo.
_Decile que yo cumplo mis promesas.
_Bueno, si, si, está bien, Camila.  Chau.
Corta y se pasea nervioso por la habitación.  No puede más, agarra el bolso que tiene preparado hace horas y se va.  Directo a la casa de Pedro.


No sabe adónde ir.  Camina y camina sin rumbo, percibe un mundo de gente, de autos, de sonidos, pero no los ve.  Es casi un milagro que no lo hayan atropellado todavía.  Su cerebro estalla en imágenes de pesadilla.  Camila apuntándole, el hombre asesinado, Camila gritando que va a matar a Guillermo, a Fabián.  Está como ciego, perdido en su tormenta interior, shockeado como si le hubiera explotado una bomba y hubiera salido vivo.  Pero no ileso.   Fue tan corto ese intervalo de ilusión, la romántica idea de fugarse con su amor, el arrojo de escaparse juntos, de no pensar en nada ni medir las consecuencias, como un par de adolescentes.  No preguntarse de qué iban a vivir, adónde, cómo… Pedro intuye que una vez más se dejó llevar de la mano por Guillermo… él era el capitán de ese barco, Pedro simplemente haría lo que él le dijera.  Ahora, mientras camina y se aleja nuevamente de todo, otra vez solo, otra vez temeroso, le parece que vuelve a tener la ropa manchada de sangre como aquel día fatídico en que su vida cambió para siempre.
Sube a un colectivo que lo lleva hasta Retiro.  Se pasea por la interminable fila de ventanillas, hasta que al final encuentra el destino que buscaba.  Compra un pasaje y le dicen que tiene que esperar dos horas y media hasta que salga.  Va hasta el andén, se sienta y prende un cigarrillo.  Le quedan pocos, este es el último paquete que le compró Guillermo.  Se queda mirándolos, siente que allí, entre sus manos, sobrevive la última cosa que ambos tocaron, que lleva sus huellas invisibles.  Guarda los cigarrillos en el bolsillo del pantalón, se levanta y busca un kiosco donde comprar otro paquete.


No es Guillermo Graziani el que se baja del auto de Beto y empuja la reja para entrar a su casa.  El abogado seguro, audaz, aplomado, el que se llevaba el mundo por delante, el que tenía todas las respuestas, y a veces, todas las trampas.  Es alguien que se le parece físicamente, que camina, y respira, y habla como él.  Que ocupa su cuerpo, que llega a su dormitorio y se desploma sobre la cama.  Se ha quedado vacío.  Un huracán le ha pasado por encima, le arrebató todo lo que tenía, todo lo que importaba.  Le cuesta respirar, siente que un pozo de dolor se va abriendo paso en su pecho como un agujero negro que devora todo alrededor.  Hace tan sólo unas horas, ese lugar lo ocupaba la esperanza, el amor, la ansiedad, el deseo.  Ahora todo eso desapareció, porque su alma es un vacío absoluto, un pozo de dolor donde naufragaron todas sus ilusiones.  Pedro está muerto. El, también está muerto.  Es un títere desmadejado, tirado sobre la cama, la obra terminó y no hay más funciones. 
_Pedro… dónde estás… Pedro! –no puede más, suelta el llanto nuevamente y esta vez siente que no va a poder parar, que le va a explotar el corazón.  El llanto se transforma en un grito desgarrador… Su hijo está detrás de la puerta, lo escucha llorar pero no se anima a entrar a consolarlo.  Sabe que no puede.  De qué sirven las palabras, qué importa lo que él pueda decir ahora.  Su padre está destrozado y nada va a aliviar todo ese sufrimiento.  


Las luces del micro se encienden, Pedro se despierta y mira por la ventanilla hacia el andén de una terminal casi desierta, donde unas pocas personas esperan para subir mientras el chofer guarda las valijas.  Es de noche, a lo lejos resuena un trueno que ilumina por un segundo los campos dormidos. Las luces se apagan y el micro nuevamente arranca.  Pedro imagina que no está solo.  A su lado, Guillermo duerme apoyada su cabeza en el hombro de Pedro.  Se despierta y lo mira volviendo apenas la cabeza.  Sus manos se buscan y se entrelazan, en la oscuridad se miran casi sin verse, sus caras se juntan y se besan despacio, vuelven a mirarse, sonríen, se quedan callados y no hace falta nada porque el mundo no existe…sólo ellos y ese ómnibus que se aleja por una ruta desierta hacia un destino incierto.  Es tan fácil imaginarlo…como debió haber sido… como podría haber sido si no hubiera pasado esa tarde fatídica por el departamento…  Cierra los ojos…vuelve a sentir la tibieza de la cercanía de Guillermo, ahora Pedro desliza su mano por el pecho de su amor, se pierde en la mirada de sus ojos oscuros, enamorados, lo besa despacio, dulcemente…el sueño llega y Pedro se sumerge en él sin darse cuenta, abrazado a la sombra de su amor. 
Es de noche ya cuando llega a la casa de Marcial.  Su primo abre la puerta y lo recibe con un abrazo. _Qué hacés primo! No sabés cuántas ganas tenía de verte! No podía creer cuando me mandaste ese mensaje… Vení, pasá y mientras comemos me contás todo.
Marcial lo lleva hasta la cocina y le ofrece unas empanadas.  Se sientan a la mesa, Pedro tiene el ajado aspecto de un viajero agotado, pero no es por el viaje que no ha sido largo sino por las vicisitudes de ese día infernal.
_No creo que tenga fuerzas para contarte todo, la verdad que no sabría por dónde empezar tampoco… -la tristeza de Pedro también es evidente.
_De a poco y como te vaya saliendo me lo vas a ir contando.  No te preocupes.  Ahora decime,… te vas a quedar un tiempo acá, no? Esto tiene que ver con lo que hablé con Cami por teléfono hace unos días, eso que te buscaban por matar a tu suegro?
_Si.  Por eso y por ella también.  
Inspira profundo y trata de ordenar en su mente el caos de situaciones vividas en los últimos días.  Comienza a contarle desde un punto intermedio, desde el intento de asesinato de Miguel en la isla y lo que sucedió después.  Aquellos días oculto, sus encuentros con Guillermo. Esta última decisión de irse juntos.  Al llegar al momento de lo vivido con Camila en el departamento, se detiene.  Marcial se da cuenta que le cuesta mucho continuar.  Le dice que no hace falta, que vaya a descansar, pero Pedro no quiere. 
_Tengo que contárselo a alguien, de todas maneras… o voy a explotar. –baja la cabeza y comienza a hablar. Su primo lo escucha en silencio, por momentos Pedro se detiene y se queda inmóvil, haciendo un esfuerzo por no quebrarse, intentando contar lo que pasó con un mínimo de frialdad, pero el esfuerzo es demasiado grande. Llora, se recompone, continúa el relato como puede.  Marcial no lo interrumpe, le presiona el brazo con cariño infundiéndole ánimos. Él sabía que lo de Camila era una bomba de tiempo que iba a estallar en cualquier momento, pero no dice nada, sabe que Pedro no vislumbraba esa triste realidad. Nunca se dio cuenta la caída que estaba experimentando su mujer, y no sirve de nada hacerle notar ahora la ceguera en la que estaba inmerso porque sólo le traería más culpa y dolor.
Más tarde, sentados en el living y un poco más distendidos, Marcial trata de cambiar de tema y rememorar otros momentos.  _ Te acordás cuando me dijiste que estabas enamorado? –Pedro enciende un cigarrillo y sonríe- Casi me caigo de culo de la sorpresa cuando dijiste que se llamaba Guillermo!
_Si… y tu cara… cómo olvidarla! –Pedro cierra los ojos por un momento, recordando- Aquellos días fueron muy difíciles para mí por la tremenda responsabilidad que sentía hacia Camila… hacia ese hijo que decía esperar… Además no terminaba de masticar lo que a mí me estaba pasando.
_ Y no, yo pienso que a tu edad uno cree que ya se conoce bien… digo… porque vos nunca habías sentido algo así, no? –Marcial teme ofender a Pedro con algún comentario inconveniente.
_ No… nunca.  De verdad, no –Pedro niega con la cabeza seriamente- la vida a veces te sorprende.  Para bien, o para mal… o simplemente eso, te sorprende nada más.  Porque a mí me costó pero finalmente entendí que lo que sentía por mi socio no era una maldición, no era nada más ni nada menos que la posibilidad de enamorarme como nunca antes en la vida. Cómo definir algo así? Bueno, malo, blanco, negro.  Era amor, asi, sin adjetivos.  Todavía me sorprendo, a veces… como se sorprende un ser humano que descubre que se ha enamorado hasta la médula.  No importa de quién.
_Si… el amor es un milagro difícil de entender.
_Por eso mismo… por todo lo que siento por él… decidí irme.  Para protegerlo, para evitar que mi amor por él termine siendo una maldición que hunda su vida y que por eso… termine odiándome.  –expulsa el humo del cigarrillo, mira por la ventana hacia la noche- Y porque si a él le llega a pasar algo,… te juro, Marcial… yo a Camila creo que la mato. Marcial se levanta, se sienta junto a él.  Le dice que no se preocupe más, que eso no va a pasar. _Sabés que contás conmigo, no? Nadie se va a enterar que estás acá.
_Si, gracias primo…  
_Podés, si querés, ayudarme en el negocio… -él tiene un pequeño hotel y restaurant con su hermano- total, nadie te va a venir a buscar si creen que estás muerto.  Camila tampoco porque con todo este quilombo no creo que se le ocurra andar buscándote.
_Roguemos que no… decime Marcial, hay alguna persona que viva en Buenos Aires y que pueda averiguarnos cosas de allá… por ejemplo si detienen a Camila, o cómo va la causa de mi suegro… necesito estar al tanto… yo no puedo existir para nadie.
_Si, tengo alguna gente conocida, quedate tranquilo… vamos a averiguar todo, así cuando las aguas se calmen vas a poder reaparecer y…
Pedro lo interrumpe.  _ No, no puedo volver nunca más, Marcial!  No entendés?  Si me dan por muerto van a cerrar el caso de mi suegro y las demás causas diciendo que fui yo el asesino… si vuelvo me meten preso… o me mata Miguel.  Y lo peor de todo, Camila puede enloquecer completamente y cumplir sus amenazas.
Pedro se cubre la cabeza con los brazos. Marcial lo abraza y entonces siente que su primo se afloja, comienza a llorar. 
_Estoy condenado a desaparecer! Tengo que renunciar a Guillermo, a Pedro Beggio… a todo.
_No sé, tiene que haber otra manera…
_No la hay, hermano, creeme que no la hay… me duele la cabeza de pensar tanto!
_Pero si te quedás acá… No podés usar tu nombre, es arriesgado.
Pedro se levanta y va hacia la ventana.  Afuera los árboles son movidos por una brisa serena, brilla la luna detrás de un pino.  La paz del lugar no logra penetrar en su alma, todo él es un temblor inmenso.
_Tengo un documento que me dio Guillermo con otra identidad. 
_Un documento trucho? Tu Guillermo es un hombre de muchos recursos… -Pedro se ríe a pesar suyo-
_No sabés cuántos… él no se detiene ante nada…
_Y a quién tengo el gusto de alojar en mi casa, entonces?
Pedro busca en el bolso y saca un documento.  Lo mira y vuelve a guardarlo.  Una sonrisa triste se dibuja en su rostro.
 _Te presento a Mauricio Iriarte.  A partir de hoy, oficialmente Pedro Beggio está muerto.  


Han pasado cinco meses desde que Mauricio comenzó a trabajar en el restaurant del hotel de Marcial. La buena comida y el trabajo tranquilo le han hecho ganar un par de kilos.  Se ha quitado la barba y recortado bastante el cabello porque ese look le pertenecía a una persona que ya no existe.  Se siente un poco extraño pero de a poco va acostumbrándose a verse en el espejo.  En el restaurant, es el encargado de que todo marche sobre ruedas, y se siente satisfecho con su trabajo.  Durante el día organiza el menú con el jefe de cocina, dirige a los demás empleados, cobra a los clientes, atiende proveedores.  Reparte sonrisas y eficiencia por igual.  Por las noches, cuando sube a la habitación del segundo piso del hotel donde vive, y se mete a la cama, exhausto y conforme con el trabajo realizado, se convierte en otra persona, ya no es Mauricio Iriarte, vuelve a ser el Pedro Beggio que él mismo mató, las sonrisas dejan paso a las lágrimas… Se abraza a la almohada, hunde su cara en ella, suspira, cierra los ojos y piensa que no está solo, que allí en su cama está Guillermo, que lo abraza fuerte, que lo besa despacio y profundo, y entonces las lágrimas disminuyen, una dulce sonrisa le nace en los labios y se queda dormido con el nombre de su amor palpitando en su corazón.



Es el cumpleaños de Guillermo.  Un año ya… desde aquel cumpleaños en que alguien del pasado le vaticinara que él también sufriría algún día por amor, y que todo su mundo se desplomaría.  En aquel entonces tenía muchos problemas, pero allí a su lado estaba esa persona que lo hacía levantar cada mañana con una alegría y un entusiasmo renovados.  Hoy, en el estudio, falta él.  Todos los recibieron con cariño y lo colmaron de atenciones (Beto le preguntó a Fabián y esta vez no se equivocó con el regalo).  Comieron una torta que trajo Isabel, brindaron.  Pero entre tanta risa, entrechocar de copas y abrir de regalos, se infiltraba un silencio frío, una sombra que todos compartían en sus miradas… Aquel del que ya nadie habla… pero al que todos siguen recordando, cada día.  Su escritorio no está vacío, en el primer cajón duermen sus papeles, expedientes que son consultados o usados y por un acuerdo tácito no expresado vuelven a su lugar, una lapicera, un block de notas con su letra.  Guillermo conserva un saco de Pedro y una camisa en el placard, como si fuera a volver, como si pudiera.  No puede con eso, no tiene valor para juntar sus cosas y ponerlas en una caja, no sabe qué se hace con esos objetos que por si mismos no valen nada, pero qué para él ahora son todo lo que queda físicamente de Pedro.  A veces, cuando está solo, se sienta en ese escritorio y toca sus pertenencias, las acaricia largamente, las mira como si fueran un talismán que lo llevara de regreso hacia el pasado, de vuelta con él.
En este momento, están brindando por Guillermo, por el estudio que de a poco va remontando sus penurias, por todos ellos.  Y por los que ya no están.  Allí Graziani baja la mirada, respira hondo.  Aprendió a no llorar en público, ahora le sale bien otra vez eso de ocultar.  Aunque todos sepan que las lágrimas están allí, que su fortaleza es una pose, una barrera para que no se desborde todo su dolor.
Suena el teléfono privado del despacho, Guille deja la copa y va a atenderlo.  Cierra la puerta, se sienta y toma el aparato.
_Sí quién es? –pregunta mientras abre y enciende la computadora.
Pero nadie le contesta.  _Hola! –insiste porque le parece oír algo, muy débil, o tal vez sea su imaginación.  No hay nada, solo el silencio de una línea muerta.  _Quién es, hable! –se impacienta y deja de prestar atención a la pantalla.  Le irrita pensar que lo estén escuchando, porque ésa es la sensación, percibe que hay alguien ahí y no habla.
Finalmente se cansa y corta.  Busca un archivo guardado en la carpeta de Cartas Documento, lo modifica y lo imprime.
Alguien golpea suavemente la puerta del despacho.
_Puedo…? –José se asoma con una sonrisa tímida.
_Sí, pasá por favor, estoy terminando la carta para el testigo de la estación de servicio que te comenté.
Se levanta, da vuelta al escritorio y se abraza con José.
_Feliz cumpleaños Guillermo –le entrega un paquetito envuelto en papel de regalo.  Guille se ríe, le da las gracias.
_Pero qué cosa, José… cómo te enteraste?
_De tu cumple? Sé muchas cosas de vos, Guillermo… y además, como buen fiscal tengo mis informantes –se ríen los dos.  José lo observa desenvolver el regalo con expectación. 
Guillermo mira el pequeño objeto dentro de la cajita y frunce el ceño. _No entiendo, José… qué significa esto? –dice mientras levanta entre sus dedos una llave.
_Me dijiste una vez que no te gustaban mucho los regalos.  Así que éste, es un regalo simbólico.  Esa llave que tenés ahí es para vos.  En la cajita está la dirección de una casa cuya puerta puede ser abierta con esa llave. 
Guillermo lo mira con asombro pero no sabe qué contestar.
_Hace ya un mes me dijiste que ibas a permitir que me acercara a vos.  Que de a poco, lentamente, me ibas a dejar entrar en tu vida… como algo más que un amigo. –vacila, le cuesta elegir las palabras.  Guillermo siempre lo pone un poco nervioso. 
_Pero cada vez que doy un pequeño paso, que me acerco, vos buscás cualquier excusa para retroceder, para distraer la atención.
Guillermo se sonroja.  José tiene razón, lo ha dejado en evidencia.
_Y? –le dice- continuá, que tiene que ver con ésto, no entiendo. –le dice mientras deja la llave sobre el escritorio.
_Yo siento que en vos hay una cierta voluntad de intentarlo… pero algo te traba, Guillermo.  Me dijiste que tu hijo está siempre en casa con la novia, y que por eso no puedo ir allá.  Que como yo vivo con mi hermana vos no podés ir a mi casa.  Acá siempre hay gente, y de noche no te gusta salir porque es peligroso, y bla bla bla. –José sonríe y se queda esperando la respuesta.
_No son excusas… es la verdad.  Entendeme, tampoco es fácil para mí reiniciar mi vida… amorosa.  Ha pasado poco tiempo, estoy lastimado.  No sé cómo se hace esto de una manera que vaya al ritmo de los dos.  Vos no tenés impedimentos, yo necesito ir despacio. 
José se le acerca y le toma la mano.  _Yo lo sé, Guille.  Sabés que te quiero y que te dije que te iba a esperar todo lo que hiciera falta.  Pero a veces… tengo miedo que nunca me des realmente la oportunidad.
Guillermo asiente y baja la vista.   José le pide que lo mire.  Despacio levanta la cabeza y enfrenta la mirada del hombre que tiene delante, que le toma las manos entre las suyas.  Se observan largamente.  _Qué ves en mí, Guillermo? Decime lo que sentís, lo que pensás, no lo que te parece que esté bien decir. –no termina de expresar esas palabras y ya le parece que ha hecho mal, que no quiere escuchar lo que se viene, pero es tarde.  Siente que sus ojos empiezan a humedecerse, que pronto va a quedar expuesto nuevamente como un tonto, débil, vulnerable.  Odia mostrarse así pero el sentimiento que tiene por Guillermo es más fuerte que todo su amor propio. Guillermo saca su mano y la desliza por la mejilla de José.  Lo acaricia despacio, apenas rozándolo.
_Veo un hombre honesto, bueno, cálido, sincero.  Sé que me querés, y yo… con el tiempo… mi cariño hacia vos va a ser más.  Va a ser más.   Lo sé.
José mira la boca que tiene delante, no hay nada más en el mundo que desee que partírsela de un beso, pero se contiene. _La llave que tenés ahí –le dice- es de una casita que tengo en la playa.  Hace mucho que no voy.  Este fin de semana voy a ir.  Yo voy a estar ahí. Si realmente querés seguir adelante con todo esto, que por otra parte aún no empezó, espero que vayas.  Allí no habrá nadie más que nosotros, la playa y un pequeño tiempo para conversar, para que vos te animes a dejar de lado tus dudas, tus reparos, para intentarlo, Guillermo. Sólo eso.  Probemos.  Vos no perdés nada, y yo… necesito saber si esto realmente es posible. José se acerca un poco más aún, quisiera atreverse a concretar ese beso que hace tanto tiempo necesita, pero no puede.  Se despide y se va.  Sabe que ha puesto todas sus cartas sobre la mesa, está al desnudo, ahora es Guillermo quien tiene que tomar la iniciativa e ir a buscarlo.  Quiere que ese primer beso surja del deseo de Guillermo, y no de la abrumadora pasión que él a duras penas puede controlar. 
Guillermo agarra la llave y la mira largamente.  La pone dentro de la cajita y se la guarda en el bolsillo del saco.  Es hora de irse a casa, piensa.  Apaga las luces del despacho, y se va.


Pedro apoya despacio el celular sobre la mesa de luz.  Lo estuvo acariciando largo rato, apretándolo contra su pecho.  Escuchar la voz de su amado lo dejó en un trance difícil de superar.  Está conmocionado.  Esos casi seis meses sin escuchar su voz, prometiéndose a sí mismo que no lo llamaría, poniendo en peligro la seguridad de Guillermo, han sido una odisea inigualable.  Se siente como un Robinson Crusoe perdido, abrumado por lo irrecuperable, incapaz de volver.  Enfermo al quedarse.  Su voz… le sonó tan distinta, piensa, la recordaba cada noche diciéndole “te amo”, como aquella última vez en el teléfono.  Esta voz fue muy diferente.  Más grave, más distante, un tanto fría… como apagada.  Pedro se pregunta cada día que sentirá aún por él, cuánto habrá sufrido.  Si todavía lo recuerda, si aún lo llora.  Porque sufre imaginando que ya superó su muerte, que acaso pueda haber otra persona, otro amor.  De sólo pensarlo siente que se le abre el pecho de desesperación, de bronca.  Quiere gritar, salir corriendo.  Regresar y mandar todo al diablo, recuperar lo que es suyo.  “No puede no pasar”.  Lo dijo una vez Guillermo.  “Te lo prometo”.  Cada vez que revive sus palabras, una angustia lacerante se abre paso por su cuerpo, llora, se rebela, maldice a todos los que les hicieron tanto daño.
Sabe que Camila está internada en un hospital psiquiátrico, que la declararon insana, así como sabe que esos lugares tiene una vigilancia poco confiable.  Podría escapar.  El amigo de Marcial no consiguió información sobre el estado de las causas que le imputaban a Pedro.  El supone que con las influencias de Miguel lo más probable es que se haya cerrado el caso alegando que el culpable de todas esas muertes fue él.    No sabe cuánto tiempo deberá seguir oculto, mantiene una luz de esperanza en que tal vez, algún día, tanto él como Guillermo puedan superar esta desgracia y sean felices de nuevo.  Aunque estén para siempre separados.  Ya no extraña la abogacía como antes, pero más que la carrera, o su identidad perdida, lo que le duele es haber perdido la oportunidad de estar con la persona que se convirtió en el amor de su vida.  “Esto va a pasar, mi amor” también le dijo alguna vez Guillermo.  Quisiera creerlo, pero su corazón aún no puede.  Y en el fondo, no quiere que pase, duela lo que duela.  Quiere un dolor vivo, hiriente, no tener paz.  Porque si ese sentimiento se diluye, si puede decir el nombre de la persona que perdió y no sucumbir de dolor y de nostalgia, entonces incluso la luz que ilumina su mundo se apagará para siempre.  El amor y el dolor que siente por Guillermo lo mantienen vivo.


Tenía pensadas varias excusas.  Que un caso grave en el estudio de último momento, que algo que comió  en su cumpleaños lo puso enfermo, un sinfín de tonterías que finalmente entendió que José no se tragaría.    Incluso intentó hablar con él a su celular pero lo atendía la contestadora.   Se preguntaba qué torpeza lo había llevado a esta edad por semejante camino.  Alentar un sentimiento en José, prometer que estaba decidido a construir con él una relación seria, y luego esa zona de exclusión a la que lo venía sometiendo en cada intento del fiscal por acercarse, ese quiero pero no puedo, esa indecisión se diría casi virginal, adolescente.  Tan fuera de lugar.  Mil preguntas se agolpan dentro suyo. Qué le estaba pasando? Qué lo había llevado a aceptar el amor de José? Atracción, curiosidad, o simplemente un iluso intento de acabar con tanta soledad, con tanta insoportable tristeza? Realmente creía que podía poner a alguien en el lugar que Pedro dejó vacante?  Necesitaba verdaderamente llenar ese vacío?  Es posible volver a amar después de haber amado como lo hizo con Pedro? No quiere perder el tren, pero las dudas le revuelven la cabeza.  Ese sábado no lo pensó más.  Se tomó un remis hasta Retiro y buscó un micro que lo llevase a la dirección que le había dado José.  Era en Villa Gesell.  La casita frente al mar.  Una oportunidad, nuevamente.  Iba a tomar lo que la vida le ofrecía porque por algo sucedía.  De todas maneras, a él ya no le quedaba nada por perder, porque lo había perdido todo. Tal vez este impulso obedeciera a un pueril intento de descubrir si aún era capaz de sentirse vivo, una vez más. De darse cuenta si todavía corría sangre por sus venas, o si todo ese caudal de pasión había muerto con Pedro.  Ojalá que no se equivoque, porque dañar a José es lo último que querría hacer. En el fondo de su corazón, existe una verdad que aún no puede descifrar. En busca de esa respuesta emprende un viaje que espera cambie un destino que hasta hoy no puede sentir más sombrío.


Continuará...

7 comentarios:

  1. Me encanto esta historia es super interesanteeee quieroo la tercera parte yaaa =)

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  2. Yaaaa quiero la continuacion!!! me encanto!!! felicitaciones!!

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  3. Me gusto muchisismo!!En espera de la proxima!! Y gracias!!

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  4. me encanto realmente muy atrapante tu historia espero la proxima entrega

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  5. Me encantò, pero por què acercarse a Josè? Y justo en este momento. Espero que recapacite y no entre a esa casita. Igualmente es muy interesante tu relato y està muy bien contado.

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  6. Gracias Mary por tu historia! Interesante la vuelta que le das con el cambio en Camila, una loca asesina desatada. Tremendo el sacrificio de Pedro y en consecuencia de Guille. No quiero no quiero no quiero me niego a ese encuentro entre Guille y José, por favor no. Que pase algo que lo detenga y lo lleve a Pedro de nuevo. Espero la continuaciòn.

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  7. Mary muy buena ... Un placer leer lo que estas escribiendo , pero no puedo dejar de poner que no quiero que pase nada con jose .... Espero el 3o. Con muchas esperanzas de un final genial . Graciela CT

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